La fuerza transgresora de la empatía / Por Séverine Durin

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El trabajo como tema de estudio me apasiona desde hace años, pero más que esto, me gusta trabajar, y mucho. Emplearme como cajera en un supermercado por cuatro años, para financiar mis estudios en economía, me permitió ser autónoma de mis padres. Siempre sentí que mi entendimiento del curso de Economía del trabajo era distinto al de mis compañeros, quienes asistían a la universidad becados por sus padres o la universidad. Yo era una estudiante-trabajadora, que en ciertas horas de la semana leía sobre la teoría del valor, la enajenación de la fuerza de trabajo en el proceso de producción capitalista, y en otras horas vendía su fuerza de trabajo, y sentía profundo orgullo y dignidad al hacerlo. Estaba consciente de los mecanismos de explotación  en los cuales estábamos inmersas las cajeras, no obstante, trabajar y cobrar un salario me generaba gran satisfacción. Y por más poca que era mi paga, también lo eran mis necesidades, y ¡qué bien se siente vivir del esfuerzo propio!

Desempeñarme como cajera también me llevó a entender en carne propia lo que significa realizar un trabajo socialmente desvalorado y estigmatizado; en Francia se asume que no se requieren de habilidades ni de conocimientos para ser cajera. Nada más falso, se trata de un trabajo difícil, cansado, donde hay que lidiar con la prepotencia de algunos clientes, su impaciencia durante los horarios pico, los ritmos de trabajo impuestos, entre otras tantas dificultades que sortear. No por nada, éste es un trabajo que realizan mayormente mujeres, y resulta ser mal pagado.

Recuerdo que un día, muy probablemente un viernes por la tarde, llegó a mi caja un grupo de estudiantes de la facultad de economía que cursaban el mismo semestre. Los saludé, pero éstos no me devolvieron el saludo. Nunca supe si fue por la sorpresa que les inspiró el verme ahí, trabajando, mientras ellos eran hijos de empresarios. O si sintieron vergüenza. Tal vez lástima. No lo sé. El hecho es que no me devolvieron el saludo, a pesar de que nos conocíamos.

Creo que fundamentalmente se encontraron ante algo incongruente, que desafió su pensamiento, su ordenamiento del mundo y los desconcertó. Un trabajo desvalorizado sólo puede realizarlo una persona a quien se le atribuye poca valía. No es que haya trabajos que requieran de más o menos habilidades. No hay trabajo fácil de hacer y que no requiera de habilidades y conocimientos. Pero sí  hay ideas de sentido común (en jerga académica: representaciones sociales) acerca de quienes deben, o pueden, realizar ciertas tareas.

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Cajera de supermercado

La representación social según la cual las mujeres sabemos lavar y cuidar por naturaleza (como si esto no fuera algo que aprendimos mediante años de capacitación, al lavar y cuidar en la casa materna) implica que el trabajo del hogar sea un empleo precario, mal pagado y privado de derechos.

También, las ideas de sentido común acerca de quiénes son candidatas idóneas al trabajo del hogar de planta justifican prácticas discriminatorias, tales como no permitirles que tengan tiempo libre entre semana, un espacio propio y seguro, una alimentación de calidad, un contrato de trabajo y prestaciones sociales. Las consideraciones acerca de que son migrantes, venidas de zonas rurales, muchas veces indígenas, se usan para argumentar que sus necesidades son menos que las propias, pueden estar disponibles las 24 horas del día, incluso varios días seguidos, y entonces justificar la privación de derechos.

Es decir, y me puede decirlo, cuanto menos persona se es visto, menos valorado es el trabajo que se supone puede realizar uno. O bien, cuánto más desvalorado sea un trabajo, más precario y mal remunerado es, y menos consideración se tiene a las personas que lo realizan. Así, hay múltiples ejemplos, y personas potencialmente explotables: personas migrantes, campesinos, indígenas, extranjeros, ancianos, niños y adolescentes, varones de medios populares, personas con baja escolaridad, madres que crían solas a sus hijos, etc.[1] Así es como las desigualdades sociales son refrendadas sobre la base de conocimientos y habilidades consideradas más o menos valiosas, que se les atribuyen a las personas.

Y es también así como nos convencemos de que hay que estudiar, acceder a la educación, para progresar, y tener los diplomas que acreditan habilidades y conocimientos socialmente valorados.

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Jornaleros agrícolas en campos de Sinaloa

Como académica, economista y antropóloga, mi trabajo como profesora-investigadora es socialmente valorado. Incluso, el rango cuasi aristocrático que brindan los títulos universitarios en México hace de mí la Dra. Durin, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), y de la Academia Mexicana de Ciencias.[2]

Pese a su supuesta valía, el trabajo académico también es despreciado y objeto de descalificaciones. Por ejemplo, las declaraciones del presidente acerca de los académicos, que realizan “turismo político” [3 de junio de 2019], o bien que “no salen de sus cubículos” [7 de agosto de 2019], nos brindan luces acerca del tipo de descalificaciones a las cuales nos enfrentamos. Estas declaraciones se realizaron en contextos políticos específicos, las primeras para justificar recortes presupuestales del 30 al 50% de varias partidas presupuestales del sector público, y la supresión de los viajes de funcionarios al extranjero, que fueron presentados como “privilegios”.[3]Las segundas para justificar la supresión del Seguro Popular, y deslegitimar a quienes integran el Coneval,[4]cuyos estudios habían destacado algunos méritos de esta cobertura médica. En otras oportunidades, el Tren Maya fue motivo de críticas hacia quienes preguntaban por el impacto ambiental y sociocultural del megaproyecto turístico, críticas que fueron replicadas en redes sociales.

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Fuente: http://www.ladodeportivo.mx/noticia.php?id=1963032

Todas estas descalificaciones acerca del trabajo de los académicos y las académicas, tienen fundamentalmente que ver con el poder, porque el conocimiento es poder. Nuestro trabajo consiste en generar conocimientos, dar cuenta de saberes diversos, saberes que no siempre les dan la razón a las acciones gubernamentales, porque nuestra función no es ésta. No es tarea nuestra aplaudir, sino ser reflexivos, críticos ante la realidad, actual y pasada, y contribuir al entendimiento del mundo en sus múltiples dimensiones.

Sin embargo, el control de la comunicación acerca de las acciones del gobierno también es parte del ejercicio del poder. Lo que se dice acerca de lo que se hace, y qué tan bien se hace, les importa mucho a los gobernantes, y en general a los actores sociales, llámense instituciones, organizaciones de la sociedad civil, universidades, etc.

En este tenor, es común que se nos interrogue sobre la utilidad y pertinencia de lo que hacemos las y los investigadores. La pregunta sería: ¿hay conocimientos más útiles que otros? Pero esta pregunta no es tan sencilla de contestar. En la medida que nuestras investigaciones están financiadas por recursos públicos, derivados del pago de impuestos, hemos de rendir cuentas y colaborar con nuestros conocimientos a la resolución de problemas sociales, económicos, ambientales, etc.

Pero nuestra función no puede reducirse a ésta. ¿Qué habría de una sociedad sin filosofía? ¿Sin reflexión sobre la fragilidad de la vida y la fuerza transgresora de la empatía? Las descalificaciones esgrimidas desde una posición de autoridad[5]se vuelven abusos de poder, contribuyen a quebrantar espejos y romper lazos. Entonces, lo que nos queda es resistir: reconstruir espejos, levantar puentes, retejer lazos con palabras, explicar por qué es valioso lo que hace una persona. No hay ni persona ni trabajo que no sean valiosos, sólo discursos de poder que los desvalorizan, para justificar una baja remuneración, el cese de prestaciones sociales, la privación de derechos, impedir el acceso a la justicia, o fomentar el repudio.

Ser empáticos es transgredir y resistir.

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[1]Incluso, hay mucho trabajo gratuito, que no es remunerado, y es categorizado como “ayuda”. ¿Cuántas mujeres no “ayudan” a sus maridos con tareas de secretarias en sus negocios sin recibir paga alguna? ¿Cuántas niñas y niños no trabajan gratuitamente en apoyo a las actividades del hogar y en el campo?

[2]Soy parte del SNI y de la AMC porque presenté mi candidatura, y si bien nadie me obligó, las características del empleo nos orillan a ello. A cambio del cobro de un estímulo mensual y de reconocimiento social, se fomenta la auto-explotación, la competencia y la precarización de nuestro trabajo, pues a más estímulos monetarios, menos legítima es la petición de aumento de la nómina.

[3]Luego de una amplia discusión acerca de la importancia de dialogar entre pares académicos en espacios como los coloquios internacionales, se revisó esta medida.

[4]Consejo Nacional de la Evaluación de la Política de Desarrollo Social.

[5]Y autoridad no es sinónimo de gobierno.

Imagen de portada. Fuente: http://hablandodeeconomia.fmjp.es/tema1-economia-la-ciencia-util/

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