
En 1988, el Programa de Naciones Unidas para el medioambiente (PNUE) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) crean el Grupo de Expertos Intergubernamentales sobre la evolución del Clima (GIEC). Dos años más tarde, en 1990, el GIEC saca su primer reporte de evaluación que servirá de base para la organización de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima y el desarrollo en Rio de Janeiro en 1992.
A partir de esta fecha, el GIEC alerta sobre la evolución del cambio climático y sus consecuencias para la humanidad, la ONU organiza cumbres internacionales y sus miembros firman acuerdos y establecen protocolos para transitar de un modelo socio-productivo basado en la explotación de las energías fósiles hacia otro menos contaminante que permita disminuir los efectos del calentamiento global.
Las alertas sobre los efectos del cambio climático y la responsabilidad humana sobre este ya tienen más de 30 años y cada año las Conferencias de las Partes (COP) intentan mediante un ejercicio diplomático complejo establecer acuerdos y responsabilidades entre las partes participantes. Sin embargo, los reportes del grupo de expertos publicados cada 5 años, se vuelven siempre más apocalípticos conforme se acerca el horizonte del año 2050.
Lo que está en juego es el sistema socio-productivo y por lo tanto el sistema económico dominante que le es asociado en la gran mayoría de los países. Un nuevo modelo socio-productivo debe inventarse, basado en un consumo reducido de las energías fósiles.

En paralelo a estas alertas sobre el cambio climático, otro fenómeno se ha ido desarrollando en el mundo: el crecimiento de las ciudades. En el año 2015, 55% de la población mundial vivía en una ciudad contra 30% en 1950. Las previsiones establecen que para el año 2050 será 68% de la población que vivirá en una ciudad. Las ciudades de más de 1 millón de habitantes han pasado de 16, en 1900, a 513 para el año 2015[1]. Las megalópolis se han multiplicado y seguirán desarrollándose principalmente en Asia, África y América Latina.
Por lo tanto, la ciudad es sin duda uno de los lugares desde donde pensar un sistema socio-productivo alterno. El fenómeno urbano se encuentra en el centro de la problemática del calentamiento global y de sus posibles soluciones. Las grandes aglomeraciones urbanas constituyen la arquitectura de los procesos de globalización (nodos decisionales y nodos de redes de comunicaciones y de innovaciones) hasta convertirse en ciudades globales como las califica Saskia Sassen, que al cumplir con una serie de características participan directamente de las dinámicas globales por encima de los Estados Nación. Así como dice Sassen: “La gran ciudad actual se ha convertido en el lugar estratégico de todo tipo de nuevas operaciones -políticas, económicas, «culturales», subjetivas-, uno de los nodos donde tanto los favorecidos como los excluidos formulan nuevas reivindicaciones, y donde éstas se constituyen y encuentran su expresión concreta”[2].
El crecimiento urbano, tanto en población como en superficie, aumenta los problemas de circulación y de movilidad, de contaminación energética, de falta de viviendas dignas y de desigualdades sociales.

Nuestra querida Área Metropolitana de Monterrey (AMM) no escapa a esta realidad. Hace unos meses con la publicación de los resultados preliminares del censo de población 2020 del INEGI, la prensa local se jactó con orgullo que Monterrey y su área conurbada había pasado ya los 5 millones de habitantes, situándola como la segunda ciudad del país después de la Zona Metropolitana del Valle de México, que cuenta con más de 21 millones de habitantes. En 10 años el AMM creció 30%, el cual se debe en gran parte a la llegada de migrantes tanto nacionales como internacionales.
A la par de este crecimiento poblacional, las construcciones de nuevos edificios se multiplican a lo largo y ancho del AMM. Desde que se liberó la ley de construcciones verticales con la Ley Desarrollo urbano del 2009, se han multiplicado los proyectos de edificios multiusos donde se combinan oficinas, comercios y departamentos. Hasta ahora se han contabilizado[3] 64 proyectos de construcciones verticales en el AMM, desde torres exclusivas hasta conjuntos de edificios más abordables, pasando por edificios de multiusos.
Si bien la verticalidad es recomendada como paliativo a la extensión territorial horizontal de las ciudades, no deja de presentar problemas fuertes a mediano y largo plazo. El primero y más tangible de estos es la cuestión de la movilidad y del transporte público. Con un sistema de transporte deficitario, el AMM no está preparada para garantizar una movilidad eficiente y de calidad entre los diferentes puntos de la ciudad; y por lo tanto es probable que el parque vehicular aumente. Otro problema estructural fuerte es el ligado a las capacidades energéticas (torres de departamentos con aire acondicionado continuo) y de abastecimiento de agua para todas estas torres de departamentos y oficinas planeadas en el AMM. Sin mencionar la gestión de los desechos que aún funciona con métricas del siglo pasado. La ausencia de política pública para la selección de la basura desde el hogar y luego su revalorización en la cadena productiva, es sin duda uno de los atrasos más grande de la gran urbe que se desdibuja.

Finalmente, el crecimiento exponencial de construcciones verticales, accesibles solo a la parte de la población que tiene el poder adquisitivo para asumir un crédito a 15 o 20 años para la compra de un departamento, y el proceso de gentrificación que lo acompaña generan tensiones sobre la vivienda. La segregación residencial provoca la expulsión de ciertas poblaciones hacia las afueras de la ciudad anulando así la concentración vertical. La expansión de la mancha urbana sigue así su paso inexorable, las faldas de los cerros están colonizadas (tanto por los recién llegados como por el desarrollo de zonas altamente exclusivas) generando una tensión sobre la biodiversidad y aumentando la deforestación. Mientras se habla de ciudades inteligentes, la equidad y la inclusión social siguen al margen de las preocupaciones de una planeación urbana ausente y un desarrollo urbano anárquico.
Y así la AMM sigue su camino sin tomar en cuenta la realidad del calentamiento global. Durante los últimos años, Monterrey se ha colocado entre las ciudades más contaminadas del país e incluso de América Latina, sin que se vea una reacción por parte de las autoridades.
En este panorama devastador que anuncia claramente los límites del modelo socio-productivo actual, algunas iniciativas ciudadanas parecen tomar la batuta del cambio. Sin embargo, es necesario que todos los actores del modelo entren en acción para poder hacer frente a lo que se viene: episodios de canícula repetidos, falta de agua, incremento de enfermedades relacionadas, tensión en la producción de energías fósiles, etcétera.
5 de julio de 2021
[1] Nations unies, division Population, World Urbanization Prospects. www.un.org
[2] La Ciudad Global: Una Introduccion al concepto y su historia. Saskia Sassen. 1995. En: http://www.estudislocals.cat/wp-content/uploads/2017/01/La_ciudad_Global-Saskia-Sassen.pdf
[3] Para más información se puede consultar los videos del youtuber: Obras México que presenta los diferentes proyectos en curso en la ciudad: https://www.youtube.com/watch?v=xq4izb5pAV8