“…es inútil decidir si ha de clasificarse a Zenobia entre las ciudades felices o entre las infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos especies, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos o bien logran borrar la ciudad o son borrados por ella.”
Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Barcelona: Siruela, 2015.
De la clasificación que propone Italo Calvino de las ciudades, yo diría que Monterrey pertenece a la segunda especie. Los deseos urbanísticos que se yerguen por los terrenos más valuados de la metrópoli, altos edificios y elevadas avenidas que se resisten a pisar el suelo, amenazan con borrar la ciudad. Esos deseos son hoy ejecuciones de proyectos que no imaginan la urbe como un todo habitable. Ven el beneficio para las sociedades que invierten en esos edificios y, si es que los imaginan habitados, no los ven como parte funcional de un todo urbano. Ven el exterior como paisaje que puede ofrecerse como vista, como un elemento más de sus decorados interiores. No prevén las consecuencias urbanas de sus construcciones. No calculan los cientos de carros que tienen que entrar y salir de esos edificios. O si acaso lo hacen es trazando carreteras invasivas que dividen y fragmentan la continuidad urbana. Y eso sin decir todavía nada de los efectos contaminantes de más y más carros y un transporte público de mal a peor y caro.
Pero por fortuna de la ciudad, esos deseos poderosos están siendo confrontados por múltiples movilizaciones sociales que resisten el imparable y descontrolado crecimiento de Monterrey. Se movilizan en la colonia Independencia intentando evitar el proyecto de interconexión entre el centro de Monterrey y San Pedro; protestan vecinos de La Silla por el desmonte del cerro para más construcciones de torres de vivienda; también lo hacen en la colonia Tecnológico por los proyectos de Distrito Tec, o los integrantes de Salvando San Pedro que luchan por un mejor urbanismo; u otros tantos que se movilizan por rescatar parques como Fundidora, La Estanzuela o La Huasteca…
Manifestación feminista contra el tarifado en Monterrey. Foto: El Norte
De manera más sonada y reciente, protestan los usuarios de transporte público por el alza en las tarifas y la mala calidad del servicio. Algo se mueve en Monterrey; algo de esa otra especie de las ciudades de Calvino anima los deseos de otra ciudad más pública, más inclusiva, más equitativa, más vivible.
También a nuestro colectivo lo animan deseos de ese tipo. Se vio en nuestro editorial de la pasada semana y en una reunión que en esos mismos días tuvimos algunos integrantes de Académicxs. Nos juntamos en el Museo del Obispado. ¡Vaya lugar para ver la ciudad que ya no es! La intención de la junta era empezar a pensar la ciudad y ver posibilidades sobre cómo hacer eso. Avisados por las noticias de la semana sobre el aumento de las tarifas en el transporte público, no costó mucho acordar que el primero de los asuntos sería el de la movilidad.
Protestan contra el tarifazo en Monterrey. Foto: La Jornada
Es el gran tema. Es desde allí, desde “la voluntad de conexión” (Simmel, 1998) que se siente y se vive la dimensión de la ciudad y es también desde allí que debemos comenzar a pensar estrategias para la recomposición de lo público, de lo común a todos: hoy, más que nunca, estamos compelidos a pensar lo público como un espacio de conexión hecho de prácticas de movilidad. En ciudad, la distancia se mide en tiempo y en ese tiempo nos va la vida a los habitantes de la ciudad.
Así que una política pública y para lo público en la ciudad ha de ser pensada como una política de distribución temporal, conscientes de lo que en este sentido nos divide a los habitantes de la ciudad: el carro y el transporte público. Y en esas dos formas de movernos hay malestares. Hay malestar evidente entre los del transporte público: caro, malo, ineficaz, insuficiente. Hay malestar entre los del carro: vías en mal estado, también ineficaces, falta de lugares de estacionamiento y a la vez una ocupación excesiva del espacio por unas máquinas de movernos cada vez más grandes y renuentes al reconocimiento del problema del lugar por donde han de moverse.
En ambos lados hay malestares. Y aún así, hay desigualdades entre esos dos términos de la división. El carro sigue siendo la parte privilegiada, allí donde va lo más cuantioso de las inversiones públicas; es lo que más espacio ocupa en la ciudad; es lo que inhibe la formación de espacios públicos… Casi todo está dicho. Pero poco hecho. Y es hora de empezar a hacer, aunque la tarea sea titánica.
Hay que pensar que de las soluciones que adoptemos ganemos todos: que ganemos en recuperación de espacio para la vida pública de la ciudad, que ganemos en administración del tiempo para vivir la ciudad. Y la cosa apunta a apostarle a un transporte público de calidad. Bueno para todas y todos. Y hay que empezar por asumir que es un asunto público, común a todos y todas. Hay que empezar por apropiarse del poder público. Seguro que así podemos restituir la especie de ciudad que Calvino descarta: la de las felices.
13 de mayo de 2019
Referencias:
Simmel, G. (1998), “Puente y puerta”, en George Simmel, El individuo y la libertad. Ensayos de crítica de la cultura, Barcelona: Península.
Foto de portada: Ignacio Irazuzta