Necesitamos ciencias para la vida. Están bajo acecho las humanidades y las ciencias sociales. Lo denunció en febrero de 2013 la entonces presidenta de la Asociación de Colegios y Universidades de Estados Unidos, Carol Geary Schneider.[1] Señaló la cada vez mayor inclinación de los políticos de alto rango de aquel país para promover iniciativas de ley que hacen a un lado a las humanidades y ciencias sociales.
En Florida -dijo- quieren cobrar más a las humanidades y menos a las ingenierías y carreras STEM, que por sus siglas en inglés se refieren a la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. En Carolina del Norte, William Bennett, un ideólogo de la derecha estadounidense, sugirió que el dinero público no debía subsidiar carreras inútiles, refiriéndose a los estudios de género. Schneider resume: “El hecho es que las artes liberales y las ciencias están bajo constante asalto por parte de los líderes políticos tanto a nivel federal como estatal».
La misma tendencia ocurre en Japón, donde en agosto de 2015, el periódico The Yomiuri Shimbun,[2] reportó que al menos 26 de 86 universidades nacionales de Japón que tienen departamentos de humanidades y ciencias sociales, planeaban cerrar estas facultades según una encuesta de presidentes de universidades.
Tanto la lideresa académica estadounidense como el periódico japonés, The Japan Times,[3] han indicado que tales acciones de política educativa pueden dañar el liderazgo mundial de estas naciones. El diario nipón fue más allá y advirtió que se quería formar personas acríticas.
Si existe claridad en algunos sectores de que para el propio dominio político-militar de estas naciones es necesario el conocimiento de la historia, las lenguas y las culturas propias y de los otros, ¿por qué esta actitud quiere arrasar con las bases de su propia hegemonía?
En la era global, la dura competencia por los mercados exige científicos y tecnólogos de élite orientados a satisfacer una demanda cada vez mayor de innovaciones tecnológicas, para ofrecer, a su vez, nuevos productos y desarrollar más necesidades que valoricen el capital transnacional. Esto posiciona a las humanidades y a las ciencias sociales en un aparente callejón sin salida. Así como la globalización neoliberal acelera el movimiento de los capitales, mercancías y las comunicaciones, y empequeñece al Estado, así también parece acelerar el acecho contra las humanidades y las ciencias sociales.

A lo anterior se agrega la corriente pos-global, de fronteras para adentro, de supremacías étnicas y de violencia verbal y legislativa no contenida contra el «de fuera», que está acelerando la crisis del neoliberalismo. Es un reto tratar de entender cómo algunas de estas élites piensan que pueden mantener sus posiciones de poder sin acceder, por ejemplo, a los profesionales capacitados provenientes de países periféricos con economías emergentes. Sus posiciones ideológicas los ubican en una tensión contra la valorización del capital. Pero ésta quizá pueda resolverse si la necro-política -aquel «gobierno privado indirecto» que Achille Mbembe analizó para el contexto africano-, se extiende a muchos más países. Es decir, si se desarrolla un capitalismo de total avasallamiento a los derechos de las naciones y las personas.
La tensión entre esta corriente en ascenso y el resto de las élites en Estados Unidos domina el escenario político. De otro modo no se entendería por qué buena parte del aparato industrial y tecnológico detuvo en ese país, junto con el sistema judicial, las iniciativas migratorias laborales xenófobas del actual presidente Donald Trump.
Tampoco entenderíamos por qué los dreamers –jóvenes nacidos en México, pero que pasaron buena parte de su vida en Estados Unidos y, muchos de ellos accedieron a una educación– fueron primero objeto de una campaña de miedo, agresión y racismo y, ahora, no se observan visos de que la nueva política migratoria les expulse definitivamente de ese país. Todo esto, sin considerar la movilización de la propia sociedad civil estadounidense, que ha presionado desde la calle y la universidad a su gobierno.
La tendencia contra las humanidades y ciencias sociales puede terminar en una total privatización del conocimiento y la educación. Lo que no sólo implica la desaparición de las humanidades y ciencias sociales de las universidades, sino la desaparición de las universidades mismas y la consolidación y hegemonía de consorcios educativos y otro tipo de iniciativas privadas que nos ofrezcan conocimiento y educación en el formato con el que recibimos otros bienes simbólicos, digamos Netflix. Incluso, recordando a Marx, nos pueden vender nuestro propio pensamiento crítico, al menos por un tiempo.
En tal contexto, el pasado 22 de abril se marchó en México, Estados Unidos y el mundo en defensa de la investigación científica, puesta como nunca en entredicho por el poder. Como el liderazgo científico estadounidense, que es retado por su propio presidente, quien preconiza que el cambio climático es un cuento ideado por los chinos. Con estas y otras actitudes también están bajo acecho las ciencias en general, salvo, quizá, las vinculadas al sector militar, que no cesa de generar conocimiento instrumental para la destrucción controlada de algún enemigo. Por ello necesitamos ciencias para la vida. La iniciativa debe estar de nuestro lado.
29 de mayo de 2017
[1] Schneider, Carol (2013). “A dangeous assoult”, Inside Higer Ed. Consultado en: https://www.insidehighered.com/views/2013/02/08/essay-house-republican-leaders-attack-social-science-research
[2] Japan’s Education Ministry Says to Axe Social Science and Humanities. Consultado en: http://www.socialsciencespace.com/2015/08/japans-education-ministry-says-to-axe-social-science-and-humanities/
[3] Abe’s ill-conceived university policy. Consultado en: http://www.japantimes.co.jp/opinion/2015/06/30/editorials/abes-ill-conceived-university-policy/