A partir de que en México fue inminente la entrada al poder del que se considera el primer gobierno federal de izquierda, nos hemos acostumbrado a escuchar debates continuos sobre innumerables asuntos públicos. En estas discusiones no parece haber soluciones que pongan contentos a todos; incluso en familias, grupos de amigos, ambientes de trabajo y de escuela, quienes solíamos concordar en todo ahora tenemos diferencias importantes de opinión. Un asunto que sobresale aquí es la defensa que las personas más conservadoras hacen frente a la amenaza a la prevalencia del statu quo. Aunque muchas veces criticamos nuestro sistema económico porque nos tiene en la ruina y a nuestras instituciones porque son obsoletas y no se adaptan al cambio, terminamos siendo férreos defensores de las tradiciones y los valores que por décadas nos han brindado nuestra zona de seguridad: la familia, la religión, el sistema capitalista. Esto es parte de lo que ya es un lugar común ubicado como pensamiento conservador o de derecha.
Una idea esencial de esta visión de derecha es la entronización del individuo. Eso explica por qué en las familias conservadoras tendemos a anular lo social y buscamos culpar al individuo en sus circunstancias. Si hay aborto es porque la mujer “no se cuidó”, y no porque existan situaciones sociales de pobreza (las mujeres con más posibilidades económicas tienen opciones cuando desean interrumpir un embarazo, pero a las mujeres pobres les queda el aborto clandestino en condiciones de gran riesgo para sus vidas y salud reproductiva); si un joven es drogadicto es porque así lo decidió y no porque haya entornos de violencia familiar o falta de oportunidades; si hay personas pobres es “porque quieren” y no han aprovechado las oportunidades de movilidad social que el sistema ofrece a quien trabaja duro.
El individualismo como elemento fundamental de la ideología de derecha anula el sentido de lo comunitario, la identidad de grupo, lo comunal, las narrativas sociales. Si es más eficiente para una sociedad motorizada como Monterrey contar con un viaducto que conecte la Macroplaza con Valle Oriente, hay que unir estos puntos aunque esto implique destrozar parte de la historia y hábitat de los habitantes de la Colonia Independencia. Si la gente pide y el gobierno permite la construcción de casas, centros comerciales, iglesias, hospitales y universidades privadas y públicas en los cerros de Monterrey, sólo se trata de tasajearlos y apropiarse del patrimonio natural. Si la gente pide plazas comerciales exclusivas para los de su clase social, basta que la infraestructura obligue a que sólo se pueda llegar en automóvil al lugar y no en camión urbano. Si se trata de impedir el paso a gente no deseada en la colonia residencial, es suficiente con restringir el libre tránsito y privatizar los parques aunque esto no sólo trastoque el paso sino que estigmatice al otro como una amenaza (así sucede en las colonias residenciales que reproducen un sistema de mini sociedad totalitaria). Si se trata de hacer más eficientes los viajes para los automovilistas, sólo hay que construir más pasos a desnivel aunque no existan banquetas dignas o puentes para que puedan transitar seguros los peatones. Con el neoliberalismo no sólo se perdió autonomía frente a los grandes corporativos transnacionales y a los organismos internacionales que imponían condiciones al gobierno en turno; también se perdió cohesión social, historia, el valor de lo simbólico frente al valor puramente económico.
Aun así, existen actualmente grandes comparaciones entre los gobiernos típicos de derecha y el actual identificado de izquierda. Porque frente al gobierno en turno no sólo hay una oposición de grupos conservadores poderosísimos y reaccionarios, sino que hay grandes expectativas debidas a la promesa de transformar el país desde sus bases. Sin embargo, nunca se vio tal oposición con anteriores gobiernos, donde los costos en decisiones estuvieron incluso tasados en sangre, vidas y lágrimas, como lo fue en la época de la Guerra contra el narco, con Calderón. Ahí parecieron no importar los efectos de la estrategia mientras no fueran propios los muertos o los desaparecidos, que en no pocos casos fueron causados por integrantes del mismo Ejército mexicano. A final de cuentas, hacer esa guerra en medio de las calles puso en riesgo a todos. Pero la estrategia militar se sopesó al más puro estilo del paradigma neoliberal, con un cálculo costo-beneficio, pero basado en vidas, en sangre. Con ese y otros gobiernos neoliberales las decisiones económicas fueron superiores a los criterios de la vida, al ecosistema, a la historia, a los valores comunitarios.

Por supuesto que seríamos todos unos incautos si le diéramos el voto ciego de confianza a López Obrador y a su equipo sobre cómo manejar el país, pese a ese más de 50% de votos a su favor. No podemos estar conformes con todas las decisiones. Hoy más que nunca se necesita una oposición real, pensante, crítica y responsable.
Vivimos ya el neoliberalismo despótico del salinismo; la etapa desperdiciada de transición con el gobierno de Fox; la tragedia de la Guardería ABC y los miles de muertos y desaparecidos de la Guerra contra el narco en el gobierno de Calderón (aunque la visión de derecha enaltece, por supuesto, los logros económicos de estabilidad de precios y de amortiguamiento del choque externo ante la crisis económica mundial de ese tiempo); los 43 jóvenes estudiantes de la Escuela Normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa desaparecidos en Iguala durante el gobierno de Peña Nieto, y varias decenas de miles de muertos y desaparecidos más, además de la enorme corrupción gobierno-empresarial propia de ese sexenio. El neoliberalismo no es guerra contra el narco ni es necesariamente corrupción ni maridaje entre la política y la economía. Sin embargo, así se vivió en esas épocas. Y el neoliberalismo tuvo su oportunidad. Fueron más de 30 años.
Aun con los errores, los titubeos, las grandes críticas y desacuerdos con el gobierno de López Obrador, la gente buscó esta vez un cambio de modelo y de proyecto de nación. Ya no se trata de ser de derecha o de izquierda sino de respetar la voluntad popular, y por supuesto de discrepar y criticar. Quizás éste sea el inicio del camino para una transformación real del país. No queremos repetir la historia de otras sociedades que desencantadas con un gobierno de izquierda optan en el siguiente periodo electoral por el extremo de la ultraderecha, como ha sucedido con Estados Unidos y Brasil. Aunque tampoco seremos condescendientes con este gobierno ni con cualquiera que venga. Y ya no se trata entonces de ser de derechas o de izquierdas, aunque por el momento el debate prevalece. Sin embargo, después de tres décadas de vivir en lo mismo, ya era necesario disentir.
7 de octubre de 2019
**Imágenes tomadas de Internet