El dinámico movimiento de estudiantes que denuncia el acoso en los espacios universitarios ha generado tensiones y discusiones en la comunidad sobre la relación entre maestros y alumnos. Las autoridades de la UANL han buscado responder a la problemática con respuestas de diseño institucional a través de protocolos e instancias como las unidades de género. En tanto, el movimiento de estudiantes sigue apostando principalmente a la denuncia anónima pues tienen la sospecha que los instrumentos institucionales universitarios han mostrado una nula preocupación por enfrentar los problemas. Basta recordar el reciente movimiento de alumnas de la Facultad de Filosofía y Letras, autodenominado “Colectivo Quimera”, que ante la inoperancia de las unidades de género de la UANL emprendió una férrea campaña en contra del certamen de belleza “Señorita Filosofía y Letras”, organizado por la UANL, dado su carácter violento hacia las mujeres.

Uno de los logros del movimiento #MeToo-UANL, que no necesariamente es el desenlace, será que las autoridades universitarias presenten un buen o regular protocolo para enfrentar el acoso. Sin embargo, aunque importante, éste no resolverá el problema. El problema de fondo del acoso no es la (des) modernización institucional de la UANL para prevenir o sancionar el acoso: el acoso hunde sus raíces en la estructura de poder y dominación con la que funciona la UANL y que ha configurado relaciones sociales basadas en la fragmentación, individualización y dominación.
Enfrentar el acoso necesariamente conducirá al movimiento de las alumnas a cuestionar la estructura de poder y dominación de la UANL que ha llevado a continuos actos de violencia laboral de directores de preparatorias y facultades hacia profesores y trabajadores administrativos que no logran disciplinar; generando temor entre los directores de ser sancionados por las autoridades centrales si discrepan de la conducción de la universidad; y el temor de los alumnos a los abusos de poder ejercido en el salón de clases.
La crisis presupuestal de las universidades, aunado a la consolidación de un cuerpo académico precarizado, con ingresos de 5 mil pesos mensuales y contrato a corto plazo frente a una élite académica con ingresos mayores a los 50 mil pesos mensuales, terminaron por desquebrajar el sentido de comunidad en la UANL. Se consolidó la cultura del miedo, base del poder y dominación de la burocracia universitaria, configurándose un cuerpo académico temeroso, unos de perder sus privilegios, otros sus trabajos precarios. Con ello también se perdió la mirada crítica y reflexiva sobre los factores que corroen el ethos universitario y que se expresa en las violencias en todas sus formas.
No obstante el resquebrajamiento del ideal de comunidad, como refiere Sergio Zermeño (2006), si en algún espacio social se puede transformar la consciencia, los valores, las identidades sociales para enfrentar problemáticas como el acoso es la universidad: sitio de resistencia dado su potencial democrático. Esa es su promesa.
Pese a que la burocracia política de la UANL se ha encargado de enfriar los espacios de participación y formadores de opinión, llámese consejos estudiantiles, juntas de profesores, las academias, juntas directivas, asambleas sindicales, aún es posible lograr un auto-entendimiento integrando a la corporación universitaria recreando los espacios comunicativos universitarios (Habermas, 1987), de manera que nos permita reconstruir las relaciones sociales en la comunidad universitaria. Como nos recuerda Sergio Zermeño, “si algún agregado puede hoy todavía parecer a la comunidad de la Polis es la comunidad universitaria que por sus dimensiones y por su alta consciencia técnica y capacidad científica permite, mejor que ningún otro espacio, el desarrollo de una discusión pública óptima, de la que se espera el más alto nivel de racionalidad y capaz de llegar a consensos respetados” (2006: 17).
Tomando prestada una idea de Habermas, el planteamiento para nuestra comunidad universitaria podría ser el siguiente: ¿cómo recrear en nuestra universidad estas formas horizontales de comunicación para enfrentar la destrucción de las relaciones sociales entre maestros y alumnos?
Bibliografía
Habermas, Jurgen (1987), “La idea de la universidad” en Sociológica, núm. 5, pp. 36-41.
Zermeño, Sergio (2006), “La universidad de todos. Educación superior y policía desde la UNAM” en Andamios, volumen 3, núm. 5, pp. 11-29.