8-9M y Coronavirus: ¡Vivan las Enfermeras! / por Séverine Durin

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El lunes 9 de marzo nos quedamos en casa, paramos por convicción después de un histórico 8 de marzo, para que en nuestro entorno cotidiano se sintiera nuestra ausencia. ¿Cómo se siente la ausencia de la compañera de trabajo que normalmente se encarga de girar oficios? ¿De la recepcionista que con voz alegre contesta el teléfono? ¿De la trabajadora de limpieza que inicia el día vaciando los botes de basura en los baños y limpia las tazas de los sanitarios? ¿Y cómo sería si mamá no regresará a casa, y no hubiera quien dejará la ropa limpia, planchada, junto con la lonchera llena, para ir a la escuela o la oficina? ¿Cómo sería nuestro mundo si las mujeres desapareciesen?

Por semanas, ante la ola de feminicidios y por la indignación que sentimos las mujeres, ocurrió una movilización sin precedente en México,  el tema estuvo en todas las bocas. Y luego de escuchar algunas reacciones de varones, algunos conmovidos, otros hartos ante tanto feminismo, nos llegó el coronavirus.

Tres días después del 9 de marzo, de la preparatoria de mi hijo nos informaron que las clases presenciales se suspenderían por una semana, mientras las y los profesores se preparaban para dar clases en línea. Ese mismo día, ante el miedo a morir por contagio que inspiró el anuncio del primer caso de coronavirus en Nuevo León, gente acomodada salió masivamente a comprar un artículo de higiene: papel de baño.

Limpiar. Y mantener higienizados los cuerpos y espacios. Somos las mujeres quienes, culturalmente, asumimos la realización de estas tareas. Pocos son los varones, padres de recién nacidos, quienes se hacen cargo de cambiar los pañales de su bebé. Y qué decir del lavado de la ropa, o del planchado. Tal vez sea más común que haya varones que cocinen, laven trastes, los acomoden, pero los datos de la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo son inequívocos: las tareas de limpieza y cuidados las asumen mayormente las mujeres (INEGI).

Entonces, cuando se empezaron a tomar medidas preventivas ante la contingencia sanitaria (fase 1), que supusieron el cierre de escuelas y la realización de labores desde casa de parte de quienes podían abstenerse de presentarse en oficinas –medidas que se volvieron obligatorias con la fase 2– el confinamiento implicó un desbarajuste y reorganización de las actividades laborales, escolares, de limpieza y de cuidados a nivel de los hogares.

Estos se volvieron el lugar donde todas estas actividades tenían que realizarse al mismo tiempo, por lo menos para aquellas personas que no desarrollan labores consideradas “esenciales” o que no están obligadas a salir a vender productos para conseguir el pan de cada día. Y de un día a otro aumentó de manera inédita el trabajo de limpieza, y el trabajo emocional que implica ofrecer soporte a los seres queridos angustiados, enfermos, y cuidadores.

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Fuente: Protocolo que nos fue compartido por una médica especialista cuando tuvimos que cuidar de una persona mayor hospitalizada. Disponible en el sitio de UNICEF en Perú.

Mientras tanto, desde los centros de trabajo se asumía que las labores diarias podían seguir haciéndose de la misma manera, desde casa, gracias a la bendita tecnología: Si podemos reunirnos ahora por medio de los cada vez más numerosos sistemas de videoconferencias, ¿por qué aplazar las reuniones y coloquios? ¿No sería esta contingencia una oportunidad para terminar de escribir artículos pendientes, y que las y los estudiantes escribieran sus tesis?

El punto es que no todas las personas están en igualdad de circunstancias ante la pandemia y el #QuedateEnCasa, por obvias razones de clase, pero también por la edad, el género, la comorbilidad, la constitución del hogar, así que en cada casa la situación es distinta. No obstante, lo que no varía en el discurso público, es la invisibilidad del trabajo de limpieza y cuidados y su desvalorización.

Es fecha que no se considera que cuidar niñas, niños y adolescentes requiere atención, recursos emocionales, y disposición. Que limpiar ropa, colgarla, descolgarla, doblarla, plancharla, acomodarla, limpiar baños, cocina, ventanas, patios, areneros de gatos, banquetas, cocheras, es trabajo.  Que comprar la despensa (y surtirla para varios días en tiempos de contingencia) implica haber pensado antes qué se debe de comprar, revisar lo que hay en la alacena, en el refrigerador, hacer una lista, lo cual con lleva una carga mental.

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Fuente: «Carga mental y estrés en el trabajo de hogar«

Todo esto no es algo nato, sino que lo hemos aprendido desde pequeñas, junto a nuestras madres, hermanas mayores, tías y abuelas, y es producto de muchos años de aprendizaje. No obstante, estos años de formación no se ven reflejados en un diploma, profesionalizante, que brinda reconocimiento social como un título de contador o abogado. El trabajo de limpiar y cuidar es invisible y desvalorado. Esto se ha dicho muchas veces, pero hemos de repetirlo y explicarlo una y otra vez, porque tal parece que no ha está quedando claro.

Tal desvalorización del trabajo de limpiar y cuidar es violencia estructural, como diría Johan Galtung (1990), aquella que mantiene a las mujeres y niñas aisladas en sus casas, excluidas de los mercados de trabajo, y de los estudios superiores por tener que asumir las tareas de cuidados y limpieza.

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Fuente: Facebook Mujeres + Mujeres

Esta violencia estructural es producto de una violencia cultural (Galtung, 1990), es decir, de ideas de sentido común, ampliamente compartidas y naturalizadas, que no son puestas en tela de juicio. Esto que los científicos sociales llaman representaciones sociales. Por ejemplo, que las mujeres han de tener hijos, amarlos y cuidarlos, por encima de tener proyectos de desarrollo profesional. Que diseñar y producir automóviles es más valioso que cuidar personas mayores. Que las niñas deben aprender a comportarse, sentarse con las piernas cruzadas, obedecer y cuidar de su apariencia física. Que los varones han de ser valientes y no llorar, porque llorar es cosa de mujeres. Estas ideas, y muchas otras, tienden a subordinar y cosificar a las mujeres y a las niñas ante la autoridad masculina, del padre, del marido, además de sobrevalorar el principio de ganancia por sobre el de cuidar de las personas y de la vida.

Esta violencia cultural deriva en violencias directas, como las indignantes y graves agresiones físicas en contra del personal médico, muy particularmente de las enfermeras al salir de sus domicilios y abordar el transporte público, con golpes y aspersión de cloro (ver nota). Estas expresan no solamente el miedo al contagio y a morir, son la expresión visible de la desvalorización del trabajo de cuidado, así como de las personas que lo realizan: las enfermeras, y por extensión, de todas las personas cuidadoras (ver video). Estas violencias directas conforman la tercera dimensión del triángulo de la violencia de Johan Galtung.

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Fuente: Ilustración gráfica de Séverine Durin con base en Galtung (1990)

Las agresiones en contra de las enfermeras y enfermeros son el producto de la violencia machista que impera en México, y llama la atención que así no ocurra en otros países donde cada día se aplaude y reconoce al trabajo del personal de salud.

Esta violencia machista redunda también en el aumento de la violencia doméstica y en feminicidios infantiles. Durante la contingencia sanitaria, ante el rechazo de los varones por compartir las tareas de limpieza y cuidados, la incapacidad de muchos por cuidar de niñas y niños y asumir el trabajo emocional que esto implica, golpean a sus parejas, a las niñas y niños, incluso hasta asesinarles.

#QuedateEnCasa significa también estar confinadas en casa con el agresor: entre el 24 de marzo y el 7 de abril murieron asesinadas 5 niñas, de las cuales tres eran bebés, una tenía 5 años y la última era adolescente.

«En #MéxicoFeminicida se siguen contando los casos de feminicidios infantiles en pleno período de cuarentena:

    1. Arely Santiso Álvaro, un año de edad. Desapareció el 24 de marzo y localizada sin vida y con signos de violación sexual el 26 de marzo en Cancún.
    2. Ana Paola, 13 años de edad. Sufrió abuso sexual y fue asesinada en su domicilio el 2 de abril. Nogales, Sonora.
    3. Alison Gabriela, 2 años de edad. Asesinada a golpes, se hallaron huellas de agresión sexual. Puebla, 6 de abril.
    4. Bebé de 6 meses sufre violación sexual y muere a causa de la agresión. Oaxaca, 6 de abril.
    5. Jennifer Milagros, 5 años de edad. Asesinada a golpes presuntamente por su padrastro, hoy en estado de fuga. Nuevo León, 7 de abril.»

#NiUnaMenos
#VivasNosQueremos

(Tomado de: Facebook Lili Lollipop López 10/04/2020)

El 8 y 9 de marzo no quedaron atrás. Las redes feministas de apoyo siguen funcionando. Pues hoy, más que nunca, es evidente que el acontecimiento del 8-9 de marzo no era un asunto coyuntural, sino que las mujeres mexicanas estaban expresando su hartazgo ante la violencia que día con día sufren.

Tengo una certeza, y sé que somos muchas las personas que la compartimos. Sobre este mundo no se levantará el sol de nuevo si no asumimos que cuidar la vida es más importante que producir y acumular, que el valor de la vida es inconmensurable, así como lo es el beneficio del apoyo prestado al desconocido, sólo por ser una persona, como tú y yo.

Urge que todas las instituciones gubernamentales y privadas asuman su papel de transformar las ideas de sentido común acerca de las mujeres, dejando de lado aquellas de obediencia y sacrificio de las hijas, madres y esposas, para reconocer la aportación de las mujeres a la sociedad, mediante su trabajo, y el valor inestimable de la labor de las enfermeras y enfermeros en tiempos de contingencia.

Así mismo, que se diga alto y fuerte que los padres, hermanos e hijos han de entrarle a lavar platos, ropa, zapatos, planchar, porque en cada casa se requiere de un gran equipo para que la vida florezca, y que mañana haya salud para todos nosotros.

Porque la apuesta es por la vida.

13 de abril de 2020

 

Bibliografía:

Galtung, Johan (1990). “Cultural violence”, Journal of Peace Research, Vol. 27 N.3, pp. 291-305.

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