En los tiempos actuales, las escalas de visión son necesarias. Ver desde lo pequeño, lo local, hasta lo grande, lo global, ayuda para poner en perspectiva las múltiples dinámicas en juego en la crisis actual.
En esta columna se tiende a ilustrar lo local, la escala más cercana, la que permite a cada uno identificarse, la que hace la denuncia más fuerte. Hoy proponemos cambiar la escala, pasarse a una más amplia, más global. Para ilustrar esa visión a gran escala, me apoyo en las discusiones entre Académicxs 43 durante la mesa redonda, organizada por este mismo colectivo, el pasado 23 de febrero en las instalaciones de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL: “El fin de la globalización neoliberal… el futuro para México”. Me propongo en esta columna hacer un recuento de las discusiones.
Como académicos que somos, ante una temática tan amplia, solemos recurrir a las definiciones de los términos: ¡Fin de la globalización neoliberal! ¿Fin o crisis? ¿Qué significa el fin? ¿Y fin de qué? ¿De la globalización o de la globalización neoliberal? Así que empezamos por el final, es decir, el calificativo.
El neoliberalismo. ¿Qué esconde este término? Cada quien tenemos una idea de lo que es, mediante sus expresiones cotidianas logramos identificar lo que provoca en términos de afectaciones tanto económicas como sociales. Sin embargo el concepto requiere ser cargado de valor para poder ser entendido. Desde un punto de vista político, y según como nos los presentó Ignacio Irazuzta, el neoliberalismo en cuanto proyecto político descansa sobre los siguientes tres componentes: Gubernamentalidad, el gobierno de las mentes orientado al individuo emprendedor bañado en una libertad liberal; Gobierno de políticas públicas enfocadas a resolver problemas específicos de poblaciones de afectados que no permiten pensar la sociedad más allá de conglomerados estadísticos; y una organización postburocrática del Estado con el reemplazo de las instituciones por nuevas modalidades de organización que sustentan el fin de los intereses económicos. Es el gobierno de los CEO, de políticos que toman su legitimidad por ser empresarios.
El neoliberalismo, hijo del liberalismo de principios del siglo XX ha abierto la puerta a una ultra financiarización de la economía, donde el capital financiero, intangible, feroz e insaciable ataca sin piedad a las estructuras sociales, a los compromisos y acuerdos laborales del modelo fordista para nutrirse. El balance en términos económicos, tal como nos lo presentó Verónica Sieglin es aterrador para los muchos que no gozan de los privilegios de los pocos: concentración de la riqueza[1], especulación sin reinversión productiva, estancamiento de los salarios y crecimiento del consumismo a crédito, aumento de las deudas de los Estados, incremento de la vida de trabajo y caída del empleo para los jóvenes, caída de la participación de los asalariados en el PIB, etc.

Ahora nos queda la globalización, que más que un concepto describe un estado de la realidad. Una conectividad de las personas y de las cosas que potencializa tanto lo efectos negativos del neoliberalismo como las reacciones a éste. Lo global nos lleva necesariamente auna dimensión internacional. La o las crisis del neoliberalismo se notan en todo el mundo, en todas las naciones dejando siempre más gente al margen de su cortejo fúnebre dirán algunos, modificando los equilibrios entre potencias políticas o económicas, entre viejos imperios y naciones emergentes. La globalización tiene sus formas locales, más bien, sólo tiene formas locales de expresión. Así, si bien vemos la multiplicación de reacciones populistas para contrarrestar los defectos del neoliberalismo y del mercado abierto, también se observan formas de organizaciones progresistas que buscan respuestas a la vez más locales y más sociales.
Y con todo eso, ¿qué del futuro de México? A menos de tener una bola de cristal, es arriesgado plantear EL futuro de México, pero sí se pueden trazar algunas pistas. Regresando a una escala local, México se encuentra inmerso en varias escalas geográficas. Entre un vecino al norte, tan incómodo como presente y los vecinos desatendidos del sur, tiene la posibilidad de reequilibrar sus relaciones tanto políticas como económicas. Con el anunciado retorno de miles de migrantes del norte, México tiene la opción de dejar de considerar a su mano de obra como recurso económico para verla como creadora de valor social y económico a nivel local. ¿Qué no es fácil? No, nunca será fácil salir de una crisis estructural, pero la reflexión y la acción, sí son herramientas al alcance de todos.
13 de marzo de 2017
[1] Según el Reporte Oxfam, en 2016, 62 personas concentran la mitad de las riquezas mundiales, dejando así un poco más de 7 490 billones a repartirse el otro 50%.
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