México es un país sorprendente. Sin duda hemos abusado de esta afirmación pero no por ello es menos cierta. Miremos a donde miremos las sorpresas nos asaltan y nos obligan a una segunda mirada para cerciorarnos de lo que vemos. Son estas segundas miradas las que muchas veces nos obligan a replantearnos nuestros saberes comunes y a reflexionar más allá de las primeras apariencias. A Oaxaca había ido varias veces en mi vida. Debo decir que tras algunas décadas de ausencia iba ahora por vez primera solo como turista. No pensaba encontrarme con nada especialmente diferente y tal vez no lo encontré aunque en un primer momento pensé que sí. Fue el miércoles 8 de abril, a mediados de las vacaciones de Pascua. En la plaza del jardín principal un pequeño grupo formado por una docena de personas en su mayoría jóvenes, portaban cartulinas y en semicírculo acompañaban a un orador en una escena que pensé típica de Oaxaca donde siempre que fui me tocó ver algún tipo de manifestación. Lo que ahora me sorprendió fue la presencia de una mujer triqui, un poco alejada del grupo cuyo cartel decía: “Todos somos Palestina”. Hoy no sé si lamento el prurito que me impidió tomarle una foto. De momento, esta leyenda y su portadora me inquietaron pues no lograba comprender su presencia en el pequeño y breve acto aparentemente estudiantil que incluyó la exhibición al aire libre de un documental sobre la franja de Gaza, proyección a la que la activista triqui no se quedó. Aclaro que tampoco entendí bien la razón de la demostración pues ignoraba lo ocurrido pocos días antes, el viernes 30 de marzo, cuando a decir del Ministro de Defensa de Israel: “Los soldados hicieron lo que tenían que hacer…” dejando un saldo de 16 muertos y 70 palestinos heridos.

Ahora sé que éstos hechos fueron la respuesta violenta a “La Gran Marcha del Retorno” que apenas había comenzado ese día, llamado el “Día de la Tierra”, en recuerdo de las protestas que en 1976 provocaron la confiscación por parte de Israel de 2,100 hectáreas de tierras de palestinos. Este movimiento masivo, que consiste en el establecimiento de campamentos y avances progresivos cada viernes, culminará el 15 de mayo próximo, justo cuando se cumplen 70 años de la creación del estado de Israel, un hecho que los palestinos llaman la Nakba: la Catástrofe. La marcha pretende ensayar nuevos métodos de lucha y denunciar el despojo de tierras, el desplazamiento forzado y el cerco militar impuesto por Israel al pueblo palestino.
Ya con esta información, entiendo ahora mejor los motivos que llevaron a la activista triqui a manifestarse en favor de la causa palestina pero en ese momento, debo reconocer, no dejaba de intrigarme el interés de esta mujer en una problemática que entonces me parecía muy distante y ajena para ella. Poco a poco las cosas se me fueron aclarando. A día siguiente puse atención a lo que ocurría en un extremo de la plaza: Allí, unas cuantas mujeres, viudas indígenas triquis, se declaraban en huelga de hambre y acampaban bajo unas mantas en las que exigían: “… el reconocimiento del status de desplazados producto de la masacre efectuada a nuestros esposos en San Miguel Copala en el mes de febrero del 2010”; también, la reubicación de los desplazados o la renuncia del gobernador. Muy cerca de allí, otra manta pedía castigo para los culpables de los asesinatos ocurridos en abril del mismo año, de la luchadora mixteca Bety Cariño, ecologista, feminista y defensora de los derechos humanos y del observador finlandés Jyri Jaakkola por integrantes de una organización paramilitar de filiación priista quienes le tendieron una emboscada a la Caravana de observación por la paz que ellos encabezaban y que llevaba ayuda humanitaria a San Juan Copala, población sitiada por el mismo grupo.

Fue claro entonces que existe más de una razón de peso para que los desplazados de San Miguel y de San Juan Copala sientan empatía y se solidaricen con los desplazados palestinos y de otras partes del mundo. En mi asombro y extrañeza originales, debo reconocer el peso de mis prejuicios que lamentablemente siguen siendo tributarios de una tradición cultural y académica muy extendida. Se ha tendido a pensar, por ejemplo, que las comunidades campesinas y los pueblos indios de México solo se preocupan por sus intereses más inmediatos, que viven encerrados en sus propias realidades y que solo reaccionan, por lo general violentamente, cuando son afectados directamente por los cambios externos que ocurren en la sociedad global. Esa visión, producto de muchas décadas de estudios etnográficos que consideraron a las comunidades como núcleos de resistencia y sobrevivencia de un pasado prehispánico que se intenta mantener inmutable, por mucho tiempo nos llevó a creer que los pueblos indios o bien no tienen Historia o ésta solo se reduce a la Historia de sus resistencia, es decir, a la historia de su empeño por mantenerse fuera de la Historia.
Hoy, esta imagen atemporal se encuentra seriamente cuestionada y mucho se escrito sobre las adaptaciones y readaptaciones (económicas, políticas, sociales y territoriales) que los pueblos y comunidades han registrado a lo largo de tiempo. En este cuestionamiento la irrupción del EZLN tuvo un peso fundamental al colocar a las comunidades indias en el corazón de la historia nacional en un mundo globalizado. Si bien no es suficiente, ahora sabemos mucho sobre los traslados de pueblos, los desplazamientos (voluntarios y forzosos), las migraciones, la colonización de tierras nuevas, los conflictos y disputas territoriales, la integración de las comunidades a los circuitos comerciales nacionales e internacionales, etc. y muy importante, sobre la contribución de los pueblos y comunidades a la conceptualización y puesta en práctica de los derechos colectivos en el largo proceso de ciudadanización que recorre nuestra historia nacional.
Las segundas miradas siempre son pertinentes. Los movimientos actuales de los pueblos y comunidades en contra de las compañías mineras, los megaproyectos hidráulicos y de generación de energías limpias, no niegan el progreso ni son intentos para mantenerse fuera de la Historia y la modernidad. Muy por el contrario: Ayer como hoy y seguramente lo harán mañana, los pueblos y comunidades preocupados por la ecología, los derechos de las mujeres, los derechos colectivos y por la autonomía y autodeterminación de los pueblos, trazan una senda que posiblemente valga la pena transitar con ellos para salir de atolladero en el que nos encontramos.
16 de abril de 2018