Mientras el mundo pasa por un momento histórico en el que nos hemos jactado de tener en el confinamiento un espacio para la reflexión, la educación formal ha hecho alarde de inmutabilidad. Múltiples posibilidades se nos presentan en circunstancias donde pensar en la vida y en la muerte nos permite valorar la primera. Pero pareciera que la escuela permanece como si nada pasara… y hasta recargada. Esto no es casual. La educación es un acto político, y es necesario tener presente esa idea para entender las resoluciones que, ante la situación de emergencia, se han dado a fin de salvar las trayectorias escolares del estudiantado. He ahí lo importante, desde la educación básica hasta la superior el foco ha estado puesto en el cumplimiento de planes y programas que, retocados, aseguren el recorrido prometido. Así, quienes no estuvieron en capacidad de aprovechar el plan alternativo serán individualmente responsables.
Y aunque la desigualdad social ha quedado claramente expuesta a través de las decisiones tomadas desde una concepción de la educación como homogénea y homogeneizadora, el afán de controlar procesos humanos que, justamente por ser humanos, son diversos, queda de lado. La diversidad de los caminos que pueden ser andados en medio de la crisis queda oculta, puesto que las reacciones inmediatas poco espacio han dejado a la deseada reflexión en el internamiento, lo cual nos permitiría pensar en modos diferentes de hacer educación.
En el discurso enfocado en el cumplimiento de las trayectorias escolares, se pone en manifiesto que las acciones están dirigidas a un objetivo muy bien definido: el credencialismo educativo. A todas luces, ha quedado expuesta la relación educación-productividad contenida en las intenciones de un sistema que atiende intereses económicos, enmarcados en una ideología que deja de lado la vida y la creatividad. En el contexto de la educación neoliberal, la única opción que se presenta como viable es la educación a distancia que, más que en línea, está alineada a una lógica de exclusión. Quienes defienden que la utilización de nuevas tecnologías (plataformas digitales, aplicaciones móviles) evidencia la innovación en las reactivas propuestas, olvidan que el pizarrón y los libros de texto fueron también novedosos instrumentos que mantuvieron la transmisión de contenidos escolares conservadores en sus propósitos. Lejos de ser neutrales, los dispositivos representan contenidos en sí mismos.
Viñeta recuperada de http://www.72kilos.com
En medio de esto, la dimensión privada del hogar se ha vuelto pública, y hay que responder a la altura para no quedar expuestos en nuestra fragilidad. Las condiciones en las que se encuentren las nuevas aulas de emergencia quedan en un segundo plano. La reconstrucción de la vida familiar en un ambiente de reclusión voluntaria por el bien común se asume como una obviedad, sin considerar que (también) ahí hay contenidos de aprendizaje. Las respuestas ante los cuestionamientos en relación con el significado de las situaciones de riesgo, de la salud y de la vida, del ejercicio de las labores domésticas y de la distribución del dinero en momentos de incertidumbre, no sirven para las intenciones educativas medibles a través de evaluaciones cuantificables útiles para la acreditación en un sistema escolar esclerotizado.
Aunque nos resistamos a admitirlo, el principal contenido que estamos transmitiendo a través de la ejecución de los planes y programas predeterminados a los que nos hemos comprometido a cumplir aún en estas circunstancias, es que lo importante es el abordaje de temas prescritos con miras al cumplimiento de trayectorias trazadas en circunstancias normales, en las cuales no nos encontramos por el momento. La flexibilidad curricular, en el contexto de los mandatos institucionales se ha limitado al rediseño de contenidos académicos y los recursos didácticos, con los cuales aseguremos el logro del desarrollo de las competencias preestablecidas. Pero la flexibilidad curricular es mucho más que eso si consideramos que el origen etimológico de la palabra currículum es recorrer, así, en infinitivo, lo que implica que es abierto, según lo que se vaya presentando mientras se transita.
En esta coyuntura histórica para la humanidad, el camino es el de la propia vida; de ahí que, para quienes nos dedicamos a la docencia, sea necesario hacer un alto y preguntarnos qué es lo urgente en este momento y reconocernos como actores del proceso educativo. Más allá de los rediseños que hemos realizado en nuestros programas, necesitamos aprovechar las circunstancias para preguntarnos por nuestra concepción de educación, y observar si somos conscientes de aquello en lo que estamos colaborando. El momento que estamos viviendo podría ser el espacio ideal para ello.
Quienes tenemos como función enseñar contamos con herramientas para el análisis de la situación. Los fundamentos teóricos del ejercicio docente nos permiten saber que la observación y la experimentación son aspectos clave en el proceso de aprendizaje y, ante la inmediatez de las acciones institucionales, no debemos olvidar que el juego, el arte y la lectura, entre otros, son medios para lo que realmente importa aprender: la vida. En palabras de Alfred Whithead, “sólo hay una manera para la educación y es la Vida en todas sus manifestaciones”[1]; en lugar de ello, la escuela se mantiene en contenidos que muchas veces no son conectados con lo que estamos viviendo. Tengamos en cuenta que el autor escribió eso en 1912 y no está alejado de lo que hoy vemos. Insistimos en navegar en la incertidumbre con una brújula que nos lleva, una y otra vez, al mismo punto: la escuela como único espacio educativo.
En este periodo de crisis, todas las personas involucradas en la operatividad de los procesos de enseñanza y aprendizaje de contenidos escolares (en el que se incluye a la familia, por su relevante papel en este momento, puesto que el hogar ha transmutado en aula) estamos pasando por momentos de tensión. Con el genuino deseo de que las cosas funcionen, hemos pasado por un aprendizaje de shock (tanto docentes como estudiantes) para responder a las intenciones institucionales. El núcleo de ese funcionamiento es lo que resulta acuciante cuestionar en momentos de emergencia como éste.
Es urgente hacer un alto y repensar la escuela, y hacernos cargo de lo que importa: la vida. La educación es más que trayectorias escolares, y acontece caminando (así, en gerundio). Las prescripciones quedan de lado, a menos que lo que deseemos transmitir al estudiantado es que los ciclos escolares son más importantes que la vida misma. ¿Es así?
4 de mayo de 2020
[1] Los fines de la educación y otros ensayos, recuperado de https://es.scribd.com/document/147681958/Whitehead-Alfred-1928-Los-fines-de-la-educacion-pdf
Imagen del portada: “Educación”, de Hyuro (Segunto, España). Publicación en Tweeter.
Primero la vida, después lo demás…
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Excelente idea. Nada es más importante que la vida misma. No solo las autoridades deben repensar la situación, también los docentes que asumen como prioridad el aprendizaje de contenidos alejados del sentido de la vida misma.
Si es complicado asumir el «Tacto en la enseñanza» como lo expresa Van Manen en esta situación espero logre sensibilizar para advertir tu idea. Nada es más importante que la vida misma.
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Gracias por sus comentarios. Como tú, Fernando, considero que asumiendo una posición política de manera consciente, tenderemos puentes entre esas necesidades y las autoridades. Continuamos en la lucha.
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