Sequía y saqueo. Apuntes para la historia regional del clima / por Meynardo Vázquez

Para mi amigo Patricio Gómez Junco

                                                                         

Vi a todas las mujeres de Luvina con su cántaro al hombro,
con el rebozo colgado de su cabeza y sus figuras negras
sobre el negro fondo de la noche.
–“¿Qué quieren? –les pregunté–. ¿Qué buscan a estas horas?
“Una de ellas respondió:
“Vamos por agua.

                                                                                                    Luvina. El Llano en Llamas. Juan Rulfo

                                                                                        I

Los sobrados días de desasosiego que vivimos ante la falta de agua en nuestras casas y en la ciudad, originó en algunos sectores sociales variadas interpretaciones sobre este fenómeno. Desde la explicación conspiracionista adjudicada al anterior gobierno, hasta la explicación de quienes apuntaban a las empresas, y en particular a la centenaria cervecera local y a la también añosa refresquera, como principales responsables del abuso y uso desmedido del agua de la ciudad. Con esta última afirmación se fue construyendo una explicación con un notorio sentido negacionista. Convirtiéndose, quizá, en la consigna más replicada durante el compás crítico de falta de agua: “No es sequía es saqueo.”

No obstante, debo decir que sí fue y es sequía. Y que el saqueo nada nuevo tiene, su origen lo podemos encontrar en 1904.[1] Efectivamente, se continúa realizando un abasto desmesurado de agua con la anuencia de la autoridad, léase Conagua y Agua y Drenaje de Monterrey. Para no variar, ambas instituciones han desaprovechado la coyuntura de crisis hídrica para establecer nuevas condiciones a las concesiones otorgadas a las empresas y establecer una nueva escala de tarifas, transparentes, públicas. Sobre todo sabiendo que continuaremos en crisis, pues las pasadas lluvias y las recientes solo son un paliativo.

La consigna “No es sequía es saqueo», refleja una percepción urbana del asunto. Seguramente no compartida por los habitantes de las áreas rurales, que a pesar de múltiples limitaciones, se desempeñan en la actividad agrícola. Para ellos la evidencia de la sequía no fue abrir la llave y que no fluyera el agua, no, fue  constatar que el año 2020, el 2021 y el 2022,  o sea un año sí y otro también perdieron sus cosechas, y algunos desde el otoño del 2020, ante la insuficiente lluvia estival, no tuvieron más opción que vender su ganado, al no tener como alimentarlo.

No buscan tesoros, buscan a sus desaparecidos durante la sequía en la Presa de La Boca. Fuente: El País.

Debido a la escasa lluvia acumulada en los años anteriores, para febrero de 2022, los mantos freáticos en varias regiones del estado mostraron evidencia de que se habían agotado. En los meses siguientes llegaron los cortes de agua para los habitantes de la zona metropolitana de Monterrey y, con ello, llegaron también los largos días de reclamos, angustia, protestas y desvelos ante la escasez y falta del agua.

                                                                                    II

La historia, con sus múltiples temas, olvidada o ignorada por los funcionarios y políticos del por ellos llamado nuevo Nuevo León nos llama para comprender los ciclos de sequía en la región. A mediados del siglo XVII, el 26 de julio de 1649, en la alcaldía mayor de Cadereyta, de este Nuevo Reino, el cronista Alonso de León concluía  su obra titulada: Relación y Discursos del descubrimiento, población y pacificación de este Nuevo Reino de León; temperamento y calidad de la tierra. De este último tema, Temperamento y calidad de la tierra, transcribo un fragmento con la siguiente constancia:

La calidad de la tierra de este reino. Tiene invierno y verano[2], y ésos con tanto extremo, que el uno es demasiado frío, y el otro en extremo caliente. Y cuando los ríos crecen es por septiembre. Los caniculares son calidísimos, y en ellos, pocos años llueve. Su mayor día es de trece horas y treinta minutos; su menor de diez horas y treinta minutos”.[3]

En unos años la citada obra del capitán Alonso de León cumplirá cuatro siglos y el anterior testimonio de las condiciones climáticas por él descritas –a excepción de los  impactos globales del sobrecalentamiento–, siguen siendo las mismas. En efecto, el clima, con su regularidad milenaria, sigue siendo factor de fondo.

Quienes aquí vivimos atestiguamos lo apuntado por Alonso de León, continuamos en la región con sus dos estaciones. Con la salvedad que, cuando de León terminó su escrito, la población originaria –entonces ya reducida y expoliada–, más advenedizos europeos, indios mesoamericanos, criollos y mulatos sumaban unos cuantos. En 1712, a escasos años de haber iniciado el siglo dieciocho, se estimó la población de todo el Nuevo Reino de León en seis mil noventa y ocho habitantes.[4]

En busca de agua en Monterrey a principios de los años 80. Imagen tomada de internet.

Para 1803, un padrón presentado por el gobernador de esta provincia, Simón de Herrera y Leyva, valora que se contaba con 43 739 habitantes. En este 2022, doscientos diecinueve años de la referencia de don Simón de Herrera ¿se atreverá Samuel a tañer las campanas, al aproximarnos y llegar a sumar seis millones de habitantes en Nuevo León?

                                                                                 III

Durante la sequía, en cualquier época, los incendios constantemente se multiplican. Hay testimonio de este fenómeno en los últimos años del siglo XVII y asentado en las actas de cabildo de la ciudad de Monterrey. A través de estos papeles podemos recrear la manera en que las autoridades alertaron a los habitantes de la ciudad, quienes por los estragos de la sequía se encontraban en riesgo de padecer incendios en sus viviendas.

El escrito nos muestra a la vez un guiño del perfil urbano de la ciudad que se va construyendo. El documento citado  está fechado en noviembre de 1689. En esos días, el cabildo dictó las siguientes medidas para ejecución y cumplimiento de los vecinos:

Tomando en cuenta que por ser la mayoría de los edificios (de esta ciudad) compuestos de jacales, y en los techos materia tan débil y sujeta a los riesgos del fuego (…) decretamos que los vecinos, que tuvieren las cocinas inmediatas a las casas principales, fabricadas de zacate y carrizo, las quiten luego y sin dilación alguna las hagan de pader, con los techos de terrado, (…) mandamos que todos los mercaderes que se hallaren con pólvora la manifiesten, con dicha licencia, para que con ella se ponga en parte donde no corra riesgo la ciudad, (…) asimismo prohibimos que en las festividades de los santos, no se pongan luminarias ni se disparen cuetes voladores. Luego que se publique este auto, el alguacil mayor con asistencia del procurador, salgan y registren las casas desta ciudad y hallando las cocinas con riesgo (de incendio), las demuelen y echen al suelo requiriéndoles a los dueños, cumplan el contexto de este auto”.[5]

Ahora como hace siglos, las intensas heladas traen como consecuencia la sequía. Ustedes recordarán la sequía de febrero de 2011 y las recientes de febrero de 2021. Quizá los de más edad recuerden aquella helada histórica de diciembre de 1983, que registró 11gc bajo cero, causando graves daños a la zona citrícola y  malogrando la producción en todo el estado.

Sobre este tema, encontramos en las actas de cabildo del año 1689 información de una perjudicial helada y su conexión con la sequía. Ese año fue gobernador de la provincia del Nuevo Reino de León, Pedro Fernández de la Ventosa, quien  informó que la mayoría de las siembras de maíz se perdieron por las heladas. Debido a ello, se esperaba un año difícil para la población. Para garantizar el abasto de maíz y conseguir la distribución de ese producto de primera necesidad entre los habitantes, el gobernador tomó medidas extremas:

(que), para que (no) se vea en hambre y necesidad  esta ciudad y las demás villas y lugares de esta gobernación, conviene prevenir, no falte el abasto (de maíz). Por ello mando, que ninguna persona de cualquier calidad y condición, no sea osado de sacar fuera de este reyno ningún maíz, so pena que el arriero que lo cargase pierda dicho maíz y las mulas en que lo llevaré”. [6]

                                                                             IV

De los asentamientos establecidos en el noreste mexicano durante el periodo colonial, Monterrey capital del Nuevo Reino de León, sin ser el más antiguo, con el tiempo va a sobresalir del resto. Y, no propiamente por la visión omnisciente que dejó anotada el cronista Alonso de León: “Está este reino debajo del Trópico de Cáncer (…) corre una sierra, casi de norte a sur; tan áspera, alta y doblada, que agrada a la vista. (…) este reino, quedando dividido con esta sierra de los demás reinos, que parece le quiso hacer Dios distinto[7].   

Desde la mitad del siglo XIX Monterrey experimentó por una serie de factores un continuo desarrollo económico, aparejado de un constante crecimiento demográfico[8]. La capital del estado y el área metropolitana, por más de un siglo se ha ido extendiendo ante la inminencia año tras año, de aproximarse a los límites jurisdiccionales que se le otorgaron al ser definitivamente fundada en 1596. Cuando su jurisdicción como capital del nuevo reino sumaba 62.8 kms a la redonda.

Durante y después de su celebración fundacional en 1946, por su 350 aniversario, en Monterrey se acentuó la reiteración y distinción regional. Se compilaron las cualidades de los regiomontanos, que desde el pasado nos adjudicaron intelectuales de la talla de José Eleuterio González “Gonzalitos”, Enrique Gorostieta, Alfonso Reyes, Encarnación Brondo Whitt, Santiago Roel, José P. Saldaña, etcétera. Con esas cualidades harto difundidas que no repetiré, fuimos moldeados de frente y de perfil como norteños extraordinarios de este país. Actualmente se diría: mexicanos sí. Pero no somos iguales. Ja!

En busca de agua en Monterrey en el año 2022. Imagen tomada de internet.

Y si algo faltaba a la construcción identitaria regia, agreguemos la siguiente cereza: “… en medio de su legítimo alarde industrial demuestra que no solamente domina y encauza las fuerzas productoras de riqueza, sino que tienen virtud para captar y difundir las ondas de la energía espiritual; y que lo mismo pueden ganar a los desiertos y las rocas el campo donde se levantan espigas, ciudades y fábricas (…).”[9]

Los medios, ayer como hoy, siempre tan oportunos, divulgaron reiteradamente esta sentencia, multiplicándose en pluralidad de voces y énfasis. Así, la narrativa de que Monterrey surgió del desierto se fue construyendo y asentando, a tal grado, que incluso parte de la academia hace uso de tal despropósito. Nada más infundado. Cierto que sobresalen las estaciones verano-invierno y que al ritmo que vamos podríamos llegar, eso sí, a condiciones desérticas.

Cuando se fundó Monterrey, se obedecían las leyes de ordenanzas para nuevas poblaciones dictadas por la corona española en 1573. Estas contienen 149 disposiciones que condicionan y regulan las fundaciones de ciudades, nuevos descubrimientos y conquistas. El mandato 4 y el 34 exigen a los conquistadores-colonizadores:

“se debe saber (…) sustancia y calidad de la tierra (…). Para poblar lo que se descubriere y pacificare, elijase la provincia comarca y tierra que sean saludables, fértiles y abundantes de todos frutos y buenas tierras para sembrarlas, y de pasto para criar ganados, de montes y arboledas para leña y materiales para casa (…) y mucha y buenas aguas para beber y regadíos.”[10]

Baste leer el acta de fundación de 1596[11] redactada por Diego Díaz de Berlanga, para conocer la descripción detallada del paraje donde se erigió Monterrey. Y seguramente por lo allí descrito, aquel 1596 no se encontraba en un periodo de sequía. Sin embargo, como arriba anotamos, el clima tiene una regularidad milenaria, y a ello debemos agregar hoy los efectos globales de la alteración climática. Los especialistas describen a nuestro clima como “seco, estepario, cálido y extremo”. No desértico. Concluyo citando a nuestra colega Anne Fouquet:

“La inexistencia de un gobierno metropolitano y un desarrollo urbano desenfrenado y desigual (…) son algunos de los elementos visibles de la ceguera frente a los cambios climáticos y sociales que se avecinan. Ser una ciudad de primer mundo. Significa asumir que el mundo está en peligro y que podemos mermar ese peligro si nos asumimos y pensamos como sociedad, más que individuos explotadores de nuestro entorno.»[12]

22 de noviembre de 2022

meybardo54@gmail.com

** Imagen de Portada: Pintura alusiva a la fundación de la ciudad de Monterrey. Tomada de internet.


[1] El 8 de noviembre de 1904 el gobernador Bernardo Reyes  otorga concesión a James D. Stocker y Williams Walker para proveer de agua y drenaje a la ciudad de Monterrey. En 1909 estos, transfieren los derechos a la Mackenzie Mann &Co. Misma empresa que operará en la ciudad el servicio de luz eléctrica y la operación de los tranvías, por supuesto, eléctricos. El 5 de agosto de 1945, el gobernador Arturo B. de la Garza, expropió la empresa “para que no se lucre más con la sed del pueblo de Nuevo León”. Desde la anterior fecha quedó constituida la empresa: Servicios de Agua y Drenaje de Monterrey. Véase. Nicolás Duarte Ortega. La estatización del agua en Monterrey. En Monterrey siete estudios contemporáneos. Mario Cerutti, editor. Monterrey 1988.

[2] A partir de la condición descrita por el cronista y padecida hasta hoy, por quienes aquí habitamos; el escritor regiomontano nacido en Texcoco, Abraham Nuncio, acuñó en los años ochenta del anterior siglo, el siguiente aforismo que enmarcamos en un póster : Monterrey, ciudad de dos climas, el verano y la burguesía.  

[3] De León Alonso. Historia de Nuevo León. Con noticias sobre Coahuila, Tamaulipas, Texas y Nuevo México escrita en el siglo XVII por el Capitán Alonso de León, Juan Bautista Chapa y el General Fernando Sánchez de Zamora. Estudio preliminar y notas de Israel Cavazos. Monterrey 1980. Cap. IV, pág. 47. Nota aclaratoria: ésta y todas las citas se trascribieron a la letra.

[4] Visita Pastoral del obispo don Diego Camacho y Ávila al Nuevo Reino de León, del 18 de julio al 3 de agosto de 1712. Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara.

[5] Actas del Ayuntamiento de Monterrey. Vol. I 1596-1690 .p 467.

[6] Ibidem

[7] Op. cit. De León. pág. 48

[8] Cerutti,  Mario. Burguesía, Capitales e Industria en el norte de México. Monterrey y su ámbito regional (1850-1910). Alianza Editorial. México, 1992.

[9] Montemayor Hernández, Andrés. Historia de Monterrey. Monterrey, 1971. pág. 351. La escritura sobresaliente es mía.

[10] Testimonio de las constancias relativas a la fundación de Cadereyta Jiménez, y varios documentos que le son favorables. Monterrey. Imprenta del Gobierno a cargo de Viviano Flores. 1863. pág. 16 y 21.

[11] Enciclopedia de México vol. 10 pág.5534. México, 1994.

[12] Fouquet, Anne. Monterrey o la ceguera frente al cambio climático.

Un comentario

  1. Es un texto valioso, certero, sólido gracias.

    Un comentario al canto, pensado y escrito desde el Sureste de Coahuila, en pleno Desierto Chihuahuense, los campesinos de este Desierto conocen la sequía desde hace siglos, aprendieron a vivir con ella.

    Con lo que no están pudiendo, es con el saqueo de agua que, desde los años 80 y de manera cada vez más brutal, perpetran las agroempresas (viñedo, pastura, nogal, hortaliza de exportación, etc. Éstas generan utilidades, divisas y, tal vez, impuestos; pero no producen comida.

    Este saqueo se ve agravado por la industria metalmecánica y automotriz que sigue creciendo desmesuradamente, por el explosivo crecimiento de la mancha urbana (Saltillo – Ramos – Arteaga) y ahora por el demencial proyecto Ciudad Derramadero.

    Somos un desierto que exporta agua, matando de sed a sus pobladores.

    El desarrollo económico y todo el rollo oficial es depredador, genocida y suicida.

    Por eso decimos: «no es sequía, es saqueo».

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