
Después de casi 30 años tuve oportunidad de pasar dos semanas en una zona rural en la que viví durante un año, entre 1992 y 1993. Se trata de la Sierra Gorda de Querétaro. Muchos de los cambios que encontré tienen que ver con ese modo de producción devenido manera de estar en el mundo, que “se extiende como una mancha de aceite” afectando los “géneros de vida” de las poblaciones (Braudel, 1987: 12).
En esas rancherías de la Sierra de Querétaro lo que eran veredas para personas y animales de carga, han sido convertidas en irregulares caminos de terracería y embachadas carreteras, que sinuosas atraviesan el bosque de pinos en las partes más altas y la vegetación del semi desierto en las partes más bajas. La energía eléctrica, aunque a veces falle, llega hasta el último rancho, dejando sólo a los más pobres de entre los pobres en la acostumbrada penumbra, la luz de una vela o de un “foco” (lámpara de mano). Éstos, los focos, han sido sustituidos casi en su totalidad por la luz integrada a los teléfonos celulares porque, aunque suene contradictorio, en una zona en donde no hay agua potable entubada, hay wifi, y la gente ahora se comunica a través de whatsapp.

La vida cotidiana ha cambiado mucho. Casi en su totalidad las casas dejaron de ser de palos, tierra y techos de lámina o palma, para convertirse en construcciones de block, con techos de dos aguas y detalles estilo americano traídos directamente y sin escalas por los pasaporteados. Las entonces escasas trocas son ahora abundantes, como lo son los vehículos tipo sedán y las cuatrimotos, conducidas no sólo por hombres, sino también por mujeres, jóvenes y hasta por niños. Si antes se caminaba en compañía de un animal de carga hasta para conseguir agua, ahora se juega a las carreras en motos y cuatrimotos, y hasta los jóvenes pasean en esos vehículos para distraerse.
En la cocina las cosas han cambiado también. Gracias al acceso a caminos llegó la estufa, el tanque de gas y el mobiliario más bromoso. Y gracias a la corriente eléctrica llegó también el refrigerador y con él los refrescos y la cerveza fría, que ya no caliente, como hace tiempo. Con la electricidad también llegó la televisión y, como decía, el wifi. Afortunadamente, la televisión no parece haberse arraigado en la zona. Son pocos los que acostumbran ver un programa televisivo, y si acaso mantienen encendido el televisor como si de un ruido de fondo se tratara. En cambio, el celular se ha convertido en algo indispensable. En las muchas tienditas se venden tarjetas cuya clave da acceso temporal al wifi emitido desde una antena. Gracias a los grupos de whatsapp, la gente ahora se comunica de manera más fácil con los muchos parientes que viven fuera de la Sierra, principalmente en Estados Unidos. Y si antes había que enviar a los niños a dar avisos a las casas para que la comunidad se reuniera para tratar algún asunto del rancho, ahora basta con enviar un mensaje en el grupo de whatsapp. Sin embargo, con el acceso a esta tecnología los niños y los jóvenes, quienes antes pasaban horas jugando en el cerro, ahora pasan demasiadas horas viendo la pantalla del celular. Se supone que durante la pandemia estos aparatos resolvieron el problema del cierre de escuelas, pero ya podemos imaginar cuál fue el resultado en términos de eficiencia educativa.
Y a propósito de las escuelas, éstas lucen flamantes, pintadas, recién remodeladas y cuidadas, pero vacías. El número de población ha disminuido, y las familias que quedan tienen cada vez menos hijos. El cierre de algunas escuelas parece inminente, por más y que, a diferencia de otras épocas, ahora hasta bachilleratos haya en los ranchos más importantes.

Detrás de este paulatino despoblamiento hacia los pueblos y ciudades más grandes, o hacia Estados Unidos, está principalmente la mercantilización de la vida. Con el acceso más fácil a los poblados más próximos y las ciudades más lejanas, llegaron de manera más abundante las mercancías. Hoy, por ejemplo, la molienda del maíz y la elaboración de las tortillas en el comal ya no es una tarea cotidiana, pues es más fácil detener la camioneta que pasa cada día venida desde el poblado más grande, y comprar unos kilos de tortillas; lo mismo sucede con muchos otros productos que abundan ahora en las misceláneas, convertidas en la panacea de quienes quieren “invertir” en un negocio las remesas llegadas desde Estados Unidos. Así, en las alacenas de las casas hoy es posible ver latas de frijoles, elotes, puré de tomate, salsas y otros productos que antes se hacían con los frutos que cada familia cultivaba en su milpa.
Gracias también a esa mercantilización, cada vez son menos las personas que trabajan la tierra, actividad que cada vez menos jóvenes realizan, sean hombres o mujeres, pues prefieren salir a trabajar a la ciudad, o a Estados Unidos, para ganar dinero y comprar lo que antes se sembraba y cubrir otras necesidades creadas por la nueva forma de vida. Como consecuencia de todo esto, oficios o servicios que antes no existían han sido creados. Por ejemplo, hoy existe el molino, al cual se acude con la carga de maíz que escasamente salió de la milpa; también el vendedor de tortillas, de chácharas, de ropa y de gas; el talachero, el mecánico de motos y hasta el pulquero, quien ahora vende lo que antes casi todos tenían.
Así, los magueyes se van pudriendo, los burros son casi una curiosidad y muchas milpas lucen abandonadas, al igual que las estufas de leña. Pronto, seguramente, algunas enfermedades derivadas del cambio en las costumbres alimenticias irán apareciendo, si no es que ya lo hicieron (los servicios de salud, proporcionados a través de algunas clínicas instaladas en la Sierra, son tal vez una de las mayores ventajas que han traído los caminos y la electricidad, sobre todo si se piensa en las dificultades que antes enfrentaban los enfermos que debían ser cargados en camillas durante horas para recibir servicios imperativos).

En medio de todo esto, queda el arraigo a la comunidad. Las tierras siguen siendo comunales, y la asamblea sigue tomando decisiones y defendiendo a los campesinos y sus familias de intereses que poco a poco se acercan amenazantes. La ciudad de Querétaro ha volteado desde hace años a ver a la Sierra como un destino turístico, así es que el avance de cabañas con chimeneas y vista a la Sierra, el “turismo ecológico”, los ruidosos racers, y hasta los ciclistas de montaña, interrumpen cada fin de semana la tranquilidad de los habitantes de la Sierra.
A pesar de todos estos cambios, la gente sigue siendo la misma. Las puertas de las casas se siguen abriendo al forastero, el “taquito” nunca falta para el visitante, menos la plática amena, cálida, sencilla y sincera. Pasar unas horas conversando con un habitante de la Sierra sigue siendo un maravilloso privilegio de la vida.
13 de diciembre de 2022
Bibliografía:
Braudel, Fernando, 1987, La dinámica del capitalismo. México, Fondo de Cultura Económica.
Efrén: Qué tan reciente (o no tanto) es el fenómeno de la migración de esta región a EUA y qué rol juega la disponibilidad de información que se comparte en los teléfonos móviles en este asunto?
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