Tragicomedia educativa mexicana / Por Luz Verónica Gallegos

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Primer acto. Son las dos y Alondra no ha vuelto a casa; tendría que haberlo hecho a la una. No responde el teléfono celular. Minutos después, la chica llega y se encuentra con un drama familiar al que responde con un “lo siento, no pensé que fuera para tanto”. En medio de la escena: Paloma, la menor de la casa, observando.

Segundo acto. La maestra Magda llega a casa después de su doble jornada laboral; ya recogió a sus hijos en casa de la abuela. Se dirigía a abrir cuando vio que la chapa estaba forzada. Entre llamadas y visitas avisó a su directora que no iría a la escuela el siguiente día. Pablo, de 9 años, tuvo un sueño intranquilo esa noche; no daba crédito al hecho de que alguien los hubiera despojado del mayor bien material de esa casa: su Xbox.

Tercer acto. Lucía, de 17 años, salió de casa temprano, como todos los días. No volvió. Su foto fue compartida 432 veces en las redes sociales. Rocío, de 12, llevaba el conteo de manera puntual: estaba segura de que su hermana aparecería antes de llegar a 500.

La obra se llama “Cotidianidad mexicana” y las voces de los personajes hacen eco a nivel nacional. La escena cómica viene después: el titular de la Secretaría de Educación Pública diciendo que el nuevo modelo educativo para la educación obligatoria tiene como objetivo “preparar a nuestros hijos e hijas para que puedan enfrentar el difícil momento histórico que están viviendo y logren realizarse plenamente”[1]. El mismo Aurelio Nuño Mayer complementa esa frase anunciando el modo en que dicha empresa se llevará a cabo: dando a niños y jóvenes “las herramientas que necesitan para triunfar”. En la propuesta de ese documento rector, las llamadas habilidades socioemocionales se mencionan como componentes claves del currículo. Términos como felicidad, determinación, perseverancia y resiliencia son nombrados en la justificación de la propuesta, y la educación socioemocional se plantea como un medio para que los estudiantes “aprendan a manejar de forma satisfactoria los estados emocionales impulsivos o aflictivos”.

Paloma, Pablo y Rocío asisten regularmente a la escuela. Ellos tres y el resto de los niños y jóvenes mexicanos están en medio de este teatro nacional, al cual se tiene previsto que se adapten y sean capaces de exitosas improvisaciones “consigo mismos y con los demás”, según anuncia el modelo educativo.

El tema de las habilidades socioemocionales no es nuevo. En España tuvo una fuerte presencia en los años 90. En la Universidad de Barcelona, Rafael Bisquerra Alzina coordinó los trabajos de un equipo de psicopedagogía, cuyas ideas sobre alfabetización emocional, desarrollo social, habilidades de la vida y ciencia de uno mismo, se expandieron y llegaron a México el primer lustro del nuevo milenio. La consideración de estos temas, así como las intenciones de llevar a cabo procesos instructivos en los cuales se desarrollen capacidades para vivir de manera plena y libre, son de gran valía, sí. Sin embargo, esperar que la confianza, la seguridad y la tranquilidad de los niños y jóvenes provenga de los contenidos escolares, es como poner un florero de cristal sobre una mesa a la que le falta una pata y pensar que no caerá tarde o temprano.

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Para el caso, el peligro es que el tema de las habilidades socioemocionales termine convirtiéndose en una serie de contenidos declarativos dentro del espacio escolar. Los profesores que han sido vulnerados con una reforma que es a todas luces depredadora, ahora deben cumplir con el encargo de “que los estudiantes pongan en práctica acciones y actitudes encaminadas a generar un sentido de bienestar”. Aunque en realidad tampoco eso es novedoso: el artículo 3º de la Carta Magna establece, desde la reforma de 1946, que la educación que imparta el Estado tenderá a desarrollar armónicamente todas las facultades del ser humano. Pero ¿cuál es el ambiente en el cual tienen lugar esas intenciones educativas? ¿Es posible transmitir esas ideas con sólo “decir” cómo deben ser las cosas?

Tiene caso recordar las aportaciones que Albert Bandura hizo hace casi cinco décadas respecto al aprendizaje social. Este psicólogo estadounidense señaló que el comportamiento humano se aprende a través de la observación a través de modelos[2]. Dicho en términos coloquiales: la palabra convence, pero el ejemplo arrastra. Miremos a los tres actores infantiles presentes en los actos iniciales; ellos están observándonos a padres y maestros, a hermanos y vecinos.

Los niños aprenden lo que ven, no lo olvidemos y no queramos enterrar la cabeza como lo hace el avestruz. La infancia en México está envuelta en la misma situación que la población adulta del país: la violencia, la inseguridad y la desesperación. Quizá sea momento de hablar de estos asuntos ahí, en la escuela. Es importante que los adultos mostremos a los niños que no son los únicos que sienten temor. Además, es necesario reconocer que esos asuntos no están presentes sólo a nivel de conciencia y que aquello que se denomina educación emocional tiende a responsabilizar al individuo. La ansiedad y la depresión en niños y jóvenes han rebasado las formas de atención tradicionales de las instituciones educativas. En esta misión de expresarnos, el arte ocupa un lugar relevante. Es importante dejar de ver a los contenidos escolares como la panacea. Hay alternativas reales y tampoco son novedad, sólo requieren de mayor apoyo del Estado.

La forma en que las habilidades socioemocionales han sido planteadas en el documento del Modelo educativo para la educación obligatoria en México resulta cómica frente a la tragedia nacional. Nuestros niños y jóvenes merecen algo más que refritos educativos.

30 de octubre de 2017

[1] Modelo educativo para la educación obligatoria. Educar para la libertad y la creatividad. https://www.gob.mx/sep/documentos/nuevo-modelo-educativo-99339

[2] Bandura, Albert (1974). Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad. Madrid: Alianza.

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