Que asistimos a una sociedad de víctimas, que el dolor y la reparación ante el daño es el motivo sobre el cual se constituyen los sujetos individuales y colectivos, no es cosa nueva. Podría decirse que arranca desde que el Estado, a finales del siglo XIX europeo, emprendió la tarea de protección afrontando el riesgo con sistemas más o menos robustos de seguridad social. Que la cosa sigue y se consolida luego de la Segunda Guerra Mundial cuando el Derecho Internacional Humanitario intenta mitigar el sufrimiento humano en situaciones de conflictos armados. Que, especialmente en las sociedades donde los sistemas institucionales de protección social más se afianzaron, la victimización se incrementa con la progresiva retirada de estas instituciones. Que, finalmente, en tiempos de guerra global contra el terrorismo y la delincuencia, la desdicha recorre y corroe el mundo a sus anchas esparciendo aquí y allá tantas razones para definirse como víctima como fundamentos para la expansión de los derechos humanos. Y los motivos infaustos para constituir al sujeto dañado se multiplican en una escala lesiva que puede ir desde crímenes de lesa humanidad hasta afectaciones aparentemente banales: crímenes de guerra, terrorismos de Estado, desprotección social, violencia de género, pederastia, trata de personas, daño medioambiental, crisis financieras, accidentes de tráfico…[1] Hasta ahí, el panorama es desolador y los adjetivos de igual calibre se multiplican y colapsan los retratos y las calificaciones de las sociedades de nuestro tiempo. Pero tampoco faltan empeños para echar luz sobre la situación y ver en este drama social actual la posibilidad de liberaciones, si no totales y ajustadas al gran tamaño de las sociedades modernas, sí parciales y acotadas a los límites afectivos de multiplicidad de comunidades de afectados.
Algunas experiencias europeas, encarando el daño producido por sus propios males, pueden echar luz sobre nuestro diagnóstico latinoamericano. Pienso sobre todo en el caso de Media Lab Prado de Madrid, un centro que algunos llamarían “de innovación social” y ellos mismos definen como laboratorio ciudadano de producción, investigación, aprendizaje y difusión de proyectos culturales. El emprendimiento no es una clínica para todos los dolores que aquejan el mundo; da la impresión de partir de una desdicha fundamentalmente europea y urbana, la del desempleo juvenil de generaciones de universitarios que engrosan las filas de un precariado de clases medias y que proponen formas de reinventar o recomponer el vínculo social. Daños menores frente a otros mayúsculos de la escala del dolor contemporánea. Cierto. Pero de esa experiencia algo lejana quizá puedan extraerse lecciones para revertir mayores desdichas, como son algunas de las que nos acechan por estas geografías. Desde el diagnóstico febril de una sociedad dañada doy cuenta en lo que sigue de algunos apuntes por si es que estos sirven para procurar encauzar la desgracia[2]:
El daño y la afectación definen y hacen al fundamento de movilización social contemporánea. Comienzan a ser frecuentes las experiencias de comunidades de afectados, grupos de personas que se sienten minusvalorados en su experiencia vital o que en ésta han sufrido un trauma que resignifica su existencia en el mundo y desde el que encuentran sentido para la movilización. Desde México, y más específicamente desde Monterrey, me represento el trabajo desde comunidades de dolor como las del grupo AMORES o de las mujeres reunidas en FUNDENL que, desde su sufrimiento, han logrado intervenir de forma concreta y consistente en las instituciones para procurar restituir su obligación de protección de la vida de las personas o, si es que ese objetivo no puede considerarse logrado, por lo menos han salido al espacio público para colocar allí un reclamo de legitimidad irrefutable, el de la protección a la vida humana. Y desde nuestras experiencias locales, puede transitarse hasta el Movimiento por Nuestros Desaparecidos a nivel nacional.

Los problemas hacen comunidad y la comunidad es el signo agregativo del presente social. La afectación puede ser mayor o menor pero es siempre un problema lo que da origen a una comunidad. Se parte de un daño, de una desprotección, de una falta que se hace agregativa y va construyendo un sentido común y así comunidad. Imaginando experiencias diferentes pero repetidas en este sentir y hacer, estas comunidades parecieran ser los frutos no deseados del proyecto moderno de sociedades nacionales, totales y homogéneas. El resultado: comunidades diversas que se derivan de los problemas que generan las promesas incumplidas de aquellas sociedades. Recorriendo la escala del daño, nuestros ejemplos locales pueden ser los de Pueblo Bicicletero o la Banqueta se Respeta.
La experiencia construye comunidad y conocimiento. La experiencia es un conocimiento encarnado que es prioritario para abordar el problema que aqueja. Puesta en común, reproduce el sentido, crea organización y restituye su valor frente al conocimiento experto. Y se opera allí un cambio en cuanto al reconocimiento de la cultura amateur, concebida por el proyecto moderno como lo no acreditado. Los nuevos sujetos sociales parecieran ser expertos en experiencia. El conocimiento experiencial rompe entonces las fronteras entre lo público y lo privado y entre lo personal y lo colectivo. Es desde los problemas comunes que habrá que producir bienes comunes. Valen los ejemplos precedentes, pero podríamos aquí agregar muchas experiencias de grupos ambientalistas.
Un pragmatismo social que prioriza la propuesta frente a la protesta o que convierte a la propuesta en protesta. En un tal panorama, la crítica intelectual pierde terreno. La propuesta se sobrepone a la protesta. Las comunidades de experiencia, aunque frágiles, temporales e intermitentes, son hacedoras. Las convoca un problema y el problema puede solucionarse, redefinirse, desvanecerse. Mientras tanto, gestionando propuestas de horizontes cercanos, el conocimiento que generan desde su experiencia es en sí una protesta. Para el ejemplo, podemos volver a los casos apuntados.
La lista de anotaciones podría tener continuidad pero, en fin, reparaciones, recuperaciones, rehabilitaciones…, a la vez que dan forma a multiplicidad de demandas contemporáneas gestadas desde nuevas formas de agregación humana, parecen ser el producto de una sociedad dañada que va siendo reemplazada por renovadas y múltiples modalidades de aquello que el proyecto moderno pretendió en un momento de la historia superar, la comunidad.
3 de julio de 2017
[1] El argumento proviene, más o menos, del libro Un mundo de víctimas, editado por Gabriel Gatti y publicado por Anthropos, Barcelona, 2017.
[2] Algunos de estos apuntes provienen de la conferencia que Antonio Lafuente, de Media Lab Prado, ofreció en el Tec de Monterrey el 2 y 3 de marzo de 2016.
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