
En México y en muchos países que se han solidarizado con el movimiento por Ayotzinapa, el 26 de septiembre representa mucho más que una conmemoración. Para los padres, madres, hermanos, esposas, hijos e hijas de los 43 estudiantes desaparecidos, el próximo día 26 será una jornada más de las 2,191 transcurridas con el peso de la ausencia.
Por tanto, lo menos que podemos hacer es exigir verdad y justicia: que las instancias oficiales asuman el crimen de Estado; que se castigue a los culpables materiales e intelectuales del ataque perpetrado con armas de alto poder y por las mismas fuerzas del orden contra los estudiantes, quienes ese día circulaban en cinco autobuses a través de la ciudad de Iguala, ataque que además de 43 estudiantes secuestrados por policías dejó también tres normalistas asesinados y otros más heridos de gravedad, así como tres personas más asesinadas en sucesos paralelos (uno de ellos menor de edad, integrante de un equipo de futbol que viajaba en autobús junto con su equipo); sobre todo, sea como sea que haya terminado la agresión, que se regrese a los estudiantes o se informe dónde están (la consigna debe ser y será: “Vivos se los llevaron; vivos los queremos”).
Pronto se cumplirán seis años –ojalá no fuera así– sin saber de estos jóvenes estudiantes de la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, quienes osaron con soñar y con buscar cumplir las primicias que aprendían en su propia escuela: contar con un trabajo digno como profesores y a la vez propulsar el desarrollo de sus comunidades. Además, es bastante probable que vivir en la zona más violenta y de las más pobres del país brinde una visión muy particular del universo, y lo que para citadinos bien portados de clase media puede parecer una falta inaceptable —tomar autobuses comerciales con fines de movilización política— para jóvenes pobres, muchos de ellos de origen indígena pero sobre todo con los ideales de la juventud bien puestos, aquello no sea más que una práctica de disidencia política, de la que muchos de nosotros incluso formamos parte en esa mágica época de la juventud, donde no nos limitábamos cuando se trataba de cambiar el mundo.
En estos casi seis años los 43 de Ayotzinapa y sus compañeros asesinados ese día no han podido disfrutar de la vida en familia, de vivir los ideales de la camaradería y solidaridad, ejercitados por ejemplo, cuando algunos de quienes ese día estaban cómodamente en el dormitorio de su internado en la Isidro Burgos, no dudaron en viajar a Iguala para auxiliar a sus otros compañeros que les habían pedido auxilio vía celular, porque estaban ya cercados por policías (Iguala se encuentra a dos horas de distancia de Ayotzinapa). Paradójicamente los estudiantes de Ayotzinapa estaban organizándose para asistir, como todos los años y en conjunto con estudiantes de todas las normales del país, a la conmemoración del 2 de octubre en la Ciudad de México, para lo cual buscaban recolectar dinero con el que habrían de sustentar el alimento y alojamiento de sus camaradas que se congregarían en el internado de Ayotzinapa previo a la importante fecha en que se recuerda la matanza de estudiantes en Tlatelolco por parte del gobierno mexicano.

No obstante, aun con la ausencia de los 43 y de los otros tres muchachos asesinados esa noche, la Normal de Ayotzinapa sigue mostrando su majestuosa arquitectura de las primeras décadas del siglo XX con su patio y fachada principal en forma hexagonal; con sus paredes adornadas con murales de luchadores sociales (Zapata, Lucio Cabañas, el “Che”) o de filósofos que quienes nos dedicamos a la docencia en el área social nos regocijamos en leer (como Marx y Engels) pero a quienes una vez afuera de los salones los volvemos letra muerta; su alberca e instalaciones para la recreación y deporte; sus campos de trabajo donde se ejercen los “módulos de producción” en los que se siembra y se practica la ganadería; los hermosos patios que son sólo un complemento más del idílico paisaje de la sierra; y sobre todo, los entrañables pasillos… corredores que no están diseñados como los de las universidades de ahora, que parecen más espacios de oficina o simplemente que son lugar de paso entre una clase y otra: los pasillos de la Normal Isidro Burgos emulan los de una escuela tradicional, abiertos al exterior, y sobre todo son el lugar perfecto para la interacción entre compañeros; es donde surgen las epifanías que pueden culminar en esos grandes proyectos que buscan transformar el mundo.

La trágica historia de los estudiantes de Ayotzinapa y el dolor de sus familias se contrapone con la indiferencia de las autoridades, que siempre han apostado al olvido y en este caso, a imponer la famosa “verdad histórica”, con la que se pretendió encubrir a los culpables del delito de desaparición forzada. Se contrapone también a la indiferencia de cierto sector social que gusta solazarse en explicaciones del estilo “si eso les pasó es porque en algo andaban”; explicaciones que son un eco de las justificaciones esgrimidas en la época de la Guerra contra el narco, donde mucha gente alimentó la idea de que al crimen había que acabarlo con balas y sangre e incluso parte de la opinión pública llegó a aceptar —al menos así se mostraba en las redes sociales— que las fuerzas del orden cometieran excesos como lo eran las ejecuciones extrajudiciales y los métodos de tortura; las historias bárbaras que escuchamos de la Revolución mexicana, como la “ley fuga” o los famosos dichos de “mátalos en caliente” o “primero mato y después virigüo”, se replicaron en pleno siglo XXI.
Ayotzinapa vive porque sigue ausente la justicia. No han aparecido a quienes se llevaron vivos, y no sólo los esperan sus familias y amigos y compañeros y maestros, sino toda una comunidad que siente empatía por este movimiento porque muchas veces sufre del mismo dolor: tener a un ser querido desaparecido.
Pero Ayotzinapa también vive porque siguen vigentes los ideales de la educación popular, la búsqueda de transformación social desde las comunidades, la práctica democrática en los consejos estudiantiles (práctica que en las universidades “modernas” es demeritada porque los consejos son una mera simulación ya que están cooptados por las administraciones).

Nunca como en esta época de la educación a distancia necesitamos revivir los ideales de la juventud, y por qué no, de la disidencia (cuando ésta busca cuestionar y remover los cimientos de nuestra realidad más inmediata, que es nuestro lugar de trabajo y estudio). ¿Qué pensarían Abelardo, Adán, Jesús, Antonio, Benjamín y Bernardo de esta época de encierro, donde los controles sobre estudiantes y profesores parecen cada vez más visos de lo que podría ser la sociedad totalitaria del futuro, con videocámaras como medio de vigilancia desde el profesor hacia los alumnos y desde las instituciones hacia los docentes? ¿Qué preguntas y reflexiones harían Abel, Carlos Iván, Jorge Antonio, Cutberto, Dorian, Jonás y Emiliano sobre el uso del celular como medio de imposición de la (auto)explotación laboral en el esquema alardeado por los coaches del pensamiento positivo con su 24/7? ¿Qué visión nos darían Carlos Lorenzo, Everardo, Felipe, Giovanni, Israel Caballero, Magdaleno, Jorge Álvarez y Aníbal sobre el uso de plataformas educativas como sustituto de la autonomía docente en la generación de contenidos y pedagogías? ¿Estarían de acuerdo Jorge Luis, José Ángel Campos, José Luis, Julio César, Leonel y Luis Ángel Abarca con el cúmulo de horas frente a la pantalla a las que condenamos a nuestros estudiantes? ¿Qué preguntas se estarían formulando ahora Luis Ángel Francisco, Israel Jacinto, Marcial, Marco y Jhosivani sobre la desigualdad que estamos reproduciendo sobre los estudiantes más pobres que están imposibilitados de llevar una clase a distancia de manera óptima, situación que muchos de ellos conocían de primera mano? ¿César, Alfonso, Miguel Ángel Hernández, Tomás, Martín y Mauricio estarían de acuerdo con el desgaste que imponemos en los padres de familia que tienen destrozadas sus mentes en partes porque se han convertido en los maestros “sombra” de sus hijos pequeños al mismo tiempo que atienden su propio trabajo? ¿Qué cuestionamientos harían José Ángel Navarrete, José Eduardo, Miguel Ángel Mendoza, Saúl y Alexander sobre el falso “multitasking” al que, según se pregona, los seres humanos podemos ajustarnos (estar al pendiente al mismo tiempo de la videocámara, del chat, del Whatsapp, del contenido, la pedagogía, la tecnología y el ambiente de la clase)? ¿Qué pensarían, imaginarían y nos harían reflexionar nuestros muchachos si estuvieran aquí ahora con nosotros?
Nunca como ahora necesitamos a jóvenes idealistas como los de Ayotzinapa, los 43, que busquen crear controversia, que no sólo luchen por ser más productivos, resolver problemas de corto plazo y solucionar problemas para elevar “los indicadores”. Necesitamos también muchachos que practiquen y enseñen el ideal del pensamiento crítico, que cuestionen el mundo para transformarlo. Actuemos para que nunca más tengamos otra noche de Iguala y sí muchos Ayotzinapa.
Muchachos, ahora casi hermanados de corazón por ser parte de esos 43 que nos faltan: ustedes son nosotros cuando éramos jóvenes. Nosotros somos ustedes. Los esperamos. Seguimos buscándolos. Por ustedes y por sus familias exigimos verdad y justicia.
21 de septiembre de 2020
*El logo de Ayotzinapa y los materiales acerca de los 6 años de búsqueda de verdad y justicia se recuperan de https://centroprodh.org.mx/ay6tzinapa/
**Imágenes tomadas de internet