Hace algunas semanas, el obispo auxiliar de Monterrey, Alfonso Gerardo Miranda Guardiola, quien es además secretario general de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), puso de manifiesto ante la prensa la crisis económica que enfrenta la Iglesia Católica por los efectos de la contingencia sanitaria.
Cerrados los templos, detenidas las entradas del diezmo, el obispo dijo que se ha pedido ayuda a todo el mundo, entre ellos a los empresarios, para continuar sus operaciones y no tener que despedir al personal que labora en sus instalaciones (Reporte Índigo, 2020; Forbes, 2020). Además de los templos la iglesia católica administra varias instituciones tales como asilos, casas de migrantes, hogares para niños, etcétera.
He observado en la red social Facebook reacciones de crítica a esta alerta de la iglesia, señalando que lo que debería hacer mejor es “ponerse a trabajar”, “salir a vender biblias” o “abrir los templos para la gente enferma y necesitada por esta misma contingencia”. Más allá de lo insensato de algunos comentarios y, aunque el impacto sea financiero sí sea contundente, en realidad la dimensión económica es sólo una más de las distintas crisis por las que atraviesa actualmente esta institución.[1]

La religión es un fenómeno inherente a todas las sociedades, uno de los universales de la cultura. Puede ser definida como un conjunto de creencias, normas y prácticas relativas al sentido trascendente de la vida. De ellas se derivan valores y pautas de acción que orientan la toma de decisiones de sus fieles. Las iglesias son las organizaciones sociales que estructuran y regulan estas creencias.
He de admitir también que la Iglesia es un verdadero universo social y que las generalizaciones son muy riesgosas y peligrosas. La católica es una de las organizaciones sociales más grandes y viejas del mundo occidental. Así que todo cambio serio es un reto mayúsculo y tarda en manifestarse. La llegada de un nuevo Papa hace siete años, de orientación progresista, ha mostrado las grandes contradicciones históricas en las que está inmersa esta institución, así como el conjunto de resistencias al seno de su jerarquía y a lo largo de su organización, pese a los nuevos temas que ha logrado posicionar en la agenda mundial, como son la crisis climática y los migrantes[2] (Horowitz, 2018). Simultáneamente, tampoco se ha visto el resurgir de un fuerte sector popular dentro de la iglesia.

Como parte de los grupos hegemónicos, la jerarquía de la Iglesia Católica estaba obligada a realizar cambios profundos, ante el riesgo de perder su influencia sobre diferentes sectores sociales y esta coyuntura me ha hecho reescribir sobre tres reformas pendientes que me parecían indispensables hace una década.[3]
No todos cambian o pueden cambiar
Mirando las cosas en perspectiva, la jerarquía católica mexicana ha aportado evidencias de haberse convertido, a través del tiempo, en enemiga de la democracia. Siendo ateo, no me siento con derecho de decir a los católicos qué hacer al respecto. En tanto mexicano, habitando en un país de mayoría católica, donde las decisiones de este grupo me afectan como ciudadano, siento necesidad de plantear mis opiniones.
En los últimos 60 años la demanda social de reformas antiautoritarias y anti patriarcales ha sido la constante en México.
Como consecuencia de la violenta sofocación del movimiento democrático del ‘68 y la subsecuente actividad de guerrillas armadas, el aparato político-administrativo del Estado mexicano reformó, a finales de los años 70, algunos mecanismos para permitir la inclusión de ciertos actores políticos de oposición. Tenía la intensión de oxigenar los espacios institucionales como vía para soluciones políticas y, al mismo tiempo, mantener férreamente el control de cada renovación de poder.
En la década siguiente se impulsaron una serie de transformaciones que derivaron en la instalación del régimen neoliberal actual. Éstas tenían que ver con cambios en el entorno internacional, con la crisis económica y con la transformación de varios grupos empresariales mexicanos. Posteriormente, estos cambios tuvieron que ver con el empuje de la sociedad civil organizada. Lamentablemente, la renovación de algunos sectores de las élites mexicanas permitió el cambio de gobierno y la alternancia partidista en la presidencia, sin una transformación de fondo de este régimen durante más de 30 años.
En tal sentido, la Iglesia Católica ha quedado a deber a los mexicanos una seria, profunda y consecuente reforma política de sus estructuras. Sabemos que México sigue siendo un país desigual y diverso. Los esfuerzos de la Iglesia para “uniformarlo espiritualmente”, en colaboración con la Monarquía Española o con el naciente Estado Liberal Mexicano son entendibles –nunca justificables– en la Colonia y todavía en el siglo XIX. No así en las últimas décadas, donde la necesidad de pluralidad, tolerancia y apertura ha sido evidente en el Mundo, para no hablar de nuestro policromo país. Más aún, en los años de aceleración de las distintas violencias en México, particularmente la desatada por la llamada “Guerra contra el narco”, se esperó en vano un posicionamiento firme y consecuente de esta institución, frente a la violencia y en la protección de los más afectados por ella. No pudo convertirse en una alternativa ética porque ella misma representa la encarnación de muchas taras políticas y patologías organizacionales que mantienen las desigualdades en nuestro país.
Democracia, libertad de matrimonio y diálogo con otras creencias y saberes
Destaco cuáles cambios -a mi parecer-, no logró concretar la Iglesia Católica y por qué era importante hacerlos para un contexto como el mexicano. En primer lugar, pudo cambiar el sistema vertical de toma de decisiones y transformarse en una institución más horizontal. Por ejemplo, la iglesia debió otorgar igualdad total a la mujer en todas las áreas de su vida, especialmente en aquellas donde existen importantes decisiones de poder: El sacerdocio y el poder cardenalicio. No lo hizo.

Durante siglos, los sacerdotes debieron tener la libertad de opción de vivir en pareja o por el celibato y no la tuvieron. En mi opinión, la obligación por este último constituyó una fuente institucional de perversión cuyo daño psicosocial dista aún de salir a flote por completo. En los últimos 20 años se aceleraron las denuncias de abuso y acoso sexual hacia sus sacerdotes, varios de ellos en la más alta jerarquía, remitiendo a un fenómeno histórico, permanente y propio. Lo que esto muestra, al menos en parte, es un fracaso como alternativa “de hacer en el mundo”, así como un enorme drama social por el daño causado, por generaciones, a la sociedad.

Por último, a estas alturas la iglesia católica ya debía haber “arreglado cuentas” con las creencias y saberes preexistentes antes de la llegada de los europeos a tierras americanas, y con sus portadores, los herederos de aquellos pueblos originarios.
Tal “arreglo con la historia” pasaba por reconocer que tomó la decisión de imponerse, a como diera lugar, en las almas de los habitantes originales de estas tierras y colaborar en el proceso de imposición político-militar de los españoles sobre ellos. Debió reconocer que la actitud que ha tenido hasta ahora frente a tales “supercherías” o, en el mejor de los casos, “tradiciones”, dista mucho del “espíritu ecuménico” que dice tener con otros sistemas religiosos. Esa actitud da a entender que es ecuménica con quien tiene el poder suficiente para hacerse respetar ante ella. Debió reconocer, pues, que intentó destruir un enorme complejo de sistemas de creencias y saberes; que lo logró en buena parte, y que, en todo caso, ahora puede convivir con ellos, una vez que haga este “ajuste de cuentas” consigo misma y con los demás.

Considerando el monopolio que la iglesia católica ha tenido en la espiritualidad del país durante varias centurias, ¡cuánto daño nos ha hecho la ausencia de estos cambios! ¡Cuánto daño representado en la introyección de valores contrarios a la tolerancia y a la justicia social!
De hecho, mientras revisamos los factores que posibilitaron la desigualdad, corrupción e impunidad que, a su vez, nos tiene en esta encrucijada de violencia, pensamos que uno de esos factores es la ausencia de cambios en la iglesia. En la primera versión de este escrito, en 2011, opinaba que una reforma requiere reformadores y que el PRI fue capaz de reformarse, pero para ser más y mejor de lo mismo y preguntaba qué postura tendría la Iglesia. Hoy diría que un movimiento del catolicismo popular para la transformación política del país será más verosímil, como actor, que un Lutero latinoamericano o una reforma desde arriba porque, incluso cuando estos aparecen, terminan saliendo o siendo expulsados de esta institución. Eso, o que el peso de sus contradicciones acelere su proceso de implosión.
6 de julio de 2020
** Todas las imágenes se tomaron de Internet
[1] Según El Heraldo de Puebla, para el 12 de junio habían muerto 12 sacerdotes católicos por COVID, mientras que 63 pastores evangélicos habían fallecido para el 12 de mayo, según datos de La Jornada.
[2] Según el periódico El Heraldo (2017), tan solo en México la Iglesia Católica tiene 130 casas de migrantes, de las cuales, 38 están en la franja norte del país (CEM, 2019). Ésta es una de las actividades que ha recibido más reconocimiento por parte de diferentes actores, supliendo actividades que debería realizar el Estado.
[3] Este artículo tiene como base otro texto escrito en 2011, titulado: “Iglesia Católica. Reforma pendiente»
REFERENCIAS
Arcega, Alberto (12-06-2020), “Ya son 6 sacerdotes que mueren por COVID-19”. El Heraldo de Puebla, consultado el 29-06-2020.
Cullinane, Susannah y Madison Park (19-03-2019). Cronología: las denuncias de abuso sexual en la Iglesia católica en las últimas década. CNN, consultado el 27-06-2020.
El Heraldo de México, (28-08-2019). «Iglesia católica atiende en México 130 casas de migrantes: CEP», consultado el 04-07-2020.
Horowitz, Jason (1-05-2018). “Todos contra Francisco, pero el Papa sigue intentando cambiar la Iglesia”. The New York Times, consultado el 28-06-2020.
Forbes, (4-05-2020). “Crisis le pega a la Iglesia católica en México: recurre a préstamos”, consultado el 28-05-2020.
Observatorio Nacional de la Conferencia del Episcopado Mexicano (2017). Estudio Sobre las Casas de Migrantes Católicas. Conferencia del Episcopado Mexicano, consultado el 04-07-2020.
Reporte Índigo, (4-05-2020). “Iglesia Católica de México en crisis económica por COVID-19”. México, consultado el 28-05-2020.
Xantomila, Jessica, (12-05-2020). “Han fallecido por Covid-19 cinco sacerdotes católicos en México”. La Jornada, consultado el 29-06-2020.