En el marco de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la escuela normal de Ayotzinapa en el 2014, el grupo de Académicxs de Monterrey 43 se constituyó para “impulsar el debate y la crítica alrededor de la violencia en México y del ejercicio de los poderes”.[i] Desde nuestras primeras reuniones se hicieron presentes varias inquietudes, por ejemplo, sobre el papel de la academia y la educación en el actual contexto mexicano; sobre la situación de la academia y la educación en el proceso más amplio de la precarización de la vida. La desaparición de aquellos estudiantes es también un signo de la desaparición al parecer calculada de las normales rurales[ii] y de la persistente precarización del apoyo a las ciencias sociales y las humanidades. Las voces de aquellos estudiantes son voces que, entre otras cosas, protestan en contra de toda esta situación de “devastación”.[iii]

Apoyados en esas reflexiones, quienes formamos este colectivo apoyamos las pequeñas o grandes acciones que estudiantes, maestros, académicos y artistas emprenden para impulsar, particularmente, a las ciencias sociales, las humanidades y las artes como guías para lograr una sociedad más justa, próspera e igualitaria. La “devastación” a la que se enfrentan estas disciplinas se da en diferentes frentes. La instrumentalización del saber, de la academia y de la formación científica y profesional como meras herramientas para conseguir ganancias, es uno de ellos. La disminución de los apoyos económicos y de infraestructura es otro. La burocratización, el aumento constante de cuotas, colegiaturas y la paralela disminución de sueldos y prestaciones constituyen uno más. En otros espacios hemos reflexionado sobre algunos de estos aspectos.[iv] Hay uno en particular sobre el que me interesa detenerme aquí. Se trata de la cultura política imperante en muchas de nuestras instituciones.
La precariedad de las condiciones laborales de profesores y científicos es palpable en muchas situaciones. Contratos raquíticos y eventuales, porcentajes salariales convertidos en estímulos, así como la escasez de plazas, son cosa común. Universidades públicas y privadas basan muchos de sus programas de formación en profesores contratados por honorarios o por horas que quedan sin contrato cada fin de semestre. Todas estas situaciones se enmarcan en dispositivos políticos internos a cada facultad o departamento, en donde el clientelismo, el arribismo, la sumisión y el intercambio de favores se convierten en las formas de mantener o de obtener un puesto en el marco de esquemas burocráticos autoritarios. Muchos estudiantes ven ir y venir profesores eventuales cada semestre debido no a la falta de presupuesto ni a su mal desempeño, sino a los caprichos personales o políticos de un director, un subdirector o un coordinador. Lo normal es que la pirámide de relaciones clientelares y de sumisión lleguen hasta la parte más alta de la estructura. El alumno tiene que mantener buena relación con el profesor, éste con su coordinador/a quien a su vez le debe la posición al director/a y así hasta llegar al rector o director general.

Desde el momento en que todas estas relaciones se normalizan, para muchos profesores y estudiantes se constriñen las posibilidades de exigir un cambio. En este escenario, la crítica y la protesta, son condenadas por el marco moral de la sumisión a la autoridad. Quien proteste o se queje arriesga el puesto o la matrícula. Esta amenaza llega a ser considerada tanto algo legal como legítimo por la estructura que resguarda un poder devenido no de la honorabilidad académica, sino del sometimiento al orden.
Estas prácticas se han convertido en los pilares de la “devastación” a la cual debemos enfrentar con imaginación en tanto que científicos, humanistas y artistas. La rebeldía a la que estamos llamados pasa por impulsar espacios de participación en nuestras instituciones y por destruir los cotidianos actos de sumisión que, tal y como pasó con los estudiantes de Ayotzinapa, silencian nuestras voces.
27 de agosto de 2018
[i] Al respecto ver la presentación de Académicxs de Monterrey 43 en https://academicxsmty43.blog/quienes-somos/
[ii] Foro de Maestros rurales en la Biblioteca Central Fray Servando Teresa de Mier, Monterrey, 20 de septiembre de 2016
[iii] Coloco entre comillas la última palabra del párrafo anterior pues la retomo de la editorial publicada la semana pasada en este blog. Ahí la compañera Luz Gallegos hace una reseña del libro Hablar colores, del Subcomandante Insurgente Galeano
[iv] Entre otros, Sandoval, Efrén, “La sumisión científica”, Revista Levadura, 7 de noviembre de 2016, http://revistalevadura.mx/2016/11/07/la-sumision-cientifica/
Las escuelas rurales jamás serán lo mejor que ha dado México en materia de educación. Con una educación emancipadora, calida! A través contacto con el pueblo. Quizás es esto, justo esto lo que a muchos gobiernos no les guste. Una escuela rural es semillero de maestros con herramientas y claros principios. Y con un alto grado de vocación.
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Muy cierto, basta de sumisión, es momento de la dignificacion el respeto a los profesores, quienes forman profesionistas, basta… México necesita de todos en un plano de igualdad y respeto…
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