Y luego… ¿qué? / por Anne Fouquet

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Día #35 de confinamiento, faltan 42 días para poder salir de casa en este lado del mundo. O sea, un total de 11 semanas, casi 3 meses con desplazamientos limitados, con trabajo desde casa, con distanciamiento social. Deja tiempo para pensar y observar las consecuencias económicas, sociales y ambientales provocadas por este suspenso del tiempo. Aterradora, pero a la vez esperanzadora la crisis sanitaria del coronavirus viene a interrogar el modelo tanto social, económico como geopolítico de este principio del siglo 21.

¿Y al salir, qué haremos? ¿Qué encontraremos afuera?

Casi la mitad de la población mundial, cerca de 3 mil millones de personas se encuentran confinadas o recluidas. En promedio los tiempos de confinamiento son de 6 semanas. Este tiempo de paréntesis en la productividad y en su corolario el consumismo, no sólo da al planeta un respiro si no que interroga el propio modelo de desarrollo que se ha venido siguiendo desde décadas atrás. Medidas que parecían improbables tomar para mejorar la salud del planeta se están realizando, así que sí se puede, no por la voluntad política sino por un pequeño virus letal que vino a desorganizar la globalización. Aparecen patos en la avenida de los Campos Elíseos vaciada de sus autos, delfines y otros mamíferos marinos se dejan ver en todas las costas del planeta, osos y jabalís pasean en las calles de varias ciudades. Las tasas de contaminación ambiental han bajado, las fotos satelitales de la NASA muestran claramente la reducción de las emisiones de dióxido de carbón y de nitrógeno. Es probable que este regreso de la naturaleza no dure, el humano pronto recuperará sus espacios. Sin embargo, es un llamado de atención de que la naturaleza y su fauna están muy cerca de los humanos.

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Mejor aire en China. Fuente: National Geographic 

Mientras la naturaleza hace sus intrusiones en las ciudades, la economía mundial está parada.

Los aviones se quedan en el suelo, los barcos y sus contenedores llenos de mercancías ya no salen de los puertos, las actividades productivas “no esenciales” se han paralizado. La primera víctima del virus es la globalización y sus cadenas globales de valores. Las fragilidades y aberraciones de la globalización se hicieron aún más visibles con esta crisis que vino a pegarle en su propia lógica productivista. La escasez de los cubrebocas ilustra este absurdo. Resulta que el productor mundial de cubre bocas es China y que, para ahorrar tres pesos, la mayoría de los países dejaron de producir este pequeño pedazo de tela tan útil en caso de crisis sanitaria. China, donde apareció el coronavirus, entró primero en crisis sanitaria, parando su economía y por lo tanto la producción de cubrebocas para exportación, generando una penuria mundial. Vimos escenas alucinantes de lotes de cubrebocas directamente negociados en las pistas de los aeropuertos y ofrecidas al mejor postor.

La pandemia ha revelado las fallas de la globalización. No que no fueran conocidas, pero se hicieron visibles a los ojos de los ciudadanos del mundo. China aparece como el mega comerciante, lo que le confiere de hecho un lugar central en el comercio mundial y por lo tanto en la globalización. La mayoría de las cadenas de valores de los sectores industriales del Siglo XX (automotriz, producción de medicamentos, textiles, siderurgia, etc.) pasan por China, que lidera además algunos de los nuevos sectores industriales (electrónica, Inteligencia Artificial, energías renovables) mediante el control del 70% de la producción de metales raros necesarios para la fabricación de las baterías de teléfonos y autos electrónicos entre otros.

China se pelea el primer lugar con Estados Unidos, la primera potencia económica mundial del Siglo XX. De fábrica del Mundo, China ha pasado a ambiciones más importantes: convertirse en la primera potencia mundial. Desde 2013, Xi Jiping con su llegada al poder anuncia su ambición de abrir nuevas rutas de la seda para asegurar a China el control de las conexiones terrestres, marítimas para vender su producción al resto del planeta. El mapa siguiente muestra el diseño de estas nuevas rutas de la Seda, que como vemos, se extienden hacia el oeste desde Europa hasta África y se acompañan de inversiones fuertes en los países que cruzan. Hoy en día, China es el primer inversionista en infraestructuras en África y en América Latina, dejando lejos a los países occidentales tradicionalmente presentes en estos continentes.

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La nueva Ruta de la Seda. Fuente: El País

Ahora, al salir del confinamiento, al reactivarse la producción vamos a entender que estamos en una crisis económica estructural de gran escala. No es la primera ni será la última, pero ésta tiene una dimensión mundial y simultánea. El costo económico, y por lo tanto el costo social, de la pandemia son estratosféricos. En los países más ricos, los gobiernos abrieron las válvulas del dinero con medidas de apoyo a las y los asalariados temporalmente desempleados, a las pequeñas y medianas empresas, a las personas en situación de calle. Prevén también apoyos a las grandes empresas estratégicas sea con inyección de dinero, exención de impuestos o nacionalizaciones.  Se inyectaron también cantidades impresionantes de dinero en los sistemas de salud, abandonados durante décadas y que no pudieron hacer frente a la crisis sanitaria. En los países más pobres, también se han multiplicado las medidas de apoyo económico a la población, pero no en las mismas dimensiones que en los países más ricos. En este panorama de una crisis económica estructural profunda y devastadora nos queda la posibilidad de repensar y reinventar el modelo productivo.

La globalización no desaparecerá, pero las formas de ésta pueden y deberán cambiar. Puede que sea resultado de mi optimismo, pero creo que lo que está mostrando esta pandemia son los límites e insensatez de la globalización, de la deslocalización de las actividades productivas y económicas. Se han despertado conciencias sobre la necesidad de voltear la mirada hacia lo local. Apoyar al productor local en lugar de comprar frutas y verduras traídos en barcos o aviones de países lejanos, producir localmente en lugar de depender de tornillos hechos en China u otro país asiático. Reactivar la comunidad, la solidaridad más cercana.

20 de abril de 2020

**Portada: Patos en Notre Dame, imagen tomada de internet.

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