72 se dice como 43. Sobre la masacre de San Fernando/ Por Ignacio Irazuzta

El 23 de agosto pasado se cumplieron diez años de la masacre de San Fernando en la que 72 migrantes de Honduras, El Salvador, Guatemala, Brasil y Ecuador, en tránsito hacia los Estados Unidos, fueron asesinados en el ejido el Huizachal de ese municipio de Tamaulipas. Ejecutados por la espalda y apilados luego sus cuerpos en interior de una bodega en desuso, el caso es uno de esos que se califican de masacre: una matanza masiva de gente indefensa a la que resulta difícil atribuirle una causa. Esa dificultad se corresponde con otra, la de generar una representación, una manera de contar lo sucedido que logre distribuir adecuadamente el sentido de lo que no puede volver a suceder. Hechos como el de San Fernando nos ponen en el límite de la representación (Burucúa y Kwiatkowski, 2014), haciéndonos pensar frecuentemente que no hay modos humanos de imaginarnos en la situación de quienes fueron víctimas de una masacre. Y, aunque se asuma esa imposibilidad de representación, no podemos renunciar a decir; no podemos abandonar el trabajo de hacer memoria, no podemos no procurar la no repetición y no podemos dejar de intentar hablar de causas y consecuencias de lo sucedido, aun cuando lo que podamos decir no solvente la impunidad del caso.

De entre esas cosas que no podemos dejar de decir, aun a sabiendas de las dificultades de representación, quisiera destacar algunas sobre lo que San Fernando significa en la migración y en el carácter continuo y sistemático de la violencia en México y en las sociedades contemporáneas:

San Fernando ha institucionalizado la presencia de la violencia en la práctica de migrar. No es que antes no existiera; no es que el cuerpo de la persona migrante estuviese exento de ella. La posibilidad de la muerte o de ser herido en el trayecto es una constante en el paso hacia los Estados Unidos, sea por el asalto en el camino de los Maras o por no resistir la embestida de la naturaleza en la travesía del desierto o la fuerza de La Bestia. Pero la masacre de San Fernando constituyó un hito que ha vuelto a la violencia parte consustancial de la práctica de migrar. En varios aspectos: en el más evidente de la institucionalización al sancionarse en México, un año después de los hechos, una ley de migración que asume al migrante como esencialmente vulnerable; como víctima del delito y, frente a ello, un antídoto del que aún queda por demostrarse su eficacia o incluso su implementación, un tratamiento desde el enfoque de los derechos humanos. 

Se ha institucionalizado reinstalando en México una figura migratoria que es, desde origen hasta destino, la pauta más evidente de la violencia sistemática y generalizada, la figura del refugio. Según la COMAR, desde 2015 las solicitudes de refugio se han ido incrementando hasta superar en 2019 las 70 mil.

Se ha institucionalizado también colmando de significado los lugares en los que los migrantes son acogidos en su travesía por el territorio mexicano. El hito infausto de San Fernando está presente en la mayoría de las casas de migrantes: desde la emblemática “La 72” en Tenosique, Tabasco, por donde ingresan los migrantes a México, hasta la Casa del Migrante de Saltillo, con una gran inscripción del número 72 en su patio central. De principio a fin, esa representación sobre formas extremas de la violencia acompaña y jalona todo el paso migratorio por México.

Retablo dedicado a los 72 De San Fernando en la casa refugio la 72, en Tenosique, Tabasco. Foto: Victoria Ríos Infante

También se institucionaliza desde el costado más esperanzador o reconfortante de tan colosal desdicha. Frente a eso que uno de los curas que impulsa y gestiona una de las tantas casas de migrantes en México llama con su lenguaje religioso “el infierno”, surge y se reproduce una vocación extensa de ayuda y solidaridad para con los migrantes. Como ese mismo sacerdote reconoce, San Fernando ha unido a defensores de los derechos humanos y a los migrantes en una misma lucha; ha sido un pilar fundamental de lo que desde visiones más seculares llamamos “economía moral de los derechos humanos” (Fassin, 2010): un entramado de vocaciones, dedicaciones, normas, espacios y movilizaciones que, si bien hasta que permanezca vivo le quedará demostrar su eficacia en el freno a la violencia, por lo menos (y no es poco), no cesa en demandarle al Estado su responsabilidad en los hechos, sean por comisión o por omisión.

Patio central de la Casa del Migrante de Saltillo. Foto: Agencia EFE

Y hasta que nos ha llegado la pandemia, San Fernando ha institucionalizado un modo de migrar que parece ir cuajando una forma de lucha en un sujeto que, por su misma condición, la de migrante, sin derechos reconocidos, parece imposible. Las caravanas migrantes, surgidas como estrategia de protección colectiva frente a los peligros de la travesía, muestran también a la migración como movimiento social (Mezzadra, 2012), como una instancia de lucha y planteamiento de demandas frente a un régimen de fronteras y migración que, al fin y al cabo, de origen a destino, es la gran causa de la gran violencia.

La migración se ha ido institucionalizando también como campo de lucha a partir de lo de San Fernando porque, desde entonces, los migrantes “aparecen como desaparecidos”. No hay oxímoron. Triste pero elocuentemente, la desaparición ha devenido hoy una forma de aparecer para sujetos que de otro modo nunca los veríamos representados en el espacio público. La expresión no es una macabra justificación de uno de los crímenes más lesivos de humanidad; es un modo de enfatizar hechos como que en el 2015 el Grupo de Trabajo sobre Desaparición Forzada de las Naciones Unidas, considerara a la desaparición en el contexto de la migración; como que el Movimiento Migrante Mesoamericano recorra todo México (también en caravanas) en busca de migrantes desaparecidos, o como que en 2018 se haya celebrado en Ciudad de México el Primer Encuentro Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos en el marco del Foro Social Mundial de Migración. Hoy, migrar conjuga con desaparecer. Y hoy, también, 72 es a la migración lo que 43 a la desaparición. Hoy, 72 se dice como 43, expresa un hito en la memoria nacional y transnacional que, en un futuro menos violento, esperemos se consolide como el recuerdo de una lucha por la dignidad, más que como un pasado de violencia extrema. 

6 de septiembre de 2020

*El logo de Ayotzinapa y los materiales acerca de los 6 años de búsqueda de verdad y justicia se recuperan de https://centroprodh.org.mx/ay6tzinapa/


Referencias:

Burucúa, José y Kwiatkowski, Nicolás (2014). ¿Cómo sucedieron estas cosas? Representar masacres y genocidios, Buenos Aires: Katz.

Fassin, Didier  (2015). La raison humanitaire, Paris: Gallimard.

Hernández-Hernández, Oscar Misael y otros (2020). Reflexiones sobre el asesinato de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, Matamoros: COLEF. Disponible en: https://www.colef.mx/estudiosdeelcolef/reflexiones-sobre-el-asesinato-de-72-migrantes-en-san-fernando/

Mezzadra, Sandro (2012). “Capitalismo, migraciones y luchas sociales. La mirada de la autonomía”, en Nueva Sociedad, nº 213.

Ilustración de portada: antimonumento frente a la Embajada de los Estados Unidos en la Ciudad de México para conmemorar los 10 años de la masacre de San Fernando. Foto: Aristegui Noticias.

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