Me imagino una instantánea del 2 de octubre pasado en el país y veo en ella muchos actos en conmemoración de los 50 años de Tlatelolco. En universidades, en centros culturales, en museos de todo México habrá habido algo y se habrá dicho algo sobre el tema. Me lo imagino así porque hubo dos en mi entorno más cercano, aunque no a los dos me fue posible asistir. Uno fue el que se organizó en el Museo de Historia de la ciudad y del que participaron dos integrantes de nuestro colectivo. Ese fue al que no pude asistir y sabrán disculparme mis queridos compañeros. El otro fue el que organizó el departamento académico en el que trabajo, en el Tec. A ese sí fui.
Tres maestras recientemente retiradas de sus clases, con muchas ganas de volver a impartirlas, cuentan cómo vivieron aquellos días del sesentaiocho. Cuentan del acontecimiento, Tlatelolco es por supuesto el hecho, y lo analizan con rigor de oficio: el contexto internacional, el régimen local, la demografía que daría nacimiento y lugar al sujeto histórico en cuestión…; también el momento cultural de los sesenta o, mejor dicho, contracultural, el de la literatura de la Onda…
¡Y hablan de las manifestaciones de todo eso en el propio campus del Tec! Inimaginable hoy aquellos estudiantes en huelga de hambre frente a Rectoría en el Campus Monterrey y en protesta por la expulsión de unos compañeros; impensables en los estudiantes de hoy aquellas irreverencias, aquella lírica militante, desdeñosa con lo dado, ilusionada y comprometida con nuevos principios de organización que el clima cultural del momento ofrecía.

Las maestras describen todo aquello con entusiasmo pretérito, con nostalgia de fiesta, representándose en pantalones o en minifaldas junto a esos chicos de pelos largos y patillas. Y pum! A aquella jarana le devino el drama, a aquel tumulto la masacre, a aquella osadía la reprimenda, a aquellas voces el silencio, a aquellos dichosos sesenta los duros setenta, a aquellas apariciones de jóvenes en el espacio público, sus desapariciones. Y de todo ese devenir, impunidad. Impunidad en los responsables de aquella matanza y también en la de los crímenes que seguirán durante la década siguiente en la llamada “guerra contrainsurgente”.
Hoy, ese pasado acecha. Esas muertes maltrechas, esas desapariciones calculadas están presentes entre nosotros como espectros de un pasado mal resuelto. Las letras de la Onda de entonces parecen volver en la extendida cultura zombi de nuestros días. Toda esa cosa que no podemos comprender ni menos explicar “irradia realidad” y le da forma al drama del presente. Es el poder del hunting, del espectro, que dice Aubery Gordon.[1]
A las tres maestras la escucha un auditorio colmado. Algunos pocos, como yo, viejos compañeros gustosos del reencuentro. Los muchísimos más son estudiantes, sucesores de aquellas demografías abultadas y desbordantes de jóvenes. Quizá incluso nietos de aquellos festejos y devenires dramáticos. Contemporáneos de sus espectros. Esos y esas jóvenes escuchan atentos a quienes ya no son sus maestras de historia o de literatura, pero de quienes están recibiendo, quizá, su clase más magistral. Y al terminar esa clase preguntan con insistencia: ¿con qué nos quedamos de esa lección?, ¿qué podemos hacer nosotros ahora? Dicen las preguntas con afectación, incluso con la voz entrecortada por el llanto. No lloran aquellas violencias, lloran las de su presente de más desaparecidos, de ejecutados, de colgados en puentes, de encajuelados, de descuartizados, de incinerados.
Ni sus maestras de enfrente, ni nosotros sus actuales docentes tenemos respuestas a esa demanda. No tenemos una oferta ideológica clara que les sirva para encauzar su lucha por otra forma de organización social, como quizá sí la tenían los maestros de estas maestras. No hay un modelo de sociedad alternativo como sí lo tuvieron los jóvenes de entonces. Lo que ahora queda son las cuentas pendientes de ese pasado de impunidad. Con lo que cuentan es con la necesidad de pasar ese pasado por la justicia. No tenemos respuestas a sus demandas. Quizá, tan solo, una constatación: el sujeto revolucionario de entonces ha devenido un sujeto víctima. La víctima se ha constituido como un tipo subjetivo muy extendido en nuestras sociedades. Quienes escuchan y luego preguntan son testigos de una sociedad de víctimas, su mundo es un “mundo de víctimas”[2]. Quizá lo que les toque hacer a estos estudiantes sea el conjuro de los espectros de ese pasado que se reproduce en los males de su presente. Lo están haciendo al nombrar esos males; lo están haciendo al buscar respuestas a su presente injusto. Ojalá lo logren y recuperen lo que de fiesta hubo en aquellos sesentas que las maestras recuerdan ahora con nostalgia.
8 de octubre de 2018
[1] Gordon, A., 2008. Ghostly Matters. Haunting and the Sociological Imagination. Minneapolis: University of Minnesota Press.
[2] Gatti, G. (ed.), Un mundo de víctimas, Barcelona: Athropos, 2017.
** Imágenes tomadas de Internet