Ante las puertas de la fábrica (K’umiechukuarhu)1, Salvador Patricio, campesino p’urhépecha, lee en el dintel «no admittance except on business», lo cual entorpece momentáneamente el caudal del proletariado que lo arrastra hacia la salida sin su voluntad, hasta llegar a los andenes. Busca el transporte que diga Talleres, y lo aborda. Siente un alivio al dejarse caer en el asiento y reconoce un sabor metálico en la boca. Sabe que en poco se quedará dormido. Mira un instante por la ventanilla, y un resplandor vivo y momentáneo producido por un choque entre nubes tormentosas cargadas de electricidad estática, rebela con su resplandor el fulgor del brillo de dos ojos incrustados como obsidianas mojadas en un rostro donde el sudor ha hecho surcos como el arado a la tierra, subsumiéndolo en un sueño diurno.

Por un instante, recuerda su milpa, su vida (Echerendo)1, antes de que otra reforma agraria posrevolucionaria transformara la Constitución, despojándolo de su ejido, pero nunca de su memoria, ni de la aspereza de sus manos; todo para no tener otra opción más que irse empobrecido al noreste de México, cerca de la Sierra Madre Oriental, entrando como el Cordero de Dios de Abel (Juan 1:29; Éxodo 12:5-7), para ser desquilado y ofrecido como sacrificio a un fetiche. Salvador Patricio sabe que su corporalidad desnuda y viviente es la fuente creadora del valor; no reproductora, ni productora, sino «fuente creadora de valor desde la nada»2. También se siente robado ante una ética que justifica la usura, ante un dios que lo niega, como niega también que todo individuo forma parte de una comunidad, y que creé que con ese contrato primero hace individuos abstractos, creando así la sociabilidad.

Al llegar a la estación Talleres, Salvador Patricio atravesó la calle con su paso alcohólico, subió al vagón como si fuese máquina, sentóse a descansar cual si fuese un pájaro, y terminó el recorrido como un bulto tímido. Saliendo de la estación Fundadores, sollozó como si fuese un náufrago y caminó por el paseo público empapado por una ligera llovizna, hasta llegar a casa. Al abrir la puerta, encontró un sobre en el suelo, no tenía ni estampilla ni remitente. La tomó con un movimiento ágil y la lanzó hacia el sillón. Abrió las ventanas, lo que permitió que entrara una briza cálida pero reconfortante. Se quitó la ropa mojada y se sirvió un poco de agua fresca, y fue entonces que le tomó atención al sobre. Rasgando un costado del mismo, sacó de su interior una mariposa monarca (Papalotl) en perfecto estado; sus colores amarillo, naranja y negro, alertaban a cualquier depredador de su toxicidad. Al verla, recordó la leyenda que relataba el abandono de niños y ancianos que no pudieron continuar el largo viaje desde el lejano norte, y que para resistir del frío se cubrieron de la resina de los árboles y de polen. Fue entonces que aparecieron sus dioses (Aúandarhu)1, y compadeciéndose de ellos, los convirtieron en mariposas para que volaran hasta sus familias, y fue así que llegaron al occidente de México; encontrando en las altas y encrespadas montañas, cubiertas de exuberantes y magníficos bosques de finas maderas la representación de sus padres, quienes los esperaban con los brazos abiertos.

Salvador Patricio comprendió que era momento de mirar hacia el sur y abrazar la sabiduría que albergaba el buen vivir de su pueblo originario. La afirmación de la vida. Quienes en esa mariposa monarca, ven un símbolo de los poderes de transformación e inmortalidad y la belleza, que surge de la muerte y la corrupción aparentes.
FIN
1 de julio de 2019
** El autor estudia el Doctorado en Ingeniería de Materiales en la UANL
- El cosmos de los p’urhépecha estaba formado por tres mundos: el mundo de los muertos «K’umiechukuarhu» situado bajo Tierra, el mundo de los vivos «Echerendo» situado en la superficie de la Tierra y el mundo de los dioses engendradores «Aúandarhu» situado en el cielo. Mientras que el cosmos se dividía en cinco diferentes direcciones, cada una custodiada por deidades llamadas «Tirépemes» (Alarcón-Cháires, P., 2008).
- Hemos demostrado que el colocar el «trabajo vivo» como «fuente (Quelle)» (no como «fundamento [Grund]») creadora (schäffnerische) del valor «desde la nada (aus Nichts)» es una posición de Schelling definitivo de la Philosophie der Offenbarung del 1841 — cuestión que, pienso, hubiera dado a Habermas otra interpretación completamente distinta de Marx— (Dussel, E., 2013).
- El «posesor del dinero» se ha transformado en «capitalista» o sujeto del capital (Dussel, E., 2013).

Referencias
- Alarcón-Cháires, P. (2008). «La etnoecología: hacia una transición epistemológica de la ciencia». En: L. Llanos Hernández, M. A. Gotilla Jiménez y A. A. Ramos Pérez (coords.), Enfoques metodológicos críticos e investigación en ciencias sociales. UACh/PyV. Primera Re-impresión. México: 155-181 pp.
- Dussel, E. (2013). 16 Tesis de Economía Política, XVIII- 1a ed. Buenos Aires: Docencia. 2013. 418 pp.
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