«Conocimos el poder obrero». 50 años de la marcha de obreras de Medalla de Oro por democracia sindical / por Lylia Palacios

A todas las obreras regiomontanas de la confección.

A mi amiga Edna Ovalle Rodríguez y a todos los demás, por el otro 50 aniversario.

En el norte de México sólo ha habido una marcha de mujeres obreras hacia la capital del país. Esa marcha nació en Monterrey, salió de la fábrica de ropa Medalla de Oro en el centro de la ciudad. El 12 de noviembre de 1972 cientos de mujeres emprendieron su caminar, medida extrema después de esperar justicia en esta su ciudad. Entre 1971 y 1973 se enfrentaron a sus patrones, a las dirigencias sindicales antiobreras, a los tribunales del trabajo, pararon la producción, tomaron las calles, se organizaron, aprendieron. La exigencia era llana: reconocimiento a su derecho a elegir a sus representantes y defender su lugar de trabajo. Fueron tiempos de insurgencia sindical.

Acomodando mis papeles para escribir sobre este movimiento di con un texto que escribí en 1987, resultado de la entrevista que le hice a dos ex trabajadoras y activistas de Medalla de Oro. Publicado en “Un paso más”, modesta revista obrera de corto tiraje que en ese tiempo escribíamos, imprimíamos (en un viejo mimeógrafo) y distribuíamos un grupo de compañeros dedicados al trabajo político sindical. A 50 años de esta marcha única, me convencí que el mejor homenaje es compartirles lo que ellas me contaron una tarde en un café por la calzada Madero. Esta es su crónica, estos son sus recuerdos.[1] 


Éramos ocho obreras las que empezamos a reunirnos, porque comenzamos a observar movimientos extraños dentro de la empresa, ya que llevaban mucha materia prima y no la manejábamos nosotras; además, en el mercado veíamos que no había disminución de prendas, pues aparecían con la marca Medalla, pero eran prendas que no se hacían en la fábrica.[2]

Entonces nos pusimos a investigar y supimos que la empresa ahorraba costos mandando a maquilar en las rancherías de Nuevo León.

Estas reuniones se empezaron a dar, aproximadamente, un año antes de la huelga, y lo que veíamos venir, con los estudios que hacíamos, era el cierre de la empresa. Nos preocupaba que la base no se daba por enterada; además existía una absoluta ignorancia ya no hablo de la Ley Federal [del Trabajo], sino del Contrato Colectivo. Nadie lo conocía.

Por lo tanto, nosotras teníamos que informar a la gente, no era posible dejarla en la ignorancia, sin que pudiera defender sus derechos. Para esto acordamos sacar copias del contrato colectivo y del reglamento interior y empezamos a repartirlas a la gente, pero teníamos problemas para hacerlo sin que la empresa o el líder sindical se enteraran, y para despistar comenzamos a dar clases de cocina, enfermería y otras cosas. Para dar estas clases utilizamos el sindicato, ya que les pedíamos que nos consiguieran las cosas necesarias para dar las clases, como estufas, y aprovechábamos para dar información sobre la empresa y las condiciones de trabajo.[3]

Esto fue en 1971, y queriendo o no, el líder nos empezó a ver como un grupo de disconformes, así que nos llamó y nos dijo que si queríamos ser delegadas. Nosotros aceptamos porque así podíamos trabajar mejor, y quedamos las ocho entre otras 20 delegadas.

Etiquetas de camisas. Imagen tomada del blog Monterrey, México

Un día, el líder nos llamó para informarnos el cierre de la empresa y que ofrecía 2,000 pesos por cabeza; que se lo comunicáramos al otro día a la gente para que aceptaran, porque ya no había nada que hacer, agregando lo que dicen todos: “yo ya luché, yo ya busqué, y de veras, no hay nada que hacer.” !Y nosotras que ni siquiera le podíamos decir que era injusto para la gente con 40 años de empleo!, ya que el que protestaba, era despedido, por eso en los estatutos estaba la cláusula de exclusión.

Las ocho compañeras salimos de ahí y acordamos reunirnos en un café; al llegar supimos que el primer movimiento era formar una mesa directiva que luchara verdaderamente contra la empresa.

Así, entre las ocho, quedaron los puestos. Con esto nos enfrentamos a un problema, ya que las ocho éramos mujeres y en la empresa también trabajaban hombres –no pocos, aunque éramos más mujeres–, que no iban a querer una mesa directiva compuestas de puras mujeres, y decidimos que el Secretario General debía ser un hombre; y lo encontramos en un señor muy bueno y manejable, que pertenecía al comité ejecutivo.[4]

Ya que hicimos esto, le comunicamos a la base del cierre de la empresa y que ofrecía 2,000 pesos, que era decisión de ellas si lo aceptaban o no; pero que pensábamos que era mejor luchar para que no se cerrara la empresa, ya que no podíamos perder más que los míseros 2,000 pesos que nos ofrecían. Las compañeras aceptaron luchar y propusimos el [cambio de] Comité Ejecutivo [o Mesa directiva].

Ahora, lo que necesitábamos era quitar a Amado [Corona], el Secretario General, y que nos reconocieran las autoridades del trabajo. Para esto, y como a las ocho no nos iban a hacer caso, organizamos a las compañeras para que le pidieran a Amado una asamblea.

Eran compañeras con coraje, que se sentían responsables de los problemas con la empresa, compañeras que sacrificaron sus 10 minutos de descanso [5] para ir en fila a decirle al Secretario General que querían Asamblea General, fue una gran demostración de poder. ¡Imagínense más de 1000 gentes, de tres plantas, pidiendo una por una la asamblea! El secretario se quedó muy sorprendido y aceptó la asamblea.

Pero a la hora en que salimos para ir a la asamblea, ya estaban ahí los porros que trajo el Secretario, con botes, cadenas y maldiciones querían asustar a las compañeras para que no fueran a la asamblea, pero éstas sin que nosotras les dijéramos nada, hicieron frente.

Por fin, llegamos a la asamblea, pero no se presentó ni el Secretario, ni el representante de Conciliación [Junta de Conciliación y Arbitraje]; por lo que la dimos por terminada y ahí mismo se citó a otra, que fue en el sindicato de Electricistas. En esta asamblea el secretario hasta lloró para que no lo quitaran, entonces, empezamos a cantar Las golondrinas; al ver esto, él se bajó y se nombró la nueva Mesa, claro que sin representante de Conciliación, porque tampoco fueron.

Al salir de la asamblea volvimos a reunirnos y acordamos ir al día siguiente a Conciliación. Así implementamos los movimientos sorpresa: acordábamos algo y no se lo avisábamos a nadie hasta el día que lo hacíamos; nos parábamos en la puerta y les informábamos lo que teníamos que hacer, sí, para que se reconociera legalmente al Comité. Fuimos primero a Conciliación y luego con Farías [Luis M. Farías, gobernador], éste nos dijo que tenía compromiso con la CTM y que no le podía hacer nada.

También empezamos a emplear el tortuguismo contra la empresa. La empresa, al notar todos estos movimientos, empezó a provocar que se juntara el trabajo, y pagó a algunas compañeras para quitarle empuje al movimiento.

Nosotras, un día antes de la votación, acordamos quedarnos a dormir en la fábrica, sin avisar en nuestras casas, así lo hicimos y ese día se pidió permiso para salir y pedir apoyo a los estudiantes; primero se fue a la preparatoria 8 y al Aula Magna [de la UANL], en donde había un pleno de trabajadores del Hospital Civil, y por último a los periódicos.

A las ocho llegaron los judiciales y empezaron a llegar los estudiantes, los del hospital y los posesionarios [de Tierra y Libertad], quién sabe cómo se organizaron, pero fue una ayuda muy responsable y organizada, también estaban los padres y familiares de las compañeras. Para disolvernos la policía empezó a gasear a los estudiantes.

Al otro día, para la votación, Caballero[6] llenó ahí de prostitutas para que votaran por Amado, por todos lados las veías. Pero nosotros seguíamos tratando de que se reconociera la mesa directiva.

Un día, Amado juntó a 30 compañeras y las drogó para que se enfrentaran con nosotras. Y ellas comenzaron a golpear a las compañeras, entonces fuimos con el jefe para pedirle que llamara a la judicial, y él contestó: “a mí eso no me interesa, si quieren que se maten, yo, hasta que no vea correr sangre por esa escalerita, veré si llamo a la policía.”

A estas 30 compañeras las dirigía uno de los ingenieros de la empresa; al ver esto, una de las compañeras agarró una silla, se la aventó y le dijo: “mire, si alguna de ellas me pone una mano encima yo no me voy a defender porque ellas son mis compañeras, pero usted no, usted me va a pagar cada golpe que ellas me den.” Al ver esto, las 30 compañeras se impresionaron, quizá porque sintieron que aún las considerábamos compañeras; entonces llegaron los de la empresa, pero solo las apartaron. Sin embargo, ya no era lo mismo, no se podía trabajar en paz, siempre estaba sobre nosotras el temor de otra agresión.

Después de esto, ya no sabíamos qué hacer, y decidimos buscar a un abogado para que nos aconsejara, pero nos encontrábamos con abogados corruptos, como el Lic. Tijerina. Hasta que nos encontramos a uno que sí nos ayudó.[7] Él fue el que nos dijo que aquí ya no se iba a hacer nada, que solo estaríamos expuestas a más enfrentamientos; además de que no reconocían legalmente a la mesa directiva. Así que se decidió ir a México.[8]

“Mitin de obreras en Palacio; exigen respeto a la mayoría”.
El Porvenir, 10 de noviembre de 1972: 11B.

Empezamos por mandar una comisión a México, y la marcha salió exactamente el 12 de noviembre, tres meses después de que Armando nos comunicara el cierre de la empresa. Salimos como 800 compañeras con dos camiones, para transportar a la gente que ya no pudiera caminar.

Cuando llegamos a Saltillo, fuimos a hablar con el gobernador para decirle que íbamos a ir a la plaza para informar, y él nos contestó: “ah no, muchachas, eso sí no, no me vayan a alborotar a la gente, miren, yo les doy de cenar y dónde dormir por ahora. A ver, yo no sé para qué van tantas, para que se cansan todas, mejor hagan una comisión que vaya a México, busquen al líder de la COR para que las ayude a solucionar el problema. Miren, si forman la comisión, yo les doy para el avión.” Ese día, nos dio de cenar con manteles blancos y hasta meseros, y para dormir nos prestó un local.

De ahí, salió un grupo para México, para vigilar al Secretario General, y estuvo bien, porque les ofrecían darles una tajada más grande para que dijeran que ya habían arreglado; así aprendimos que la base se debe integrar a las comisiones, no dejar solos a los dirigentes, porque así nadie tiene la oportunidad de aceptar una cochinada de esas.

Además, siempre seguimos con la comunicación, la comisión de México estaba hablando con mucha gente, como Muñoz Ledo, Secretario de Trabajo; con Guerrero, de la Suprema Corte y con Mauricio Rodríguez de Conciliación, sin que nos resolvieran nada. Se había empezado volantear y a botear y se presentaban en asambleas, como la de electricistas, a pedir solidaridad.

A nosotros el gobernador de Saltillo nos facilitó camiones para que nos dejaran en los límites de Saltillo. Al llegar a Matehuala nos instalamos en una escuela y notamos que la gente como que nos tenía miedo, después nos enteramos que era porque la prensa nos trataba como secuestradoras[9]; pero al decirles que éramos obreras y explicarle nuestros problemas, perdieron el temor y hasta nos llevaban de comer.

Al salir de Matehuala, el presidente municipal que no nos quería ahí, también nos dio camiones para que nos dejaran en el límite; todos hacían lo mismo, éramos como la papa caliente, todos la querían pasar al siguiente para que se hiciera cargo del problema.

Al llegar a Querétaro, como ya nos la sabíamos, fuimos con el gobernador a decirle que íbamos a informar para que nos dieran alojamiento y camiones para llegar más rápido a México, pero él nos contestó que los camiones de basura estaban ocupados, y que eran los únicos que nos podían acarrear, porque eso era lo que éramos, basura.

Los compañeros electricistas fueron los que nos apoyaron, los que nos dieron alojamiento y comida, por ellos muchas de nosotras, por primera vez desde que salimos se bañó, lavó su ropa y se curó, porque algunas ya traíamos las patas hinchadas y llenas de ampollas.

De México llegó un informe, no sabemos cómo, ni de quién, de que se fueran dos camiones con 80 compañeras; estos camiones nunca llegaron al lugar de reunión. Después nos enteramos de que las interceptaron y se la llevaron a un hospital, el Coruña, y a la delegación. Al enterarnos, se formaron comisiones para buscarlas.

Al llegar a México se había acordado realizar una marcha que partiría del Monumento a la Revolución; ya habíamos informado para que nos apoyaran, pero no encontramos este apoyo porque habían desinformado a la gente diciéndoles que nos reuniríamos en otra parte.

Salió la marcha, sin las comisiones que habían ido a buscar a las 80 compañeras. Al llegar a Insurgentes, vimos que empezaban a desocupar las calles, nos estaban cercando dejándonos solas. Casi al llegar a Los Pinos pusieron patrullas, y nos dijeron que tenían orden de no dejarnos llegar, y que si seguíamos adelante nos iban a desaparecer y nos empezaron a golpear a macanazos, no podíamos llegar a Los Pinos. De ahí, nos regresaron en camiones que no hacían paradas y vigilados por policías; los hicimos parar en San Luis [Potosí], donde algunas nos escapamos y regresamos.

Ya en México, seguíamos volanteando. Y contactamos con Castillejos, una persona muy honesta, y con Vallejo y Heberto Castillo, que resultaron ser unos oportunistas, pero nos reuníamos con ellos para que nos ayudaran, pero siempre cuidando de que no cabalgaran sobre nuestro movimiento, que a ellos no les pertenecía.

Interior de la revista «Un paso más», No. 2 mayo-junio de 1987. Colección personal.

La finalidad de quedarnos en México era tratar nuestro problema en la Secretaría del Trabajo y que soltaran a las 80 compañeras, aunque siempre nos decían que las iban a regresar como a las otras. Todo lo que hacíamos, lo tratábamos con la base.

Empezamos a volantear en otras ciudades como Taxco y Puebla, y comprometíamos a la gente a ayudarnos económicamente. Nos ayudaron mucho en Cuernavaca y los empleados de Ribetex, Textiles, Goodyear, Euskadi y los de Energía Nuclear. […] todos aprendieron que, primero que nada, hay que informar, que no hay que valernos de los líderes ni de nadie que hay que organizarnos y luchar solos.

Seguíamos tratando en la Secretaría [del Trabajo]. En una de las audiencias, pidieron hablar solo con el licenciado, no querían a la comisión; pero los trabajadores no quisieron y respondieron que como eran sus problemas, mejor entraba la comisión. Nunca entraba solo nadie, era la base la que trataba todo.

Muñoz Ledo se sentía tan presionado que pidió a Monterrey y nos aseguró la reinstalación de todas las trabajadoras si nos regresábamos. Aquí les ofrecieron reinstalación solo a 300 compañeras, pero ellas nos pidieron permiso para aceptar, porque si esto perjudicaba el movimiento, ellas no aceptaban.

Un día [ya en 1973], el Licenciado habló con una de las compañeras y le dijo que la empresa ofrecía indemnizar a 500 compañeras, con el 100 % a la mitad y a la otra mitad con 20.000 pesos; que el movimiento estaba muy debilitado y que ya no daba más, que sabía que si aceptaba, muchas aceptarían también y acordaron que los más antiguos se quedaran con el 100%. A mí me dolió en el alma aceptar los 20.000 pesos y perder el movimiento, pero ya no quedaba otra.

Lo bueno del movimiento de Medalla fue que aprendimos que, mientras no nos organicemos para la huelga, las huelgas serán organizadas contra nosotros.

Obreras de Medalla de Oro al término de una despedida de soltera.
Archivo personal de Juanita Tristán.

También aprendimos muchas técnicas de lucha; y la más valiosa de todas, la información: ningún movimiento ha volanteado cada ocho días en las fábricas sobre la situación [de su] movimiento y nosotros lo hicimos por espacio de tres años.

Además, se ha comprobado que la base se puede organizar, y organizada, nadie puede con la base, y que cuando empieza a haber movimiento, hay conciencia y se comienza a reconocer a la gente tal como es. La gente que salió del movimiento salió con conciencia, es difícil que a gente que salió de él le lave el coco el régimen.

Y así terminó nuestra lucha, pero nosotras les dimos la oportunidad a la clase obrera de sentir lo que es el poder, aunque fuera instantáneo, aunque solo fuera una lucha de tres años. Bueno, creo que les hemos contado todo.

Las dos compañeras, tan sonrientes como llegaron, se levantaron y salieron a la calle a tomar su camión. Minutos después, yo hice lo mismo.

El conocimiento histórico…no conduce naturalmente de modo necesario a una acción política racional, pero ésta supone aquél necesariamente (Jürgen Kocka)

15 de noviembre de 2022

lylia.palacios@gmail.com

*Portada: “Rehúsan abandonar su centro de trabajo, protesta contra la CTM”. El Porvenir, 7 de noviembre de 1972: 11B.


Para ampliar la información y análisis:

Basurto, J. (1983) En el régimen de Echeverría: Rebelión e independencia. La clase obrera en la historia de México, 14. México: Siglo XXI Editores. Textiles pp. 145-159.

Palacios, L. (2017) “Hilvanando la memoria: el movimiento de obreras en Medalla de Oro (1971-1974)”, en L. Palacios (coord.) Entre montañas y sierras. Resistencia y organización laboral en Monterrey en el siglo XX. Monterrey: UANL.


[1] En la publicación original ni sus nombres ni el mío aparecen, no eran tiempos académicos.

[2] Las marcas más populares fueron pantalones Gacela y camisas Medalla.

[3] Trabajaban tres turnos, en varios departamentos toda la jornada era de pie, en otros como el de planchado el calor era sofocante.

[4] Se refieren al entonces Secretario de Trabajo y Conflictos, Víctor Díaz.

[5] En cada turno había tres recesos programados: 10 minutos para descansar o comer algo, 30 minutos para comer, y 10 minutos para ir al baño o “tomar una coca”.

[6] Raúl Caballero, dirigente estatal de la CTM.

[7] El abogado que las representó y defendió hasta el final fue Manuel Magallanes.

[8] La demanda por el reconocimiento de su dirigencia independiente tuvo una respuesta tripartita radical: la negativa rotunda de los patrones a ceder ante demandas colectivas, la postura parcial de los tribunales del  trabajo y el ataque directo de las dirigencias sindicales corporativas en defensa de sus feudos.

[9] En el contexto local pesaba el ambiente anticomunista.  En este caso de Medalla de Oro, la decisión de marchar hacia la capital, se tomó en los mismos días que en Monterrey se efectuó un sonado y exitoso secuestro de un avión por parte de una organización político-militar, realizado el 8 de noviembre de 1972.

2 Comentarios

  1. Me encantó tu artículo Lilia Palacios. Gracias por compartir tan valiosa información. Bravo por las mujeres organizadas de Medalla de Oro. A la fecha se siguen cristalizando los esfuerzos de organización de las mujeres y los movimientos sociales que anteceden a los actuales movimientos.

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    1. Gracias querida Norma, tienes razón, esta lucha germinó apenas unos años después en la gran huelga de las obreras de Confecciones y Maquilas en 1976, donde además de muchas otras compañeras, destacó por su aguerrida participación la joven obrera Maricruz Flores, nuestra gran compañera feminista; a lo largo de esa década fueron muchas las fábricas textiles que pararon por la acción de las mujeres que allí trabajaban (historia por escribirse). Así que tal como dices, las jóvenes que hoy luchan y resisten pueden saber que si voltean a la historia, verán un chingo de mujeres que han luchado. Tejamos el puente entre ese pasado y este presente, tenemos historia.

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