
El pasado domingo se cumplió un nuevo aniversario de la rebelión estudiantil del 2 de octubre de 1968. Más de cinco décadas de un movimiento del que se han escrito miles de ensayos sobre las causas y efectos de aquel acontecimiento trágico pero a la vez glorioso. Sin embargo, el tiempo pasado y todo lo dicho no anulan su vigencia. Por lo que nos toca más de cerca, hay muchas razones para que los universitarios de la UANL sigamos recordando aquella rebelión estudiantil. Una de ellas es rememorar el espíritu crítico de aquellos universitarios del que hoy adolece la UANL. En nuestra universidad enfrentamos situaciones bastante adversas, como el autoritarismo que ahoga la débil vida democrática en los espacios de decisión académica y que nos condena a seguir las recetas educativas de los organismos internacionales; como las altas cuotas escolares y exámenes de admisión a preparatorias y facultades que alejan a las clases populares de los estudios universitarios condenándolas a una vida precaria; o como el acelerado deterioro de la calidad académica que se expresa en un gran conglomerado de profesores mal pagados y en profesionistas desvinculados de los problemas que enfrenta la sociedad.
En aquel periodo autoritario del país, el principal portavoz de las reivindicaciones sociales en México fueron los estudiantes, poniendo como demanda central el cambio democrático, por lo que la revuelta del estudiantado tuvo un gran significado político que amenazaba la estabilidad del régimen surgido de la revolución de 1910 (Brachet, 2001 ).
La movilización estudiantil se gestó desde 1966 rechazando el examen de admisión a la entrada a las facultades de la UNAM, por lo que acceder a la educación media superior ya no era garantía de ingreso a la universidad. En medio de acciones autoritarias por parte del gobierno, como la expulsión de dirigentes estudiantiles, el movimiento logró que se restableciera el pase automático. Sin embargo, el problema no concluyó. Muy pronto la policía intervino contra cualquier reunión estudiantil de protesta a lo largo y ancho del país, como fueron los casos de represión militar contra los estudiantes de Guanajuato y de Michoacán.

El 30 de julio de 1968 todas las preparatorias de la UNAM fueron cerradas por las policías, lo que provocó una fuerte respuesta de la comunidad universitaria mediante una gran movilización de 10 mil personas, lo que a su vez también desencadenó represión y persecuciones. La espiral de violencia no terminaría hasta el fatídico 2 de octubre.
¿Por qué la espiral de violencia del gobierno hacia el movimiento estudiantil? Una respuesta bastante convincente la ofrece Brachet (2001). En ella sostiene que la rebelión estudiantil fue vista por el gobierno como un peligro de desestabilización del régimen. Pues si bien los estudiantes no eran vitales para el régimen, como lo fueron los obreros o campesinos décadas atrás, su rebeldía, a decir de Brachet, podría ser peligrosa al provocar la movilización de sectores de trabajadores, que habían quedado al margen de los beneficios distribuidos por el desarrollo estabilizador, y de la clase media a la que pertenecían los padres de los estudiantes. Los observadores del movimiento estudiantil dieron cuenta de que las marchas previas al 2 de octubre fueron acompañadas por importantes contingentes de la clase media y de marginados urbanos.
Brachet asume que la reforma política electoral implementada a inicios de la década de los 1970, que consistió en la apertura de nuevos partidos políticos a la lucha electoral, fue la respuesta del régimen al reclamo democrático de los estudiantes, reclamo que el gobierno de Díaz Ordaz no estuvo dispuesto a otorgar. La reforma electoral derivó con el paso del tiempo en el fin del régimen priísta.

Foto: Carlos Maruri/Cuartoscuro
Para la vida social y política de la ciudad de Monterrey el movimiento del 68 fue el inicio de la primavera estudiantil que duró un tramo de la década de los 1970, en la que se demandó autogestión y democracia en todos los procesos internos. Ello llevaría a la autonomía universitaria, proceso que se desnaturalizó por la ola de autoritarismo y represión en los años subsecuentes.
En el siglo XXI los reclamos de los universitarios de la UANL siguen siendo de democracia, educación de calidad y comprometida con los grandes problemas que enfrentamos en el estado, como es la violencia y criminalidad, la desigualdad social, el cambio climático. Para lograrlo es imperativo transformar la UANL, lo que implica necesariamente recuperar el espíritu crítico de nuestros predecesores de 1968, tan ausente hoy en día en nuestra universidad.
4 de octubre de 2022
Referencia bibliográfica
Brachet, Viviane (2001), El pacto de dominación. Estado, clase y reforma social en México (1910-1995), México, El Colegio de México.
Imágenes de portada y de interior: tomadas de Internet