En estas últimas semanas hemos asistido a una intensa lucha de los sectores económicamente dominantes para asegurar su influencia en las políticas públicas del nuevo gobierno federal que toma posición en diciembre próximo. El objeto que mejor transparenta dicho jaleo es la edificación del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México en el lago de Texcoco. Dada la magnitud financiera, el impacto ambiental y el desarrollo aun relativamente incipiente de la obra, le ha tocado al presidente electo decidir sobre su futuro. Para la iniciativa privada la continuación de la obra había sido un sobreentendido. Acostumbrada a hacer valer sus proyectos ante el Estado, no había motivos para pensar que una alianza tan favorable para ambas partes podría romperse.
Empero, sucedió lo impensable: el sobreentendido de los empresarios ha fracasado estrepitosamente. Después de semanas de discusión sobre los puntos a favor y en contra de la sede de Texcoco y la opción alterna, Santa Lucía, una consulta popular inclinó la balanza hacia la cancelación del proyecto en Texcoco. Ello ha generado una honda indignación entre empresarios, algunas agrupaciones de ingenieros, políticos conservadores y periodistas de medios de comunicación afines. Se decían decepcionados y tacharon de incomprensible e irracional la decisión del gobierno entrante. Días antes de la consulta algunos políticos habían hecho un llamado al presidente electo a que se asumiera como hombre de Estado y que se olvidara de las promesas de su campaña política. Al enterarse con horror de la cancelación de la sede de Texcoco, los hombres de negocios le vaticinaron un futuro catastrófico al país.

Ciertamente, su espanto encontró eco a nivel internacional. Se produjo un leve desliz del peso frente al dólar y un ligero calambre de la bolsa, sin embargo, el asunto no pasó a mayores y los empresarios afectados por la cancelación parecen haberse ya tranquilizado. No obstante, la discusión acerca del nuevo aeropuerto en Texcoco plantea una serie de preguntas que se relacionan con la manera como un grupo minúsculo ha impuesto históricamente sus intereses económicos en la agenda pública; y cómo ha vendido a la opinión pública sus intereses personales como intereses comunes. Pero más importante aún es la consideración que el discurso empresarial le ha otorgado al medio ambiente en la realización de todo tipo de obras de infraestructura. Es necesario detenernos en esta cuestión por el simple hecho que la humanidad cuenta con apenas doce años para evitar las consecuencias más temibles del ya irreversible calentamiento global y del cambio climático asociado.
La preferencia empresarial por la sede Texcoco no puede sorprender si tomamos en cuenta la cuantiosa inversión pública que hubiese requerido y las enormes erogaciones permanentes que su mantenimiento hubiese exigido dadas las desfavorables características del subsuelo. A ello se agregan las expectativas de negocio ligadas a un proyecto aeroportuario a la altura de los aeródromos de Los Ángeles o de Atlanta. En cambio, nada informaron los defensores de la obra acerca de la destrucción de decenas de cerros para rellenar el subsuelo; de los desechos tóxicos depositados en la cercanía de comunidades o de las afectaciones de los acuíferos, para mencionar algo. Sólo las aves migratorias, las que invernan en el Lago Nabor Carrillo, encontraron una pequeña mención. Los ‘expertos’ de la IP consideraron factible reubicarlas a otros acuíferos más alejados. Se trataría de un mero problema técnico que se podría resolver relativamente fácil. Nada que preocupar. Sin subestimar el enorme impacto ambiental en la zona de construcción es necesario plantearse una pregunta más amplia y fundamental: ¿Es racional que se construya un mega-aeropuerto con el fin de multiplicar el número de aviones que llegarían de otras partes del mundo si la actividad aeronáutica contribuye sustancialmente a la acumulación de gases invernadero y por tanto al calentamiento global? ¿No contraría una obra así el compromiso formal del Estado mexicano de combatir el cambio climático global? ¿No tendríamos que pensar más bien en cómo reducir la cantidad de vuelos, es decir, en cómo reducir la actividad aeronáutica?
Los planes empresariales relacionados con el aeropuerto en Texcoco ilustran el absoluto desinterés empresarial en cuanto a cuestiones ambientales, en general, y el enfrentamiento del calentamiento global, en particular. Ello no puede sorprender, ya que según un informe reciente de la ONU, 70% de las emisiones de gases invernadero proviene de actividades industriales en manos de solamente cien empresas. Contaminar y destruir el planeta que nos sostiene en vida constituye el efecto colateral de una forma de organización económica que sólo se propone producir más para vender más a costos de producción más bajos. Desafortunadamente, a los empresarios no les importa que sus procesos productivos arruinen la salud de los consumidores y los trabajadores, que agoten los recursos naturales disponibles, que destruyan el hábitat de plantas y animales, que acaben con la biodiversidad, que hagan el aire irrespirable en las grandes aglomeraciones urbanas, que conviertan los mares en lagos de petróleo o gigantescos depósitos de basura o que transformen lagunas y estanques en depósitos de sus pestilentes aguas negras. La única pregunta que merece la consideración de los capitanes de la economía es cómo crecer para amasar más riqueza.
El empresariado encarna un modelo de organización productiva – el capitalista – que no sólo pone en riesgo la vida de millones de personas sino que ya en la actualidad mata a millones de humanos debido a los efectos directos e indirectos de la contaminación ambiental y el calentamiento global sobre la vida de individuos y comunidades. El rasgo básico del capitalismo es pues su asocialidad. Constituye un proyecto de odio contra toda la vida en el planeta y contra el planeta mismo. Los grandes problemas de la humanidad –las guerras de exterminio, las hambrunas, muchas enfermedades crónico-degenerativas, la contaminación ambiental, los éxodos masivos de poblaciones enteras, la creciente violencia, el calentamiento global– se encuentran íntimamente ligados al modo de producción capitalista. No hay tecnología capaz de prevenir y subsanar los daños que se generan incesantemente a la vida. Hemos llegado a un punto donde es imprescindible replantearnos la pregunta de cómo superar el modo de producción capitalista. No para vivir mejor en el futuro sino simplemente para poder vivir, para tener un futuro. La única certeza que tenemos para iniciar la transición a otra forma de organización societal es que la nueva sociedad no debe girar en torno a los intereses lucrativos de un sector minoritario. Debemos encontrar una forma de producir nuestras vidas que respete las necesidades de todos los humanos al igual que de la vida vegetal y animal, ya que sabemos que nuestra propia supervivencia depende de la de otras especies.
La consulta popular que el gobierno entrante ha llevado a cabo recientemente es un paso pequeño pero muy importante en la dirección correcta. A pesar del bombardeo informativo de los medios a favor de la sede de Texcoco, la población eligió en su gran mayoría los cerros, el lago y las aves en vez de las promesas de prosperidad económica. Quienes participaron en la consulta votaron por convencimiento y con un pleno entendimiento de la problemática. Este sector poblacional constituye el núcleo de un nuevo proyecto de sociedad que se debe de erigir sobre las ruinas económicas, sociales, culturales y ambientales que nos deja el modo de producción capitalista. Quienes han participado en la consulta no han votado simplemente contra Texcoco y por Santa Lucía, sino por una nueva relación entre desarrollo societal y medio ambiente. Desde la academia nos toca apoyar y defender este noble proyecto emergente. Quienes emprendimos dicho camino estamos convencidos/as que no hay vuelta atrás.
5 de noviembre de 2018
** Foto de portada tomada de Subversiones
¿El fin justifica los medios?
1.- El problema de fondo es la corrupción que hace eco con el nombre José María Riobóo.
2.- No existen estudios concretos sobre el impacto ambiental que tendrían ambos proyectos, todo se basa en opiniones y no trascienden más allá de notas en medios. (Si me equivoco sería bueno hacer referencia a algún documento existente)
3.- Lo más importante, el proceso a todas luces no cuenta con sustento legal.
Si bien el gobierno saliente estuvo plagado de irregularidades, no justifica que los que llegan pueden recurrir a medios ilegales alejados del debido proceso para concretar su visión del país.
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Aporto unos puntos, a reserva de desarrollarlos más delante.
1 este planeta tiene x cantidad finita de bienes. (No deseo llamarlos recursos)
2 El crecimiento ilimitado es una falacia destructiva, suicida.
3 La tierra necesita 18 meses para reparar los daños que le infligimos en un año. Vamos al colapso.
4 El crecimiento económico sólo beneficia al 1% de la población mundial que acapara los bienes. De ahí para abajo sólo se reparten migajas.
5 Ese crecimiento se logra a base de extractivismo depredador, los países periféricos depredados por las metrópolis, los pobres saqueados por los ricos.
6 La víctima principal de este proceso depredador es la Madre Tierra y las generaciones por venir.
7 La ciudad de México agoniza lentamente desde hace décadas, no ha sido viable nunca por el subsuelo, por los lagos, por su ubicación en un valle de montaña, por su sismicidad. Todo lo que aliente su crecimiento es demencial, suicida. Urge desconcentrar.
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