
Me he preguntado cómo ha impactado, en el arte y la cultura, la pandemia generada por el virus SARS-coV-2 y por la contingencia sanitaria activada para protegernos como sociedad. Sabemos que, hasta el momento, este sector ha sido uno de los más golpeados por la pandemia, como lo demuestra la encuesta realizada exprofeso (UNAM, 2020). En esta entrega quiero compartir un proyecto de investigación en el que comienzo a trabajar, en forma de ideas, cuestionamientos, hipótesis y una que otra cifra. La investigación refiere únicamente a la música popular y a sus actores, ámbito que comparte muchas de las condiciones con disciplinas afines.
Estoy pensando en la música popular como el conjunto de actividades alrededor de la producción, distribución y consumo de música en ámbitos urbanos y rurales-urbanos, con un carácter altamente mediatizado, un acento mercantil y una dependencia creciente con la evolución tecnológica. Habrá que reconocer la diversidad de esferas y actores implicados, pues cuando decimos música creemos referirnos a los músicos solamente.
¿Quiénes son los actores del mundo de la música popular? Además de los músicos, los promotores artísticos, los gerentes de las casi desaparecidas disqueras y de las emergentes empresas digitales de generación y distribución de contenidos, los managers, los técnicos de audio, diseñadores, escenógrafos y publicistas, fotógrafos, profesionales de la información en la industria del espectáculo, los constructores de instrumentos musicales, sus vendedores y reparadores, y un largo etcétera.
También podemos distinguir distintos ámbitos de actividad. Por un lado están las grandes empresas de la música, sean discográficas, de conciertos en vivo, de distribución de contenidos. Por otro, el sector de las compañías independientes y, finalmente, un gran sector informal compuesto por innumerables artistas que no pertenecen a ninguna organización. Aunque siempre hay vasos comunicantes entre unos y otros, son universos muy diferentes y, dentro de cada uno de ellos, se desarrollan distintas escenas.

Ahora bien, ¿por qué valdría la pena estudiar a la música popular bajo esta condición de pandemia y contingencia?; ¿qué características la harían digna de estudio? Se me ocurren algunas: desde el punto de vista económico, ésta claramente no es una actividad prioritaria. De hecho, esta rama de la actividad social ha sido una de las que primero cierran -si no la primera- y de las que se reabren hasta el final. ¿Por qué? Porque, al menos en el sector de la música en vivo (bares, antros, auditorios, macroconciertos, etc.), hablamos de nuestros cuerpos en estrecho contacto, que son mediados por la música para expresarse, sentirse, explorarse y bailar. Y, porque en cada época o coyuntura histórica hay un sector de la intelectualidad que refleja su tiempo en productos con orientaciones estéticas/éticas, como la música. Pero ¿qué pasa si no hay condiciones para que eso ocurra? ¿Qué les pasa a ellos y qué le pasa a la sociedad?
Tres características me parecen relevantes para un estudio como este: el impacto, la reacción de los actores y el papel del Estado. Cada uno tiene aspectos a desplegar, que abordamos someramente aquí, destacando su estrecha vinculación y mutuo condicionamiento. Por nuestra experiencia colectiva en estos dos años, sabemos que economía y salud, siempre en tensión, mantienen un frágil equilibrio y que, a su vez, también están íntimamente relacionados con otros aspectos tales como la educación y el desarrollo tecnológico. Respecto de la economía, el impacto fue directo y brutal, pues de manera abrupta se cancelaron a principios de 2020 conciertos, audiciones, giras, grabaciones.
El reportero Fernando Cortina (2020) recupera datos de la publicación Rolling Stones para indicar que, “el área de entretenimiento en vivo a nivel mundial vale 26 mil millones de dólares, y el New York Times reportó que la venta de boletos de las 100 giras más esperadas en Norteamérica generó 5.6 mil millones de dólares en 2019. Live Nation Entertainment, una de las productoras de eventos más importantes de Estados Unidos, reportó una caída en el valor de sus acciones de más del 15% en los últimos 15 días (de 2020)”. Aunque se ha recuperado recientemente, ha bajado de nuevo con la variante ómicron.

Añadido a esto, muchos, si no es que la mayoría de los actores de este ramo, laboran como trabajadores independientes, sin prestaciones de ninguna clase. Al acabarse el trabajo no tienen ningún tipo de protección o red que no sea la que hayan construido previamente (trabajos paralelos o complementarios, seguros del cónyuge). Pero no se tiene que acabar el trabajo para que vengan los tiempos malos. Mariachis contagiados en las camionetas que los trasladan a los pocos eventos que hay; productores contagiados por los usuarios de sus estudios de grabación, casi sin usar… Un músico enfermo y sin servicio de salud pública es un caso ilustrativo de la precariedad real que siempre ha estado escondida en países como los nuestros, detrás del aparente glamour del trabajo artístico.
Sencillamente enfermarse es un daño económico y desemplearse es una amenaza para la salud. Ahí es donde el impacto de la pandemia muestra los efectos vinculantes entre lo físico y lo emocional. El estrés, la angustia y la depresión aparecen como factores que, a su vez, agudizan nuestros males, causan otros nuevos o nos vuelven proclives a nuevas enfermedades.
¿La depresión que la mayoría de nosotros ha padecido en estos tiempos, impacta de manera particular en los músicos por no poder salir, por no poder hacer lo que les gusta, por no tener trabajo? Ante la conciencia de que su modo de vida es ése precisamente: expresar aquello que la gente no percibe o no es capaz de expresar, y el artista sí, gracias a su sensibilidad, creatividad y valor, aparecen la enfermedad, el desempleo o la depresión, bloqueando y perturbando este lado de su ser.
No con todos ha ocurrido así. Como buena parte de la sociedad, muchos músicos exploran nuevas opciones de desarrollo profesional, económico y espiritual. Se han inclinado hacia explotar todas las posibilidades que el ciberespacio o los mundos virtuales ofrecen a través de la Internet, sea para regalar, solicitar o comprar canciones, conciertos, consultorías, asesorías, instrumentos. Para muchos artistas esta ha sido una oportunidad no pedida para desarrollar labores creativas desde sus hogares, sus estudios caseros, cuyos beneficios sólo se pueden ver a plenitud, cuando haya más normalidad.
Tampoco esa es la única salida. Hay músicos que salen a la calle para buscar complemento a sus ingresos cuando las clases presenciales de música ya no existen, músicos que ya estaban en la calle pero se les acabaron los trabajos complementarios (Ramos, 2020; Santa Cruz, 2019). Es también en la calle donde algunos de ellos se topan con una vitalidad urbana, una fuerza de resistencia que, en lo más duro de la pandemia, aflora en la rutina de la ciudad. Pues para muchos jamás ha habido ni hay protección o contingencia sanitaria.

Por otro lado, me planteo preguntas sobre la suma de contingencias que es, a su vez, la suma de desigualdades. Por ejemplo, la contingencia generada por la violencia armada de los años pasados y presentes, con su cuota de caídos, desaparecidos y desplazados. Me pregunto sobre el paralelismo de la rutina experimentada en la ciudad de Monterrey, por no referirme a otros espacios, como algunas zonas de Michoacán o las ciudades fronterizas de Tamaulipas, donde la violencia armada no ha desaparecido o se ha agudizado. En aquellos lugares o en el Monterrey del periodo 2008-2011, con un toque de queda auto impuesto, la vida se acababa a las 10 de la noche cuando, en teoría, los músicos debían salir a tocar en los espacios en vivo, de manera que muchos de ellos, tomaron actividades paralelas o sencillamente se dedicaron a otras cosas.
Finalmente, aparece el papel del Estado mexicano ante este sector. No ofrezco una opinión formada porque aún no tengo datos para conformarla. Me queda claro que será una de las labores más interesantes y también difíciles de realizar, y que éste no es un ámbito que el Estado haya privilegiado para su atención. Pero sí hay necesidad de evaluar, al paso de estos 22 meses, la política pública hacia la cultura -y hacia la música popular en particular- en tiempos de pandemia, lo que se ha hecho o dejado de hacer, así como el costo social que esto ha tenido.
Hay, sin embargo algunas cosas que pueden estar claras: La existencia de prácticas económicas de formalidad, informalidad e ilegalidad alrededor de la música popular genera muy diversos universos, por lo que el apoyo para un subsector no significa apoyo generalizable. Tal diversidad está basada en la gran desigualdad económica y social, pero también en la variedad de los mundos legales del Estado, así como de los paralegales y paramilitares de los grupos del crimen organizado, en muchos de los cuales hay colaboración. Los músicos se mueven en todos estos mundos, de modo que las generalizaciones sobre lo que hace o deja de hacer el Estado se convierten en un riesgo.
Por otro lado, en Francia, Canadá y otros países, por ejemplo, se han dado apoyos a organizaciones culturales, así como apoyos individualizados a los artistas (Worldwide Independent News, 2020), mientras que la organización gremial de los músicos mexicanos es muy rudimentaria. Aun así, se han podido ver intentos diversos de organización para pedir ayuda a las autoridades (García, 2020) o para ofrecérsela entre los mismos miembros del gremio.

En la introducción al libro Economías de las músicas norteñas, he destacado que pandemia y contingencia han obligado a los artistas “…a reinventarse, en tanto artistas y en tanto seres humanos con necesidades económicas. Dentro de este sector, las economías alrededor de la música popular han tenido una dramática caída en el ámbito de la música en vivo. De acuerdo con lo que hemos visto y oído durante estos meses, podríamos decir que se han intensificado los fenómenos que se describen en este libro y que siempre han rodeado a muchos músicos populares: la inseguridad, la cultura del riesgo, la vida como contingencia. A quienes tenían más capitales económicos, sociales o culturales, esos recursos les han ayudado a resistir e incluso a crear en el confinamiento. A muchos otros, sin tantos recursos y sujetos a un mayor grado de incertidumbre, les ha tocado buscar otras alternativas económicas aunque no hayan dejado por completo la música. No obstante, al posible castigo por contravenir la censura; a la volubilidad de algún jefe narco, en tanto cliente o a su venganza por contravenir las normas no escritas que rodean ciertos medios musicales controlados por el crimen organizado; al desplazamiento hacia otros lugares debido a la violencia o las amenazas, ahora se han agregado la enfermedad y la muerte, que esperan, pacientes, que ocurra un descuido en cualquier lugar, especialmente en las contadas oportunidades de trabajo (Olvera, 2021: 17-18)”.
Así pues, podemos creer que muchos de los músicos, no sé si la mayoría, están bailando al son de la pandemia, pero también al son de las distintas contingencias vividas y acumuladas.
18 de enero de 2022
* Agradezco a José Miguel Sánchez por su trabajo como asistente en este proyecto.
** Portada: Tocando en el metro de Madrid. Foto de David Expósito, tomada de El País.
Referencias.
-Cortina, F. (2020). Coronavirus y el impacto en la industria musical en vivo. Forbes México.
-García, J. (2020). Músicos se manifiestan en busca de apoyo ante la pandemia. Excélsior.
-Olvera, J.J. (2021). “las músicas norteñas en contexto”, en José Juan Olvera (coordinador). Economía de las músicas norteñas. Casa Chata. México.
-Ramos, M. (2020). La pandemia los lleva a tocar para todos. El Norte.
-Santa Cruz, Israel. (2020). Contingencia por Covid-19 también afecta a músicos de Monterrey [Archivo de video]. Telediario Monterrey.
-UNAM (2020). Estudio de opinión para conocer el impacto del Covid-19 en las personas que trabajan en el sector cultural en México. Cátedra Inés Amor.
-Worldwide Independent News. (2020). La industria musical independiente en tiempos de Covid-19.