El amor requiere tiempo. 101 años del nacimiento de Paulo Freire / Por Luz Verónica Gallegos Cantú

8 AÑOS ¡HASTA QUE HAYA VERDAD! ¡HASTA QUE HAYA JUSTICIA!

Mucho se ha hablado al interior de los espacios académicos sobre el pensamiento de Paulo Freire. En ocasiones, hemos llegado hasta la ignominia al considerar su método pedagógico como cimiento en la interacción dentro de espacios institucionales; puedo hablar de ello en primera persona. Sin embargo, tanto el exilio del pensador brasileño, como la reconsideración de los alcances de su labor en el Ministerio de Educación de Brasil, han hecho evidente el riesgo de poner en práctica su propuesta en torno a una educación liberadora. Y es que el planteamiento freireano requiere tiempo, y éste es un recurso que suele ser escaso para la mayoría de las personas… ni hablar para los calendarios de las instituciones educativas. La urgencia cotidiana nos mantiene en una vigilia artificial, y ese estado anacrónico es simple supervivencia. Paulo Freire es menos optimista al respecto, puesto que nombra como muertos vivientes a quienes se encuentran en esa condición al poblar el mundo, el mundo de otros, ante la incapacidad de habitar el propio[1].

Meros objetos ocupando un espacio en la línea del tiempo. Porque, de acuerdo con las ideas del disruptivo educador latinoamericano, existir humanamente es pronunciar el mundo y, por lo tanto, transformarlo. Se trata de ser en el mundo y no solamente estar en él. El pronunciamiento deriva en problematización, puesto que la enunciación no se realiza en el vacío, sino que se dice ante otro. El motivo es que, si a quien se tiene enfrente no se le considera en su condición humana, ¿qué fin tendría el acto? Así, el retorno de lo dicho exige un nuevo pronunciamiento, y en la continuidad de las acciones tiene lugar el diálogo[2].

Esto es debido a que la palabra representa el modo de significar el mundo, y es necesario exponerlo para darlo a conocer.

Sin embargo, el encuentro entre quienes llevan a cabo la pronunciación puede ser conflictivo. De ahí la necesidad de mantener el vínculo en vías de una resolución. Aunque no siempre se trata de llegar a un acuerdo, basta con el conocimiento de que otras miradas son posibles, es decir, el reconocimiento. Y llegar a ello requiere tiempo, dado que advierte la labor de correspondencia entre dichas miradas.

El proyecto de la educación como proceso liberador expone el método dialógico como núcleo de la interacción. Para establecer esa forma de relación son necesarios cinco elementos: amor, fe, confianza, esperanza y el pensar verdadero. Haré una breve descripción de cada uno de ellos, dejando para el final el primer componente, el amor.

Fe porque el ser humano tiene la capacidad de seguir aprendiendo y continuar creando y recreando: su vocación, dice Freire, es “ser más”, es decir, siempre podemos desarrollarnos, mientras tengamos vida. Eso genera la responsabilidad, esto es, la capacidad de responder adecuadamente a la situación en la que nos seguimos formando. Es por ello que tiene lugar la confianza, o sea la consecuencia de esa horizontalidad en la que escucho y se me escucha: puedo hacerlo en libertad, sin riesgos.

La esperanza se refiere a que, como seres humanos, el acabamiento no tiene lugar, estamos en continuo aprendizaje. El diálogo es un encuentro que nos lleva a seguir buscando, hasta encontrar puntos comunes que nos conduzcan a la justicia. Recordemos que la propuesta de Freire es liberadora y, por tanto, de lucha contra la opresión, que es producto de las condiciones sociales generadas en torno de la injusticia.

En esa búsqueda y comunicación tiene lugar el pensar verdadero, que es el pensamiento crítico, es decir, considerar que la realidad es un proceso y no algo “dado”. En otras palabras, que la realidad puede ser transformada. El pensar verdadero no es un fin, sino un proceso, y tiene lugar en la continua problematización, que es el cuestionamiento.

Finalmente, el amor, que es definido en términos de cuidado del otro, de saber que la persona con la que hablo tiene valor por sí misma, porque es un ser humano y tiene voz propia. Con esa noción es posible el acercamiento con actitud de escucha a fin de mantener la comunicación.

El amor requiere tiempo. Tiempo para desarrollar la confianza necesaria con la finalidad de pronunciarnos frente al otro. Demanda tiempo el establecimiento de vínculos que permitan la problematización y correspondencia de las formas de mirar desde la diferencia. La creación de un mundo común advierte la necesidad de tiempo. ¿Cuánto de ese preciado bien ofrecemos a cambio de la esperanza de que otro mundo es posible?

Si después de hacer cuentas, nuestra respuesta es poquitera, fantasear con proyectos sociales (incluyendo aquí los educativos y culturales) que devienen en constantes desacreditaciones y disputas entre muertos vivientes, es solo alarde de desperdicio del delimitado lapso temporal del que disponemos. Mientras suponemos que las cosas (educación, despojo, depredación social) pueden cambiar con buenas intenciones, drenamos tiempo para el diálogo que es, en sí mismo, un acto creativo y transformador. La hostilidad es producto de mirar al otro como un peligro. ¿Cuál es el verdadero peligro en medio de un mundo que, de por sí, es hostil ante la vida?

A modo de celebración por los 101 años del nacimiento de Paulo Freire, vale pensar en las posibilidades que seríamos capaces de ver si nos arriesgáramos a amar y poner en práctica el diálogo. Al fin y al cabo, no tenemos mucho (más) que perder.

20 de septiembre de 2022

luz.gallegos@yahoo.com.mx



[1] En La educación como práctica de la libertad, edición original de 1967 (varias ediciones posteriores en Siglo XXI)

[2] Paulo Freire en Pedagogía del oprimido, edición original de 1968 (varias ediciones posteriores en Siglo XXI)

Ilustración de portada: imagen tomada de Internet

** El logo de Ayotzinapa fue tomado de la revista Discurso Visual

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