
Hace pocas semanas tuve la oportunidad de hacer un exótico viaje al oeste de Texas (o más bien, a la exótica Texas). Tiempo antes, mi acompañante y yo nos habíamos propuesto algún día ir a los lugares más republicanos de ese estado de “la Unión Americana” (en algún momento tenía que usar este término, así es que lo hago de una vez). En nuestra fantasía, imaginábamos estar en un pequeño poblado desayunando hot cakes con jam, eggs y hasta papas “hash brown” ¡todo en el mismo plato!, en medio de puros güeros que nos iban a mirar con sospecha por ser forasteros y que al mismo tiempo iban a estar ataviados con playeras y gorras “make America great again” y bajando de autos con stickers alusivos al derecho a usar armas.
Una circunstancia que no viene al caso contar nos hizo tomar en serio el tal viaje. Sin mucho tiempo para prepararlo, sólo alcancé a consultar con una amiga conocedora quien muy segura me dijo: “Lubbock, tienen que ir a Lubbock”. “Pues a Lubbock iremos”, le respondí.
En un pequeño rato, mi acompañante y yo hicimos una breve búsqueda. Consultamos algunos datos sobre las principales concentraciones de voto republicano en Texas, y efectivamente, Lubbock estaba entre los primerísimos lugares ¡a Lubbock iremos!, nos dijimos.
Como quien se prepara psicológicamente antes de zambullirse en el agua fría, hicimos una parada en San Antonio. Ahí visitamos a unos buenos amigos norteamericanos que, como muchos, aunque no lo creamos, quieren mucho a México y su gente. Al conocer el motivo de nuestro viaje, uno de estos amigos me dijo “Es una razón muy extraña, pero ¡alguien tenía que hacer ese viaje alguna vez!”. Al día siguiente partimos con destino a San Angelo, ciudad pequeña con un dowtown simpático y mucha historia. En el camino nos detuvimos en Junction, pequeño poblado de cruce de caminos. Ahí comimos barbecue en medio de una mayoría de gente obesa que hablaba con un tono exagerado de voz mientras comía carne que había sido envuelta en papel aluminio sobre un plato desechable acompañado de un enorme vaso de refresco de “refil” repleto de hielos. La carne estaba muy buena, la verdad.
Después nos detuvimos en Menard. La carretera pasa por el centro del pueblo. El panorama de casas antiguas y abandonadas a la orilla del camino nos hicieron detenernos a curiosear. Entramos a un pequeño súper (“un súper de pueblo”, dijimos). En el estacionamiento vimos un auto con un sticker de un venado literalmente vaciando el resultado de su proceso digestivo sobre una palabra: “Biden”. Luego, al interior de la tienda, encontramos un rack con playeras alusivas al espíritu de libertad y heroísmo norteamericano. Una de ellas parecía resumir todo: “Back to back. World War Champs (Una tras otra. Campeones de la guerra mundial)”. Sin palabras. Nos fuimos de ahí entre banderines y stickers a favor del uso de armas y otras de apoyo a los veteranos de las 438,723 guerras en las que se ha entrometido el gobierno norteamericano por el mundo.

En San Angelo cenamos en Burger King, y por la mañana desayunamos hot cakes con jam en Denny’s. Después de caminar un poco por el pintoresco y poco transitado dowtown de San Angelo, nos fuimos con rumbo a Midland. Cuando llegamos dije irónica e ilusamente: “¡este es el Ciudad Madero de Texas! (nótense las tamaulipecas referencias que denotan mi origen tampiqueño -soy de Tampico, no de Cd. Madero, eso que quede claro, ja). Bombas que suben y bajan para ayudar a circular el petróleo se observan por todos lados, incluso en jardines y plazas; camiones transportando líquidos inflamables, instalaciones de refinería, polvo y más polvo, dan a esta ciudad el carácter propio de lo que es: uno de los centros medulares de la extracción de petróleo en Texas, y por tanto parte de una cuenca petrolera que dio y sigue dando riqueza a familias tan poderosas como los Bush, y hasta a aquellas como los Ewing, aparecidas en la ficción de series televisivas tan exitosas hace algunas décadas, como Dallas.
En Midland visitamos el museo del petróleo, el cual está patrocinado por empresas pertenecientes a esa industria, razón por la cual no es de extrañar que lo primero que sucede al visitante es que se le hace pasar a una sala en donde se proyecta un video que, de manera muy divertida, explica las incuestionables bondades del fracking (otra vez, sin palabras). Lo bueno de este museo, y la razón de hecho por la que lo visitamos, fue conocer sobre la historia social de esta zona en donde, hace un siglo, intermediarios acosaban a los rancheros para que vendieran sus tierras o se unieran a la fiebre del oro negro, transformando para siempre la vida y la geografía de esta región.
De Midland fuimos a Lubbock. Por la carretera se recorren kilómetros y kilómetros de tierra de cultivo de algodón, en un paisaje que sobre todo al inicio incluye el espectáculo de muchas bombas de refinería trabajando sin parar, subiendo y bajando a un ritmo que evoca al de la producción y consumo de mercancías derivadas de ese mineral. Lubbock, la auto procalamada “cottonest city”, se encuentra en una de las regiones de mayor producción de algodón del mundo, desde la cual se exporta tal producto a China para que se fabriquen la mayoría de los textiles con los que se viste y cobija la mayor parte de los seres humanos en la actualidad (Rivoli, 2005). La visita al museo del algodón fue muy interesante pues uno aprende mucho sobre el cultivo y procesamiento del producto, no obstante, no deja de resultar incómodo, por decir lo menos, que a uno le cuenten sólo parte de una historia que casi cualquiera sabe que está llena de sangre y maltrato hacia las poblaciones esclavas que, con sus manos y su vida, hicieron florecer este cultivo en el sur de Estados Unidos.

En medio de un ambiente de música country, trocas enormes, fast food y fast fashion, decidimos ir a una armería. Antes de entrar, un joven bajó de un auto con algo que identificamos como un rifle de asalto. Como si trajera una simple bolsa en la mano, entró al lugar. Nosotros tragamos saliva. Una vez adentro, muy pronto nos dimos cuenta de que este no es un lugar para ir a curiosear, pues en dos ocasiones nos preguntaron el clásico “¿qué se les ofrece?” Y nos dimos cuenta de que uno va a estos lugares porque algo se le ofrece: ¿algún problema con un vecino incómodo?, ¿quiere usted cambiar de jefe?, ¿se siente amenazado por gente de otro grupo étnico?, ¿teme que alguien lo ataque en la soledad de la noche? ¿Le molesta que la gente sea feliz? “¡Nosotros tenemos la solución!”. Después de dar un rondín e impresionarnos con lo que ahí vimos; de observar a un hombre cargando en brazos a su hija de 3 años mientras elegía qué pistola comprar; después de que uno de los empleados no nos quitaba los ojos de encima; todo ambientado por las imágenes y el sonido emitidos desde una pantalla sintonizada en Fox News justo en el día en que se había decidido el arresto de Donald Trump; después de todo eso, nos fuimos. Y salir de ahí fue como volver a respirar.
En el camino de regreso seguimos viendo stickers, banderines y playeras en los mini súper de las estaciones de servicio. Nos impresionaron frases como “Aquí no llamamos al 911”, acompañadas de la imagen de una pistola; o “De pie por la bandera, de rodillas por la cruz”, con una imagen de una cruz coloreada con los colores de la bandera de Estados Unidos; o “la segunda enmienda es mi permiso para portar armas” con el dibujo de un águila real norteamericana sosteniendo dos rifles; o “Nuestra causa fue justa. Veteranos de Vietnam”. Lo mismo sucedió con las banderas de Estados Unidos y los banderines de apoyo a Trump que vimos en las rejas de entrada de muchos ranchos a lo largo de la carretera de regreso hacia la frontera.
Antes de llegar a Laredo, de regreso, hicimos una parada en la escuela primaria Robb, de Uvalde, en donde un joven asesinó a 21 personas entre niños, niñas y profesoras en mayo de 2022. Frente al acceso principal a la escuela, un memorial con cruces, rosarios, fotografías, flores y osos de peluche recuerdan a las víctimas. El silencio es sepulcral. La garganta se cierra en un lugar así.

West Texas no es sólo esto que aquí describo. Conocimos gente amable que tuvo la humildad de sentirse agradecida con nuestra visita. Visitamos un lugar en donde se hacen botas vaqueras a mano; un hombre desvió su camino para literalmente abrirnos las puertas del estadio de futbol de la Texas Tech University, y alguien más se congratuló de nuestro interés por la historia de esta región. También notamos que, por más al norte (y a la derecha -política) que uno vaya a Texas, el español sigue siendo un idioma muy presente tanto en las conversaciones como en la música, tanto en las calles como en los lugares de consumo.
En fin. Se trató de un viaje extraño, pero ¡alguien tenía que hacerlo!
2 de mayo de 2023
Referencias:
Rivoli, Pietra, 2005, The Travel of a T-Shirt in the Global Economy. An economist examines the markets, power, and politics of world trade, New Jersey, John Wiley & Sons, Inc.
Imagen de portada: El petróleo en Midland. Foto del autor.
Apreciable Efrén: Felicitaciones por el panorama que nos compartes. ¡Alguien tenía que hacerlo!
En nuestro mundo perfilado por algoritmos, ayuda mucho dar, cuando menos, un vistazo a mundos con los que no podemos ni queremos empatizar.
Una saludable y estremecedora ducha de esas otras realidades que preferimos no mirar. Gracias.
Finalmente, si esperamos actuar con tino, nada mejor que la recomendación de M. Yourcenar: «…con los ojos abiertos…» Aunque duela, aunque irrite.
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