Los sonámbulos (con una apostilla sobre la Liga Comunista 23 de Septiembre) / Benjamín Palacios Hernández*

A la memoria de Sergio Guajardo Ramos

Según Arthur Koestler, en su libro acerca de la cambiante cosmovisión del hombre publicado en 1959, la humanidad ha transitado el camino de los descubrimientos científicos y la concomitante percepción de su propio lugar en el universo de manera similar a la de los sleepwalkers: entre tropiezos, rodeos, vueltas atrás y redescubrimiento de hechos y situaciones olvidados durante siglos.

Y en efecto, el avance dificultoso, el movimiento intuitivo, la reacción inercial, la ausencia de perspectivas claras, el desconocimiento del propio terreno que se cree pisar y la incertidumbre en cuanto a los objetivos perseguidos, parecen ser características inherentes a la humanidad.

Pero esto no ha sucedido tan solo en los albores de las ciencias y en la formación de las concepciones astronómicas y filosóficas que del universo la comunidad humana ha alcanzado. La insuficiencia objetiva ha sido aquí la causa de este andar a tientas. Pero han existido procesos similares en los cuales ya interviene una voluntad de mantener dormido al sonámbulo. En la escuela, en la fábrica, en el organismo político, en la vida cotidiana, mujeres y hombres reciben un cúmulo de “conocimientos”, de “hechos conocidos” y verdades heredadas con los cuales han de arreglárselas en este mundo. El cuestionamiento, el arribo al conocimiento autónomo, el principio de la duda metódica y la crítica sistemática no solamente no les son imbuidos, sino que se les enseña a desconfiar de ellos. 

Esto ha traído como consecuencia perniciosa la formación de generaciones de sonámbulos, masas o conjuntos de hombres y mujeres utilizables en pro de fines decididos por las élites de los que piensan, saben y dirigen.

Imagen de la representación teatral de Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Tomada de internet.

En muy contadas ocasiones históricas ha podido observarse el surgimiento de minorías activas, de grupos inicialmente pequeños de individuos que lograron despertar y elevarse, con su propio esfuerzo, por encima del estrecho horizonte del activismo semi ciego; que consiguieron romper el círculo cerrado de las verdades incuestionables y que, finalmente, sometieron todo al juicio de la crítica y de la confrontación con la realidad. Sin embargo sus esfuerzos, casi hazañas, no llegaron a buen puerto, y ello por la complicidad de la historia, de la “condición humana” y de sus propios herederos, que no estuvieron a la altura de aquellos ni ética ni intelectualmente.

El primer obstáculo con el que los pioneros se topan son los valores establecidos (e igual da que sean los de “la derecha” que los de “la izquierda”) y sus defensores, que se constituyen ambos en una formidable fuerza conservadora. 

El segundo, tanto o más colosal y consolidado que el anterior, se ubica al nivel de la psique, larga y cotidianamente alimentada y fortalecida hasta convertirla en sentido común y en reacción tan predecible e infalible como las pavlovianas: la ausencia del sentido de la complejidad de las cosas, la tendencia a verlo todo en blanco y negro —con la simplificación y los yerros que ello conlleva— y, en fin, lo que yo llamaría el síndrome de la subalternidad, que conduce a la búsqueda instintiva y la aceptación inmediata de un guía, de un jefe, de alguien que decida por ellos. Estos son los cándidos, los de buena fe. En el trasfondo están los indiferentes pero también los simuladores, esos que solamente actúan, cuando lo hacen, movidos por el interés individual y enarbolan cualquier bandera rentable, sin que para ellos sea obstáculo ninguna congruencia moral.

La tarea primaria de los constructores de hegemonías —cada vez más escasos y tan difíciles de encontrar como un perro verde— es solo esta: despertar a los sonámbulos, estimularlos e inducirlos a construir sus propios razonamientos y a extraer sus propias conclusiones; en una palabra: impulsarlos a dejar de ser masa y convertirse en dirigentes, en primera instancia de sí mismos.

El empeño no deja de ser ingrato, y se entiende que la desazón se haya extendido también por estos campos. Después de todo, ya hace algunos siglos Leonardo da Vinci prevenía a las futuras generaciones de estimuladores de conciencias: los hombres hablarán con hombres que nada escuchan, que tienen los ojos abiertos y nada ven; hablarán con estos  y no recibirán respuesta alguna; impetrarán gracia de quien tiene oídos y no oye, encenderán velas a quien es ciego.

Apostilla

En marzo de este año se cumplieron 50 años de la fundación de la Liga Comunista 23 de Septiembre, la organización guerrillera mexicana más importante, más activa y la única que ha alcanzado una dimensión nacional. No es una simple conmemoración lo que pretendo hacer aquí, tan simbólicas e intrascendentes como suelen serlo cuando se limitan al homenaje.

El hecho es que a medio siglo de distancia también en el conocimiento y la comprensión del fenómeno ha predominado el andar de entes dormidos, o por lo menos somnolientos. Desde hace más de veinte años se han llevado a cabo episódicamente reuniones nacionales de ex guerrilleros, la última de ellas precisamente en marzo pasado, en Guadalajara, para conmemorar aquellos 50 años. No se han realizado avances y sí existen estancamientos e incluso algunos retrocesos. 

En una reunión en 2004, la única a la que consideré de alguna utilidad asistir, expuse la conveniencia de debatir la posibilidad de intentar alguna forma de organización que nos permitiera intervenir en la vida política del país. Casi veinte años después se vuelve a plantear el asunto, partiendo de cero y con dos décadas más a cuestas.

Mucho más grave es el nivel de las ideas. Uno lee el lenguaje y percibe las pautas de razonamiento en los distintos textos o declaraciones actuales y se siente trasladado a los años 70. Un léxico extenuado, inane, reiterativo e inmutable que se repite cíclicamente en dos vertientes: una, la mayoritaria a lo largo de todos estos años, que confunde a la historia con el relato, con las anécdotas y la relación de trozos biográficos e incluso autobiográficos. Se cree además que se rinde homenaje a los numerosos caídos hablando de héroes y mártires, con puños en alto y con la profusión de consignas escoltadas por los infaltables signos de admiración. Con ello, en realidad, se los degrada.

La segunda, que tampoco se ahorra lo anterior, compuesta por quienes pretenden “hacer teoría” repitiendo como si de ensalmos se tratase el amplio arsenal de frases hechas, generalísimas y por tanto inútiles que aprendieron en su juventud, provenientes no de Marx (a quien nunca leyeron) sino del marxismo macarrónico instaurado al día siguiente de la muerte de Lenin: condiciones objetivas y subjetivas, correlación de fuerzas, proceso revolucionario, materialismo histórico/materialismo dialéctico, contradicciones, vanguardia… 

Las formas de demonización de la prensa. El Sol de Guadalajara, imagen tomada de internet.

En 1978 Cerroni hacía el enésimo señalamiento de la existencia de un marxismo simplificado y esterilizado, que entraba en los manuales y se convertía en tradición que suplantaba al marxismo real. Y no es de extrañar, pues cualquier cuerpo de teoría codificado, cuadriculado y resumido ahorra muchas lecturas y mucho estudio. Es como aquel Marx para principiantes de Rius (por lo demás encomiable pues su trabajo le costó), con dibujitos y todo, el cual no descartaría que fuese el sustento del “marxismo” de muchos. En particular el breve glosario, que haría enrojecer de envidia a la propia Marta Harnecker.

Por si fuese poco, algunos ex guerrilleros han aceptado también el subordinado papel de simples proveedores de materia prima para “los académicos”, varios de los cuales se han adjudicado la calidad de expertos en el tema de la guerrilla sobre bases muy endebles, aderezadas en algunos casos con la enternecedora pretensión de innovación teórica.[1]

Apuntes, rasgos, esbozos de interpretación son aquí desesperadamente escasos, y cuando se presentan suelen cojear de ambas patas. El lapso de existencia de la Liga, por ejemplo. Se cree que después de mediados de 1974, tras la caída de Vicente, la LC23S continuó existiendo hasta entrados los años 80, cuando en realidad la organización se fraccionó en pequeños grupos atrapados en la lógica del militarismo —contra el cual la Liga ya había combatido y perdido la batalla— y terminaron, antes de esfumarse, reducidos a la edición del periodiquito “Madera”. Como productos de esa historia de tijeras-y-engrudo zaherida por Collingwood se han planteado también otros despropósitos. No retuve el nombre de la experta que este marzo sostuvo sin inmutarse que, “como es sabido”, la Liga fue infiltrada por la policía. Lo que no “es sabido” son los datos en los cuales se sustenta una afirmación tan gorda, desmontada —para dar solamente un ejemplo significativo y no varios otros anteriores— en 2013 por alguien tan poco sospechoso de ser adorador de la Liga como Gustavo Hirales, en torno al caso de un supuesto policía infiltrado aportado por un mendaz Jorge Fernández Menéndez.[2]

Madera, el periódico de una fragmentada LC 23 de septiembre. Imagen tomada de internet.

Por último, que para ser apostilla esto ya se prolonga demasiado: la Liga tuvo también su periodo negro, del cual ni ex guerrilleros conmemoradores ni académicos expertos hablan o lo hacen en susurros. Al incrementarse la brutalidad de los órganos armados del Estado, libres de todo control constitucional e incluso del meramente humanitario, se reforzaban también las tendencias militaristas entre los guerrilleros. Aquel ambiente de persecución y muerte condujo precisamente al surgimiento de las sospechas de infiltración, que a su vez derivaron en la ejecución sumaria de militantes de la propia Liga paranoicamente acusados de ser policías.

No fueron muchos, podría decirse. Pero así hubiese sido uno solo —que no lo fue— no puede existir justificación alguna para ello, y menos a posteriori y ya libres de aquel ambiente tan tenso, desgastante y opresivo. Y esto lo sostengo no solo como historiador, sino también porque me toca personalmente en la figura y el recuerdo de Sergio Guajardo Ramos, el responsable de mi brigada.

Rendir homenaje a todos los que cayeron en enfrentamientos o asesinados en la tortura es algo éticamente pertinente y necesario, y yo mismo lo he hecho en más de una ocasión; pero ni la historia ni la comprensión del fenómeno se alcanzan mirando sólo con un ojo. El de las ejecuciones no fue, ni mucho menos, el rasgo principal de la Liga, pero existió y por tanto forma parte también de su cabal interpretación histórica.

De otro modo —cerrando los ojos ante lo incómodo; inventando eventos que no ocurrieron y ocultando otros que sí; produciendo tesis universitarias y ensayos saturados de disparates y datos falsos; reduciendo a entrañables hombres y mujeres de carne y hueso al religioso nivel de mártires y, en fin, suplantando a la historia con la apologética—, por más homenajes que se le tributen la Liga Comunista 23 de Septiembre continuará atrapada en el limbo histórico, inerme ante apologías vacuas y vituperios ideológicamente contaminados. 

Quienes soportaron aquellos días de barbarie estatal y no sobrevivieron no lo merecen. Ninguno de ellos, estoy seguro, habría querido ser recordado con ofrendas, sino como personas que pusieron en riesgo sus vidas por no escindir lo que pensaban de lo que hacían. No es al cielo donde deben entrar, sino a la historia.  

9 de mayo de 2023

* Benjamín Palacios, historiador y ex militante de la LC 23 de septiembre.

** Imagen de portada: fotograma de la película El Club de la pelea, de David Fincher.


[1] Entre esos textos que se extravían en la pretensión de suministrar soportes teóricos novedosos a sus visiones de la Liga se encuentra el breve ensayo predoctoral de Rodolfo Gamiño y Mónica Toledo, redactado en 2010 e intentado desde la perspectiva sociológica. Contra lo que indica su título (“Origen de la Liga Comunista 23 de Septiembre”), se ocupa solamente de su expresión en Guadalajara y le asigna —contra toda evidencia histórica— un papel decisivo en la formación de la propia Liga.

Se trata de un ensayito de no más de 30 cuartillas pero adornado con una variopinta bibliografía de 34 ítems, desde La hora de los mártires, de Alfredo Angulo, hasta textos de François Dépelteau, Alan Swingewood y, por supuesto, Anthony Giddens.

Siguiendo (como ahora suele decirse) a Charles Tilly, Doug McAdam y Sidney Tarrow, los autores declaran que adoptan “el enfoque transaccional” propuesto por estos y que desarrollarán su “ejercicio analítico bajo el auspicio teórico de la política contenciosa”. Que tan innovadoras bases teóricas no parezcan dar para más que afirmaciones tan estrafalarias como: “nada existe fuera de la interrelación entre individuos, por tanto, acciones y actores no son entidades preexistentes”, es lo de menos. El texto es solamente otro nítido ejemplo de un antiguo procedimiento; esto es, elegir un “marco teórico” —mientras más “novedoso” mejor— y a partir de ahí encajar con calzador en él cualquier cosa que nos hayamos propuesto “analizar”.   

Por más que en el artículo se intercalen pasajes como estos: “es necesario identificar los mecanismos de transacción que rigieron la consolidación de las políticas contenciosas de un grupo juvenil en Guadalajara denominado los Vikingos”; “la incursión de los Vikingos como grupo de oposición política concretó transacciones valorativas secuenciales”; “la fusión de identidades y las transacciones, ante el amplio mosaico ideológico, facilitaron la consolidación de un nuevo frente político-militar contencioso, llamado Liga Comunista 23 de Septiembre”, el “análisis”, una vez más, no va más allá de la mera recolección de datos y testimonios, conseguidos pepenando en archivos y mediante entrevistas. 

Por cierto, el “cuadro 1” —al que no había necesidad de numerar pues es el único— que pretende plasmar la estructura dirigente de la Liga en 1973 es fundamentalmente erróneo. Difícilmente podría no serlo, pues los propios autores asientan cándidamente que se trata de una “elaboración propia de acuerdo con un documento realizado por la Dirección Federal de Seguridad como informe policial”. 

Quizá el elevar un informe policiaco a la calidad de verdad histórica sea otra brillante aportación del enfoque transaccional. Más que la verbosidad “teórica” y repetitiva, esta sí que es una innovación. 

[2] Quien se interese puede consultarlo aquí: https://revistareplicante.com/el-atentado-contra-eugenio-garza-sada/.

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