Hace treinta años a los mexicanos se nos impuso el modelo neoliberal de desarrollo que sacrificó nuestra salud social. Convirtiéndonos, a decir de Sergio Zermeño (2005), en una sociedad del desorden, de atomización, de fragmentación, de generación exponencial de pobres, y de los más poderosos ricos del planeta, de delincuencia generalizada, de criminalidad y narcopolítica.
Con la idea fallida de alcanzar una “nueva” y “mejor” etapa de desarrollo basada en el incremento de los niveles de bienestar material, y alcanzar con ello la modernidad, el proyecto neoliberal finalmente derivó en anomia social (Zermeño dixit) debilitando nuestros vínculos sociales y la capacidad de la sociedad para integrar a las personas. Un modelo económico que derivó en productor de enfermedades sociales que erosionan la vida en común.
El modelo neoliberal ha perturbado los mecanismos de integración social y de reconocimiento de la dignidad de las personas. Minando las bases subjetivas mediante las cuales se establecen acuerdos mínimos en la sociedad. Generado, lo que ya en la década de los setenta anotaba Anthony Giddens (1977) en torno a la modernidad, un ambiente social que está alterando la vida cotidiana y afectando los aspectos más personales de las experiencias individuales.

El desorden social producido por el neoliberalismo se expresa en el deterioro de la salud social, que se ejemplifica, entre muchos aspectos, en la destrucción de las relaciones de pareja (y más generalmente entre hombres y mujeres), no solamente en términos de violencias, sino básicamente en el menoscabo de los lazos de amor, compañerismo, comprensión, cooperación, solidaridad, confianza y afecto.
Esta destrucción tiene que ver con el hecho de que el modelo neoliberal ha configurado una estratificación creciente de las necesidades, lo cual nos coloca ante el problema de un aumento de relaciones afectivas precarias y violentas, y por lo tanto, nos enfrenta a la problemática más amplia de la vigencia de los principios de amor, compañerismo, confianza acordados en nuestras relaciones personales como mínimamente aceptables.
¿Hay un camino posible para la reconstituir la relación de pareja y entre hombres y mujeres? Sí, pero su reconstrucción pasa necesariamente por destruir las causas y efectos de los malestares de la sociedad: la pobreza exacerbada, el desempleo y precariedad laboral, la delincuencia y criminalidad, la falta de oportunidades para los y las jóvenes. Es decir, enfrentar la anomia como sinónimo enfermedad social. Para ello es necesario afrontar los referentes éticos inherentes al liberalismo basados en la competitividad por referentes como la solidaridad, la cooperación, el colectivismo, la confianza, la honestidad (Zermeño dixit).
Pero, qué hacer para reconstituir las relaciones de pareja y entre hombres y mujeres en un contexto de anomia social. En su discusión en torno a la modernidad, Anthony Giddens (Ibíd.) nos recuerda que las circunstancias sociales no están separadas de la vida personal ni constituyen un medio externo a ella. Ante ello algunas personas se refugian en una especie de parálisis resignada. Otras personas en cambio son capaces de atrapar con sentido más práctico las nuevas oportunidades que se les presentan cuando han caducado los modos de comportamiento preestablecido. Ejemplo de ello es la vida después del divorcio. Algunas mujeres y hombres toman el divorcio y la separación como una segunda oportunidad para restablecer relaciones de pareja más afectivas y placenteras (Wallerstein y Blakeslee, 1989).
La reconstrucción de la vida social debe de pasar por un acción personal y colectiva que instale un modelo de comunicación que busque acordar principios básicos de convivencia basados en el diálogo y el entendimiento (Habermas, 2002). Este modelo dialógico llevado a la reconstrucción de las relaciones de pareja y entre hombres y mujeres, implica acuerdos compartidos acerca de los compromisos mutuos que tengan como sustento consensos basados en el amor, la pasión, la confianza. Lo que significa romper con referentes comunicativos inherentes al proyecto liberal basados principalmente en acuerdos materiales y competitivos que atomizan la vida en pareja. Para lograrlo, retomando a Habermas, es necesario la existencia de sujetos con capacidad comunicativa que busquen el reconocimiento mutuo. Personas que se entienden entre si y sobre algo en el mundo.
En un contexto en el que los sujetos competentes para un proyecto emancipador están destruidos como causa y efecto de la anomia social, los saberes universitarios propios de las Ciencias Sociales y Humanidades pueden contribuir a la reconstrucción de las relaciones de pareja y entre hombres y mujeres. Se puede lograr mediante acciones comunitarias que propicien espacios de diálogo en barrios y colonias en donde hombres y mujeres reflexivamente lleguen a consensos sobre la vida en común. La empresa por reconstruir las relaciones de pareja y entre hombres y mujeres es gigantesca, pero con acciones universitarias podemos hacerle fisuras al sistema social.
5 de marzo de 2018
Bibliografía
Giddens, Anthony (1977), Modernidad e identidad del yo: el yo y la sociedad en la época contemporánea. Barcelona. Editorial Península
Habermas, Jurgen, (2002), Teoría de la acción comunicativa II. Madrid. Editorial Taurus.
Wallerstein, Judith y Sandra Blakeslee (1989), Second Chances. Londres. Editorial Bantam
Zermeño, Sergio (2005), La desmodernidad mexicana y las alternativas a la violencia y a la exclusión social en nuestros días. México. Editorial Océano.
Definitivamente una reflexión muy apropiada para hacer frente a las diferentes problemáticas sociales que enfrentamos todas y todos en México.
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