De acuerdo con un conteo y censo realizado como parte de una investigación en tianguis del área metropolitana de Monterrey, encontramos que la mayoría de las mercancías que ahí se venden son usadas (principalmente ropa) o baratijas (chácharas) de muy diversos tipos. Lo que sigue es una reflexión, inicial, al respecto de este fenómeno que refleja, creo, nuestra condición como sociedad.
De acuerdo con Catalani y Chung (2015:4), un momento clave para la consolidación del consumo como motor de la economía global ocurrió con el desarrollo de las tiendas departamentales. Éstas representan el momento de la consolidación de la estandarización del trabajo mecánico y la ausencia cada vez mayor del trabajo creativo (Gill, 2009:45). A la abundancia de mercancías baratas, estandarizadas, desechables e invendibles (sobrantes), que caracterizan el mundo del comercio minorista en la actualidad, siguió la creación de la necesidad y el deseo de comprar. En buena parte del siglo XX, el taylorismo y el fordismo como métodos de producción, permitieron la fabricación estandarizada y mecanizada de artículos que, además, se podían vender a muy largas distancias gracias al avance de los procesos de distribución. Conforme el dominio sobre la producción se fue haciendo más eficiente, un mayor número de consumidores tuvieron acceso a productos de mejor calidad y a precios cada vez más accesibles. Con el paso de las décadas, en las grandes compañías “la toma de decisiones se guiaba cada vez más por el marketing en vez de por la producción” (Strasser, 2006:59), esto debido a que los consumidores, principalmente de los países del Norte y aquellos considerados emergentes, ya se habían habituado a la presencia masiva de las mercancías. El consumo empezaba ya a mandar a la producción (Strasser, 2006:62).

En Estados Unidos, compañías como Sears y A&P, fundadas a finales del siglo XIX, fueron pioneras en el comercio masivo al menudeo y conforme avanzó el siglo XX establecieron innovadores sistemas para la distribución de enormes cantidades de productos. Ese modelo fue revolucionado por Walmart, la cadena más grande de supermercados, fundada en 1962. Esta compañía innovó en el sentido de, a través de la presión marcada por altos niveles de venta y consumo, controlar la producción que otros hacían en lugares muy lejanos y bajo condiciones que poco importaban al destinatario de la producción. Para mantener sus precios bajos, Walmart demandaba cantidades enormes de productos que sus competidores no pueden ni adquirir ni distribuir. Esta cadena de supermercados se propuso renovar los estantes cada día de tal manera que todos los días sus clientes encontraran nuevos productos. De acuerdo con Lichtenstein (2006:30), entre Hong Kong, Singapur, Long Beach y Los Ángeles, hay más de un millón de contenedores siendo transportados a través de un “puente de barcos”. Cada contenedor lleva “productos destinados a las tiendas big-box de Estados Unidos… La insaciable maquinaria de ventas de Walmart cada año maneja a través del Pacífico más de 230,000 contenedores, el equivalente de cerca de cien buques de carga”. Y actualmente Walmart es sólo un ejemplo de todo esto.

Hoy, los objetos son producidos en tal cantidad que son incontables a tal grado que algunos, aunque materiales, no pueden ser contados.[1] Así, pareciera que lo importante no es su valor de cambio, sino el hecho de que hayan sido producidos y que simplemente circulen por el mercado. Actualmente la capacidad de fabricar se ha rebasado a sí misma. El proceso de industrialización ya pasó las crisis del taylorismo y el fordismo, las cuales abrieron la puerta para la flexibilización de los procesos productivos y del trabajo, y en el marco de la expansión de las tecnologías de la información y las comunicaciones, la industria puede producir 94 millones de autos al año para una demanda de 60 millones y aun planificar la construcción de decenas de fábricas automotrices (Ribeiro, 2018:17), a esto se llama “sobrecapacidad de producción” (Gill, 2009:49); marcas y empresas como Gap, Tommy Hilfiger, Aéropostale, Nike, Walmart y Target hacen pedidos “de decenas de miles, cientos de miles o incluso, millones de piezas por modelo” (Cline, 2014:49).[2]
La abundancia de mercancías supone por un lado la obsolescencia como valor, y por otro, un proceso de mercancialización. En el contexto de la sobreproducción y abundancia capitalista, hoy existe una economía de mercancías no vendidas en el mercado, como los saldos que se venden para abrir espacio a nuevas mercancías en los anaqueles y para obedecer a la prisa marcada por el ritmo del consumo y las economías de escala. También hay mercancías desechables que, aunque nuevas o casi nuevas, ya son obsoletas porque ya existen otras más atractiva (Ewen, 1991:282). Por lo mismo, los bienes usados se han convertido también en mercancías second-hand. Todo este escenario da como resultado lo que Boltanski y Esquerre (2017) llaman mercancialización, es decir, la existencia de consumidores que a su vez son vendedores porque, en principio, pareciera que cualquier cosa se puede vender. Hoy la producción capitalista está entregada a reproducir infinitamente cantidades incontables de objetos, experiencias y mercancías “a condición de que se fabriquen cada vez de tamaño más pequeño… y a condición de que para cada objeto nuevo haya que deshacerse de uno viejo” (Fernández, 2002:16). Muchas mercancías son desechables y sobrantes cuando acaban de ser producidas, y los consumidores sienten y creen que aquello que compraron en el pasado inmediato está obsoleto no porque ya no funcione o se haya acabado, sino porque parece menos atractivo que uno nuevo. Así, los consumidores tienen mucha disponibilidad a desechar productos que en el pasado se conservaban de manera rutinaria, además, creen o sienten que se tiene la posibilidad de adquirir un artículo tan barato que no importa mucho gastar un poco más por él, y que tampoco es muy relevante si éste es realmente necesario o no: se trata, en términos de Strasser (2006:59), de productos que todos pueden utilizar y que todos pueden pagar; pero no sólo eso, sino que además son artículos que todos pueden vender (Boltanski y Esquerre, 2017).

La mercancialización de la vida es una más de las formas en que nuestras vidas se han estandarizado. Que todos somos consumidores es una frase que por mucho usarse puede resultar ya trillada (la idea de la sociedad del consumo es ya vieja). Tal vez ahora habría que poner atención en el hecho de que todos somos también vendedores. En este capitalismo y en esa economía, el acento no está puesto en los consumidores (pasivos, manipulados y dominados por sus punciones), sino en la destreza y la habilidad para comerciar.
Son muchas las implicaciones de todo esto. Por lo pronto, prefiero cerrar esta reflexión con una de las máximas de Sócrates en la cual muchas veces pienso cuando visito un Walmart, un tianguis, un mall o una tienda departamental: “me encanta ver tantas cosas que no necesito para ser feliz”.
29 de abril de 2019
** Imagen de portada: crítica al consumo (Fuente)
Bibliografía
BOLTANSKI, L., ARNAUD E. 2017, Enrichissement. Une critique de la marchandise, Paris, Gallimard.
Catalani, A., Chung, Y. s.f., “Vintage or Fashion Clothes? An Investigation inside the Issues of Collecting and Marketing Second-hand Clothes” (documento no publicado accesible aquí)
CLINE, E. 2012, Moda desechable. El escandaloso costo de la moda barata, México, Paidós.
EWEN, S. 1991, Todas las imágenes del consumismo. La política del estilo en la cultura contemporánea, México, Conaculta, Grijalbo.
FERNÁNDEZ CHRISTLIEB, P. 2002, “Psicología colectiva de las cosas y otros objetos”, Psicología Social. Revista Internacional de Psicología, vol. 1, no. 1, julio – diciembre: 9 – 20.
GILL, L. 2009, «À l’origine des crises: surproduction ou sous-consommation?», Carré Rouge, No. 40, abril : 43 – 55.
LICHTENSTEIN, N. 2006, “Wal-Mart. Un modelo para el capitalismo del siglo XXI”, en Nelson Lichtenstein (coord.), Wal-Mart. El rostro del capitalismo del siglo XXI, Madrid, Editorial Popular, pp. 19 – 55.
RIBEIRO, G. L. 2018, “El precio de la palabra: la hegemonía del capitalismo electrónico informático y el googleísmo”, Desacato, 56: 16 – 33.
STRASSER, S. 2006, « De Woolworth a Wal-Mart. Comercio masivo y la cambiante cultura del consumo», en Nelson Lichtenstein (coord.), Wal Mart / El rostro del capitalismo del siglo XXI, Madrid, Editorial Popular, pp. 57 – 89.
[1] No existe ninguna aduana del mundo, por ejemplo, con un sistema para verificar que efectivamente el número de anteojos que supuestamente se encuentran dentro de un contenedor realmente están ahí (y no muchos más).
[2] De acuerdo con Ribeiro (2018:19), en 2015 se habían producido ya 6.1 mil millones de teléfonos inteligentes.
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