El Noreste y las autonomías / por José Luis García Valero*

Recojo en este texto algo de lo aprendido de la sabiduría de mujeres y hombres que han vivido y viven en ejidos cultivando la milpa, cuidando chivas, tallando lechuguilla, protegiendo la candelilla, acopiando orégano y otros frutos del desierto.

Nuestros territorios están enclavados en el llamado Desierto Chihuahuense, que se extiende desde el Altiplano Potosino, hasta Texas y Nuevo México, y cubre parte de los estados de San Luis Potosí, Zacatecas, Nuevo León, Coahuila, Durango y Chihuahua.

Inicio con una figura que, según nosotros, dice mucho de quiénes y cómo somos acá en el Norte desértico, porque creemos y sentipensamos que algo que podemos aportar al mosaico de las diversas luchas es esto que somos. Esa figura es el mezquite.

El mezquite es un árbol o arbusto del desierto y sabe vivir en él. Nos da sombra, dulces, nutritivas vainas y excelente leña. También es una señal de identidad para nosotros, Gente del Desierto Chihuahuense, herederos de la Gente del Mezquite.

El mezquite se agarra al suelo con largas raíces superficiales para aprovechar la escasa humedad ambiente y fija el nitrógeno preservando la fertilidad de la tierra. Sus vainas maduras son sabrosas y nutritivas una vez molidas; su harina sirve para preparar galletas, pinole y atole; también son buena pastura para las chivas. Su leña, durísima, hace el mejor carbón para la barbacoa de pozo, para asar cabrito, para la carne asada, la discada y para cualquier fogata, porque su brasa dura mucho tiempo.

El Desierto Chihuahuense. Foto del autor

Los campesinos del Desierto Chihuahuense somos herederos de la Gente del Mezquite, los pueblos originarios, nómadas, cazadores y recolectores. De ellos aprendimos a sobrevivir a las sequías, a las heladas y al calor extremo y seco, de ellos aprendimos a tejer la fibra de lechuguilla, de palma y de maguey, a comer tunas, flores de palma, de lechuguilla, de maguey, quiote y sotol cocinados en pozo.

Como las del mezquite, nuestras raíces llegan muy lejos, hasta Tlaxcala, la Huasteca, la Meseta Purépecha y los territorios Hñähñu y Mazahua. De allá nos llegó la milpa, el agua miel, el pulque y los frutales mediterráneos. Como somos mestizos, también tenemos raíces africanas y europeas y de allá nos llegaron el trigo, la avena, la cebada, cantos y leyendas.

Desde esa herencia ya de por sí mestiza, nos llegó el pastoreo de chivas y con ellas las reses, los quesos y el jocoque. Las grandes distancias, el ganado mesteño y la cruel y prolongada guerra, nos enseñaron a ser buenos jinetes.

Aquí en el Desierto Chihuahuense formamos una macoya apretada y extensa, pero como algunos de los nuestros han migrado, también echamos brotes en varias ciudades, en Gringoria y hasta en el lejano Canadá. El grueso de la tropa villista, tan buena para ir y venir por todo el ancho territorio, nació, creció y vivió en estas tierras enormes.

Cuando convivimos o visitamos a nuestros hermanos del Sur lo primero que nos llama la atención es su fuerte arraigo, su apego el terruño que los vio nacer y del que se resisten a salir, contra viento y marea. Pensamos que nosotros, por estar tan al Norte, nos movemos más fácilmente cuando hay necesidad, sin perder el arraigo, y eso nos hace distintos.

Casi todo mundo reconoce que el territorio que llamamos Estados Unidos Mexicanos, República Mexicana o sencillamente México, fue primero un Estado sin haber sido antes una nación. México era y es, desde entonces, un mosaico de naciones, pueblos y culturas. ¿Qué pitos tocamos los norteños en este mosaico, qué podemos aportar?

La comensalidad y el fuego de mezquite entre las gentes del Desierto Chihuahuense. Fotografía del autor.

Pensamos que tras la llamada Guerra de Independencia, las élites criollas de las ciudades, ricas, estudiadas y totalmente colonizadas, salvaguardaron las formas coloniales de dominio y las vistieron con una legalidad formal, ya fuera monárquica o republicana, centralista o federalista, conservadora o liberal, pero siempre calcada de constituciones europeas o de los EEUU. 

Pensamos que esa legalidad formal les sirvió a los dominantes como herramienta ideológica para consolidar su dominación, despojo, marginación y explotación sobre los pueblos nación originarios, pobladores originales del territorio que, desde entonces, permanecen dispersos, diversos y con su propia dinámica interna y de relación con otros pueblos, relación que en ocasiones pudo ser amistosa, de intercambio pacífico o de violencia y guerra. Como quiera que esto haya sido, los pueblos eran protagonistas, agentes de su Historia. La conquista y los sucesivos intentos de colonización/modernización han tratado de desarticular esta dinámica ancestral y su riqueza humana.

Los pueblos nación originarios han sido tomados como objeto de las acciones y decisiones de las sucesivas élites, que les han explotado, despojado y perseguido desde que los europeos llegaron a sus territorios, sin que gran cosa haya cambiado con las sucesivas transformaciones del Estado nacional.

Como sabemos, la más reciente insurrección contra ese estado de cosas es el levantamiento zapatista que salió a la luz en 1994, pero hunde sus raíces en los movimientos de izquierda revolucionaria que cobraron nuevo impulso tras la represión de 1968. Creemos que las luchas autonómicas son, sin duda, una esperanza para reconfigurar, mejor aún, para configurar un Nuevo Acuerdo Nacional que recoja el llamado zapatista: “Nunca más un México sin nosotros”.

Como sabemos también, las autonomías pueden eventualmente desatar procesos de balcanización. En los tiempos que corren, el Estado nación atraviesa una crisis que pudiera resultar terminal. El historiador británico Eric Hobsbawm advierte que el nuevo capitalismo financiero trasnacional ve con buenos ojos un planeta atomizado en numerosísimos países minúsculos, prácticamente indefensos frente al poder del gran capital.

Como mestizos y migrantes, los campesinos del Desierto Chihuahuense ¿seremos capaces de aportar nuestra experiencia histórica para prevenir los odios tribales, el ultranacionalismo, la xenofobia, el odio y persecución contra toda forma de diversidad? Tal vez estoy poniendo mucha crema a mis tacos, pero es pregunta.

¿Podemos hacer algo para prevenir los peligros de una balcanización? ¿Qué rostro debería tener ese México de y con los pueblos originarios?

Las gentes del mezquite somos raíz y somos alas, somos movedizos pero estamos arraigados, aunque cuando es necesario volamos lejos. Defendemos nuestro territorio ancestral, nuestra identidad, nuestra querencia y decimos:

¡Sí a la vida!

¡No es sequía, es saqueo!

Cartel promocional de la cabalgata de 2022. La próxima será a finales del mes de mayo de 2023

25 de abril de 2023

jolugarcia@gmail.com

Fuentes:

Carlos Manuel Valdés Dávila, La Gente del Mezquite, Los Bárbaros, el Rey y la Iglesia. Biblioteca Coahuila de Derechos Humanos, Saltillo, 2017.

Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Años Interesantes. Crítica, Buenos Aires, 1998.

* José Luis García Valero es Licenciado en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Desde 2006, radica en el Rancho Agroecológico El Chuzo, Municipio de General Cepeda, Coahuila. Es activista en defensa del territorio y desde 2010 es integrante de Custodios del Agua del Arroyo San Miguel y del Colectivo Sí a la Vida. Participa en el proyecto «Culturas y Territorios Pastoriles. Conocimientos memoria e identidades patrimoniales del Desierto Chihuahuense».

Un comentario

  1. Estupenda introspección toponímica para darnos proyección y sitio en el mosaico nacional al que entrañablemente pertenecemos y aportamos con la más avanzada iniciativa de una Constitución social-demócrata que defenderemos contra cualquier absolutismo que, con demagogia, pretenda desvirtuarla. Felicitaciones al autor.

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