Ingrid y Fátima nos duelen. Nos duele su terrible asesinato así como nos lastima aún recordar a las jóvenes asesinadas en Ciudad Juárez. Nos duelen lo que hicieron a Ingrid y a Fátima así como se nos quebraron las voces de tanto gritar “¿Dónde están?” las personas desaparecidas por esta guerra que no pedimos.
Con Ingrid y Fátima se nos quiebra una vez más el corazón y el alma. Ni nos dio tiempo siquiera de experimentar las emociones que nos despertó saber de la saña del feminicida de Ingrid. Ni de procesar el enojo que sentimos contra los medios de comunicación por replicar estas horrendas imágenes, y transformarlo en acciones para que no se repita. No, no hubo tiempo de tramitar nada cuando nos enteramos de la desaparición, asesinato y violación de Fátima.
Sí, las mujeres deberíamos ser paredes. Así apenas las autoridades municipales y federales estarían preocupadas en serio por nosotras, revisando escrupulosamente reglamentos para arrestar a los responsables de nuestra matanza, para sentenciarlos y detener esta masacre.

Así me sentí por dos días. Estuve tumbada en cama. Como una pared. Quería ser una pared. Una cosa. Algo inerte. Algo que se puede pintar, rayar, color violeta, verde, y que la gente se indignará por ello. Que fuera tanta su indignación por las pintas que mandarían personas (mujeres, obviamente) a lavarlas, borrarlas. A borrar las pintas como se borran las vidas de quienes disienten.
Amigas, esto es lo que necesitamos: una buena bañada en colectiva. Si así nos hemos sentido, como cosas, golpeadas, inertes, como paredes, entonces ¡bañémonos! Necesitamos una buena limpia, con hierbas, palabras amorosas, ¡todas juntas! Necesitamos ser este ejército amoroso de mujeres para cuidarnos y levantarnos, una vez más.
Hablemos de lo que sentimos. Reconozcamos que sentimos miedo.
Yo sí sentí miedo.
Yo sí sentí terror. Esto es lo que buscan.
Yo sí sentí asco. Asco me dan quienes defienden las paredes y pregonan el respeto a los reglamentos municipales, por encima de nuestro derecho a la libre expresión.
Yo quise cerrar los ojos. Negar la realidad, dejar de ver noticias, es un mecanismo de defensa ante la crueldad. No sintamos culpa por ello, reconozcámoslo.
Yo lloré, por Ingrid, por Fátima, por nosotras. Por todas, por Raquel.
Y me tomé un café con mi amiga, mi carnala. Y esa misma tarde con mon amie. Y esa noche conversamos en familia de asuntos trascendentes para nosotros. Mis hombres son mi ancla en esta vida, mi familia en mi México lindo y hermoso, porque es hermoso, a pesar de tanto horror. Las y los amo.
Amigas, agarrémonos de nuestras anclas, nuestras hermanas, parejas, hijas e hijos, maestras y maestros para pensar. Somos más fuertes que la barbarie.
No. No somos paredes.
Sí, somos un ejército de amor. Amor del bueno, amor sororo, del que abraza, que no compite, que no envidia, que celebra la vida, de compañeras que luchan desde la casa, el trabajo o la calle, de mujeres que entienden a aquellas que lloran y abrazan a las hermanas cuando se desaniman.
Recuperemos la senda de la esperanza y recordemos todo lo avanzado. Celebremos el hecho de tenernos. Celebremos nuestras vidas con un baile de brujas. Porque vivas estamos. Y vivas nos queremos.
24 de febrero de 2020
**Imágenes tomadas de Internet
Hola Severine. Gracias por tu escrito, coincido contigo en todo. Yo también me he propuesto dejar de ver los medios, pero es una decisión que me dura 5 minutos, sigo (bien-mal)informada. Saludos. Carmen Castro
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Así es Carmen, requerimos de los medios para seguir estando informadas, y aprecio recibir las palabras de compañeras como tú! De eso se trata, sabernos aquí, las unas para las otras, más allá de las atrocidades y de la agresividad que les despierta a los machos el vernos unidas. Abrazos !
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Que bonito texto! Me sentí identificada. ¡Fuerza hermanas!
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¡Gracias Cynthia! ¡Vivas nos queremos!
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