
La lluvia ácida no dejó descansar a Monterrey durante el invierno, convirtiendo a la ciudad en una de las más contaminadas del planeta. Las emisiones provocadas por la quema de combustóleo de mala calidad producido por la refinería de Cadereyta llenaron de azufre los aires y los cuerpos de miles de personas. A eso habría que sumar otras partículas derivadas de la quema de gasolina con exceso de plomo, diésel, y a las famosas pedreras. “Este es el entorno ecológico apocalíptico que vivimos hoy los neoloneses y heredarán nuestros hijos si no enfrentamos el problema con energía e imaginación”, dijo un político que estaba en campaña y pretendía resolver los problemas de inmediato. “No se puede corregir en un día lo que se ha ensuciado por más de 50 años”, dijo, más sensato, un ambientalista.[1]
Era 1990 y la ciudad atravesaba por una severa crisis ambiental. Pero en realidad podría ser el invierno de cualquiera de los últimos años, como lo fue el de hace dos semanas, cuando en la noche del 13 de marzo se percibió en la zona metropolitana de Monterrey un desagradable olor similar a orines de gato. Aunque hubo diversas teorías, como la de que un gato gigante había orinado la ciudad, la principal apuntó al azufre emitido por la refinería de Cadereyta, que desde hace tiempo ha estado en la mira del gobernador de Nuevo León, Samuel García.
No es extraño pensar que los malos olores han acompañado a la ciudad industrial por más de un siglo,[2] pero causas diversas hicieron que la contaminación del aire se agudizara al menos desde la década de 1970. En esos años, las pedreras del Topo Chico y de las Mitras estuvieron entre las más señaladas por afectar la salud de los habitantes de colonias cercanas como Tierra y Libertad. A principios de los ochenta, fueron parcialmente removidas y relocalizadas, aunque no dejaron –ni han dejado– de ser un inconveniente para la urbe.[3]

No cabe duda de que, junto al polvo de las pedreras, los combustibles fósiles son el principal problema de la contaminación del aire en Monterrey, y que la refinería es una parte de ese problema. Inaugurada en 1979 por Petróleos Mexicanos (PEMEX), y ubicada en Cadereyta a 50 kilómetros al oriente de Monterrey, su objetivo principal era abastecer al noreste de México de combustibles. El hecho era significativo para la historia energética de la ciudad. Desde finales del siglo XIX, Monterrey se había vuelto un polo industrial gracias al carbón mineral de Coahuila y de la costa atlántica de Estados Unidos; posteriormente, hacia 1930, se convirtió en una de las primeras ciudades latinoamericanas en usar gas natural, que importaba desde Texas.[4] Aunque no se han realizado estudios al respecto, es posible sugerir que la calidad del aire de Monterrey hubiera sido peor desde mucho antes –como pasó en Pittsburgh, por ejemplo– de no haber sido por el uso temprano del gas natural, uno de los combustibles fósiles con menos emisiones.
De hecho esta fue una de las explicaciones que se dieron para la contingencia de 1990. La crisis económica de la llamada “década perdida” hizo que desde 1984 la industria en Nuevo León sustituyera el gas natural por el abundante y barato combustóleo, el más contaminante de todos los subproductos petroleros. Al poco tiempo, el 30% de toda la energía usada por la industria en la entidad provenía del combustóleo de Cadereyta. El principal consumidor era la termoeléctrica de la Comisión Federal de Electricidad en El Mezquital, Apodaca, y como ella, muchas otras industrias –químicas, cementeras, fundidoras– ubicadas al noreste de la urbe. Los vientos empujaban la contaminación hacia el poniente y la hacían chocar con las montañas, sin encontrar salida, estancando las partículas tóxicas en la ciudad.[5]
Entonces se discutía la posibilidad de relocalizar las industrias, más que mover o cerrar la refinería. Pero eran tiempos donde el discurso ambiental era poderoso, y los políticos no podían permanecer indiferentes. El mismo presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari, usó frecuentemente la retórica ambientalista desde su campaña,[6] y la aplicó también para cerrar una de las refinerías más emblemáticas del país, la “18 de marzo”, ubicada en Azcapotzalco, Distrito Federal.
Allá no fue el olor a gato, sino a pájaros muertos, lo que desató una ola de controversias por la contaminación. En efecto, en la mañana del 6 de febrero de 1986 los capitalinos encontraron en sus calles numerosas aves sin vida, sin ningún motivo aparente. Unos días después, las autoridades reconocieron que el “apocalipsis aviar” había sido provocado por la contaminación.[7] El hecho tiene algo de poético y recuerda el famoso libro de Rachel Carson, Silent Spring, pionero del movimiento ambientalista: si no se hacía algo en contra de la contaminación, los habitantes del Distrito Federal tendrían primaveras silenciosas, sin el canto de los pájaros.[8]

Fuente: “¿Recuerdas cuando en 1987 murieron pájaros en el DF por contaminación?”, El Universal.
Inaugurada en 1931, la refinería de la ciudad de México tenía una larga vida y había sido fundamental para el crecimiento industrial del país. Desde sus inicios causó problemas ambientales a los vecinos, pero no pareció importar mucho a las autoridades. Cuando la contaminación afectó a ricos y pobres, ya no parecía viable mantenerla dentro de la urbe, y un 18 de marzo de 1991 –sin previo aviso– el presidente Salinas anunció su clausura.[9] Se habían tomado ya otras medidas en la ciudad, como la implementación del “Hoy no circula”, y aunque sin duda la clausura habrá contribuido, en el fondo lo que se hizo fue desplazar el problema de la contaminación hacia otros lugares, como Tula, que hoy se conoce como “el caldero del ‘infierno ambiental’ [del estado] de Hidalgo”.[10]
En Monterrey, en ese mismo año, todo parecía ir a peor. 1991 inició con índices de plomo que superaban el 100% de lo permisible y con un fuerte aumento de enfermedades respiratorias, sobre todo entre quienes vivían cerca de la refinería y de las industrias más contaminantes.[11] Pasaron los días y con la primavera se disiparon la contaminación, las inconformidades y hasta los políticos. Pero las demandas ambientales habían llegado para quedarse gracias a los movimientos sociales, a las agendas de grupos ambientalistas y a los aportes de la ciencia.[12]
Como mencioné al inicio, aquel invierno de 1990 podría ser de alguna forma el del 2023. Es el mismo gato pero revolcado. Ya llovió desde entonces –no mucho más que ácido– y los problemas son más graves. Aquella no fue la primera crisis, y ésta no será la última, pero desafortunadamente no se avizoran señales positivas de ningún orden de gobierno ni de la industria privada. Si el experimentado ejecutivo federal no ve más allá del petróleo, y el novel estatal considera que Tesla es “soñar el futuro”, entonces las cosas no pintan bien. No queremos más inviernos apocalípticos ni primaveras silenciosas. Es un asunto de justicia ambiental y no puede ser aplazado una vez más.
28 de marzo de 2023
* Historiador. Actualmente es investigador posdoctoral en la Universidad de Ginebra.
** Foto de portada: Fuente: ¿Un gato gigante orinó Monterrey? Elena González, El Siglo de Torreón.
Referencias
Araujo, Isabel. “Una lucha contra la contaminación atmosférica: El caso de las pedreras en los cerros Las Mitras y el Topo Chico, 1970-2015”, 2022 [manuscrito inédito].
De los Reyes Patiño, Reynaldo. “Transición energética, infraestructura y medio ambiente en la ciudad de México, 1910-1970”. Tesis de doctorado en Historia, El Colegio de México, 2023.
Simonian, Lane. La defensa de la tierra del jaguar: una historia de la conservación en México. México: Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, Instituto Nacional de Ecología-SEMARNAP, 1999.
Soto Coloballes, Natalia Verónica. El aire de cada día: política y medición de la contaminación atmosférica en la Ciudad de México. México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 2021.
Tovar Esquivel, Enrique. Malos olores: aromas corruptos, malsanos hedores y otros virulentos humores en la historia de los regiomontanos. Monterrey: Universidad Autónoma de Nuevo León, 2019.
Vergara, Germán. Fueling Mexico – Energy and Environment, 1850–1950. Cambridge: Cambridge University Press, 2021.
[1] “Lluvia ácida en Monterrey”, El Norte, serie de artículos publicados entre el 16 y el 20 de julio de 1990; Romero Flores Caballero, “Los precandidatos proponen (medio ambiente)”, El Norte, 15 de marzo de 1991. El nombre del ambientalista referido es el entonces director de la Facultad de Ciencias Forestales de la UANL, Glafiro Flores Alanís.
[2] Para esto recomiendo el muy interesante libro de Enrique Tovar Esquivel, arriba citado.
[3] Isabel Araujo, “Una lucha contra la contaminación atmosférica: El caso de las pedreras en los cerros Las Mitras y el Topo Chico, 1970-2015”, 2022 [manuscrito inédito].
[4] Germán Vergara, Fueling Mexico – Energy and Environment, 1850–1950, Studies in Environment and History. Cambridge University Press, 2021.
[5] Por supuesto que no era lo único producto que estaba en el ojo del huracán. El ambientalista Alfonso Ciprés calificó de “criminal” el uso del diésel producido en Cadereyta, y lo calificó como “el enemigo número uno de la ecología del estado”. “Lluvia ácida en Monterrey”, El Norte, serie de artículos publicados entre el 16 y el 20 de julio de 1990.
[6] Lane Simonian, La defensa de la tierra del jaguar: una historia de la conservación en México (México: Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, Instituto Nacional de Ecología-SEMARNAP, 1999), 218–30.
[7] “¿Recuerdas cuando en 1987 murieron pájaros en el DF por contaminación?”, El Universal, 13 de mayo de 2019.
[8] Cabe señalar que aunado a los problemas de contaminación del aire se encontraban los de seguridad. La tragedia de San Juan Ixhuatepec en 1984, cuando explotó una planta de PEMEX cobrando la vida de más de 500 personas, había acrecentado los temores de tener una refinería cerca de la ciudad.
[9] Reynaldo De los Reyes Patiño, “Transición energética, infraestructura y medio ambiente en la ciudad de México, 1910-1970” (El Colegio de México, 2023). Sobre los conflictos por la calidad del aire en esa ciudad, ver Natalia Verónica Soto Coloballes, El aire de cada día: política y medición de la contaminación atmosférica en la Ciudad de México (México: Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 2021).
[10] Diego Badillo, “Termoeléctrica de Tula: el caldero del “infierno ambiental” de Hidalgo”, El Economista, 30 de mayo de 2020.
[11] Mario Alberto Pérez, “Resumen 1990/Llega contaminación a niveles alarmantes”, El Norte, 1 de enero de 1991.
[12] No hay que olvidar que en 1995 Mario Molina fue reconocido con el premio Nobel de Química gracias a sus predicciones sobre el adelgazamiento de la capa de ozono.
Doctor Argüelles, coincido totalmente con sus planteamientos. Me parece oportuno proponerle dar el siguiente paso, me refiero a cuestionar, denunciar y desmitificar el concepto mismo de «desarrollo».
Se nos ha venido vendiendo como panacea y ahora vemos cada día con mayor claridad que es la causa eficiente de todos los males ambientales y de salud que nos aquejan.
Ha llegado la hora, (vamos tarde) de promover y posicionar en el imaginario colectivo los conceptos de decrecimiento económico y eco socialismo. Tal vez por ahí encontremos una salida a esta crisis civilizatoria.
Saludos. Gracias por su texto.
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Gracias por la propuesta, desiertonorestense, la retomaré. Creo que es fundamental problematizar la idea de «desarrollo», y yo agregaría también la de «progreso». Apunta bien que los conceptos de «decrecimiento» y «ecosocialismo» son un buen camino para comenzar con eso, y que ya vamos algo tarde. Ayudarían a cuestionar la obsesión que existe todavía con crecer ilimitadamente y creer que entre más grande mejor. Ya lo dijo en los 70s un economista muy influyente: «Small is beautiful».
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Gracias por la propuesta, desiertonorestense, la retomaré. Creo que es fundamental problematizar la idea de «desarrollo», y yo agregaría también la de «progreso». Apunta bien que los conceptos de «decrecimiento» y «ecosocialismo» son un buen camino para comenzar con eso, y que ya vamos algo tarde. Ayudarían a cuestionar la obsesión que existe todavía con crecer ilimitadamente y creer que entre más grande mejor. Ya lo dijo en los 70s un economista muy influyente: «Small is beautiful».
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