
El 11 de enero pasado se cumplieron 10 años de la desaparición forzada de Roy Rivera Hidalgo, muchacho que en ese 2011, en sus 18 años, fue secuestrado por un comando de hombres armados que portaban chalecos de la policía municipal de Escobedo. Todo esto en su propio domicilio frente a su madre y hermano, en el municipio de San Nicolás de los Garza, Nuevo León. Y aunque la familia de Roy pagó el rescate que los secuestradores pidieron y su madre pudo hablar con él por teléfono en esos días, ya pasaron 10 años en que no han vuelto a saber de él.
El caso de Roy representa los de miles de personas desaparecidas en Nuevo León en los últimos años, y las decenas de miles de desaparecidos en nuestro país, fenómeno que creció escandalosamente a partir de la llamada época de la “Guerra contra el narco”, promovida por el gobierno de Felipe Calderón.
Tuve el gusto de conocer a la mamá de Roy, Leticia Hidalgo, en una charla que ella impartió en la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL a mediados del 2012, cuando ya había transcurrido más de un año de su desaparición. Allí nos explicó el proyecto de búsqueda que muchas madres habían emprendido para conocer el paradero de sus hijos e hijas, labor que ejercían en sustitución de lo que realmente debió ser siempre el trabajo de las autoridades gubernamentales. Era la primera vez que yo escuchaba sobre los desaparecidos en mi propia ciudad. Tan ausente había permanecido a estos hechos, a pesar de saberme profesor de mucho tiempo atrás en la misma Facultad de Filosofía, e investigador social en formación. El evento lo había organizado la Facultad como parte de la reflexión que quiso proponer la escuela a partir de que uno de nuestros estudiantes, el inolvidable José Fidencio García “Suri”, había sido arrebatado de la vida por un grupo de sicarios que disparó a un domicilio situado a un lado de una barda que en ese momento “Suri” pintaba, como parte de su trabajo comunitario al servicio del Instituto de la Juventud del municipio de San Nicolás. Esa barda sería para pintar mensajes alusivos a la paz. Orgullosamente para mí, “Suri” había sido mi estudiante al menos en dos ocasiones en la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía, escuela donde Roy Rivera recién ingresaba en esa época de 2011 en que fue desaparecido.

Pocos años después, en el primer aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, mi participación como ciudadano en aquella inédita movilización multitudinaria en nuestra históricamente conservadora ciudad de Monterrey (y que era réplica del movimiento nacional de ese día y donde se exigía la aparición con vida de los muchachos), me llevó a encontrarme nuevamente con estas madres buscadoras, ya agrupadas en el colectivo FUNDENL (Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Nuevo León). Eso ocurrió ya dentro de lo que pasaría a ser la Plaza de los Desaparecidos en Nuevo León, lugar que ellas, junto con otras familias que sufrían por la desaparición de un ser querido, habían tomado como un espacio público desde donde habrían de erigir un recuerdo permanente para las autoridades y la sociedad en general, de que les faltaban (nos faltaban) sus muchachos, sus hijos, hermanos, esposos.
La Plaza de los Desaparecidos es el lugar donde se reúnen ya no sólo integrantes de este colectivo, sino en general familiares de personas desaparecidas. Ahí se apoyan mutuamente, conviven, ríen y lloran, pero sobre todo realizan juntas para compartir ideas y armar esfuerzos para llevar por ellas mismas — cada vez con más apoyo de antropólogos forenses, arqueólogos y abogados que se han sumado a la causa de estas madres, hijas y esposas— la búsqueda de sus seres queridos, y también de los mecanismos de justicia y compensación por parte de las autoridades (como lo ha sido la recientemente promulgada Ley General en Materia de Desaparición Forzada de Personas), ley que contempla otorgar derechos de pensión y seguridad social a los familiares de la persona desaparecida (aunque con limitaciones importantes, por ejemplo en el caso de que quien desaparezca no contase con seguridad social al momento de su desaparición). Además de FUNDENL, también están en esta lucha diaria otros tres colectivos ya instituidos en Nuevo León: AMORES (Agrupación de Mujeres Organizadas por los Ejecutados, Secuestrados y Desaparecidos en Nuevo León), que es parte de la asociación CADHAC (Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos); Eslabones Nuevo León; y Buscadoras de Nuevo León. Roy Rivera es por supuesto un solo caso de miles que existen en Monterrey y en todo el país, aunque nuestro estado ocupa el segundo lugar en el nivel nacional en cuanto a esta triste estadística. Al menos al 31 de diciembre de 2019, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas de la Secretaría de Gobernación, reportaba que había 61 mil 637 personas no localizadas en el país.
Ante la tragedia de la desaparición, no puedo más que decir que como profesor del área social, considero que todo lo que enseñamos en Ciencias Sociales es sólo basura si no utilizamos ese conocimiento para cuestionar nuestro mundo y tratar de transformarlo. Como padre de dos hijos, valoro y me resuenan las palabras de estas madres que día a día buscan a sus hijos y que ya no sólo luchan por encontrarles, con su exigencia y activismo buscan también que ninguna familia viva el dolor de un familiar desaparecido, como le está pasando a ellas. Pero independientemente de esto, como ciudadano, como lo somos todos, todas, no podemos dejar de pensar en que todo este esfuerzo y búsqueda de justicia no es para recordar a esos hijos, padres, hermanos que no están, sino que es para hacerlos presentes.

Al menos en la esquina de Washington con Zaragoza, en la Plaza de los Desaparecidos de Nuevo León, hay decenas de rostros —pintados en grafiti— que nos recuerdan esto; y sobre todo hay muchos corazones que se reúnen semana con semana —mayoritariamente mujeres—, corazones que aunque estén a la mitad, podrían tener de nosotros mucho más que un simple “lo lamento”. La vida se va y Roy y Kristian y Galo y Gino y Francisco y Arturo y Vero y Eleazar y muchos y muchas más no han aparecido y hacen falta en sus familias, en nuestra sociedad. Habrá que recordarle esto permanentemente a quienes osaron dejar este legado de impunidad y dolor a estas familias en gobiernos pasados: por el acto criminal o por la omisión o por la indiferencia, y por supuesto, tendrán que pensarlo muy bien quienes se atrevan a desear ser los nuevos gobernantes en Nuevo León y en sus municipios.
Pero a los ciudadanos de a pie también nos llega nuestro momento de rendir cuentas; al menos por nuestra indiferencia o desconocimiento (in)voluntario de la situación. Porque quienes hemos sentido el “alivio” de no vivir la situación y sólo leerla en los diarios, en los blogs, quizás podamos hacer mucho más de lo que imaginamos en apoyar el movimiento de estas familias, ya no sólo con buenos deseos, sino con ideas y acción.
18 de enero de 2021
Imagen de portada: Plaza de los desaparecidos. La Plaza se tomó por el movimiento un 11 de enero de 2014, en un aniversario más de la desaparición de Roy. Foto de Mauricio Argüelles.