Elecciones en Francia: el dilema del «entre dos» / por Anne Fouquet

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La primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia dejaron en la recta final, para la segunda vuelta, dos candidatos: Emmanuel Macron (24.01%) del Movimiento “En Marche” y Marine Le Pen (21.3%) del Frente Nacional. Quedaron en las puertas de esta contienda el candidato de la derecha tradicional, del partido Los Republicanos[1], François Fillon (20.01%), y el de la izquierda radical  Jean-Luc Melanchon (19.58%) con su movimiento “Francia Insumisa” y otros siete que no rebasaron 7% de votos.

El resultado de la primera vuelta traduce una serie de cambios y crisis importantes:

  1. Una crisis de los partidos tradicionales que fueron castigados en las urnas y en particular el Partido Socialista con un débil 6.36% de los votos.
  2. El éxito de los movimientos constituidos alrededor de personalidades que se posicionan como “anti-sistema”.
  3. La institucionalización del Frente Nacional como segunda fuerza electoral.
  4. Una fragmentación del voto en cuatro grandes grupos repartidos en el tablero político, desde los extremos derecha e izquierda, pasando por un centro ampliado y una derecha tradicional en pérdida de legitimidad.

Los partidos tradicionales, Los Republicanos y el Socialista, se han visto sancionados por los electores traduciendo así una profunda crisis del sistema de partidos políticos en su capacidad de responder a las demandas y esperanzas de la sociedad, encerrados como están en sus batallas partidistas internas, en los escándalos de malversaciones, etc. También demuestra una distancia  siempre más grande entre estos organismos y sus aliados institucionales como los sindicatos, las asociaciones civiles, entre otros.

El éxito de los movimientos sin ataduras partidistas, con un discurso de cambio, radical o conservador, debe entenderse en esta dinámica de crisis de legitimidad de las instituciones y sus incapacidades para reformar y reformarse.

El Frente Nacional, este espectro nacionalista que recorre la vida política francesa desde hace más de 45 años (fundado en 1972 por Jean-Marie Le Pen, padre de la actual candidata, el partido se reclama heredero del nacionalismo del “Nuevo Orden”), ha ido ganando legitimidad y respetabilidad con el nombramiento de Marine Le Pen en 2011 a la cabeza del partido familiar.  Bajo su liderazgo el FN ha sabido “suavizar” las aristas fascistas del fundador (lo cual no significa que hayan desaparecido) y capitalizar el descontento y malestar social resultantes de las políticas económicas y sociales de los últimos gobiernos. El voto lepenista ha sido profunda e históricamente estudiado y, por lo tanto, se conocen los mecanismos que llevan a millones de franceses a optar por el FN: los malestares sociales que alimentan el descontento, las desilusiones de las promesas electorales no cumplidas, el abandono de lo rural, el desmantelamiento del modelo social, las crisis de los suburbios, etc. El discurso demagógico que fustiga al extranjero, a la globalización y a las finanzas internacionales como responsables únicos de los malestares sin más proyecto de sociedad que simplemente combatirlos, atrae al votante frente a otras candidaturas igualmente vacías en términos de proyecto.

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E. Delacroix: La libertad guiando al pueblo, 1830.                     Portada: G. Couvert, El Desesperado, 1895. 

La fragmentación del voto entre cuatro grupos distintos ideológicamente, con un porcentaje de voto oscilando alrededor de 20%, complica la elección entre los dos candidatos para la segunda vuelta. Revisando las elecciones presidenciales anteriores, nunca se ha visto una fragmentación tan marcada entre cuatro candidatos ideológicamente tan diferentes. Retomando brevemente las posturas de los cuatro, nos damos cuenta de la distancia entre el electorado. Un conservadurismo radical cubierto por Le Pen, un conservadurismo liberal encarnado por Fillon, un liberalismo de corte “neo” encabezado por Macron y un radicalismo llevado al frente por Melanchon.  Estas ideologías siempre han estado presentes en el escenario político francés. Hasta la década de los 80, el arco político se dividía entre Comunistas y Socialistas de un lado, y conservadores de derecha y centristas liberales del otro. Sin embargo de los dos lados del tablero político, los partidos que enmarcaban estas diferencias permitían llegar a acuerdos políticos e ideológicos en el seno de la izquierda y de la derecha.

En estas elecciones, la disyuntiva para el votante que escogió en la primera vuelta Melanchon o Fillon, es la siguiente: votar a Emmanuel Macron en oposición a Le Pen; votar en blanco para expresar su desacuerdo con los dos candidatos enfrentados; no ir a votar, y finalmente, votar Marine Le Pen aun estando en contra de su ideología pero en nombre del cambio por el cambio. Para una gran mayoría de los votantes se va a tratar de un voto en contra en lugar de un voto para. Es decir que ya no se trata de elegir al candidato que más se acerca a sus propias convicciones ideológicas, sino de elegir el menos peor.  En este caso, sin lugar a duda Macron es el menos peor, pero lejos, muy lejos de convencer al ala izquierda del pueblo francés.

Este próximo domingo sabremos quién de los dos habrá ganado, pero frente a esta fragmentación del electorado y con las elecciones legislativas a la vuelta, nada, absolutamente nada, estará resuelto el próximo domingo. Quedará pendiente la reconstrucción de los partidos políticos, su capacidad para generar nuevos proyectos acordes a los problemas  sociales actuales y la de un sistema electoral, que parece haber mostrado en estas elecciones,  sus límites para la representación democrática de una sociedad francesa fragmentada ideológicamente.

2 de mayo de 2017

[1] Los Republicanos (LR) es el nuevo nombre, adoptado en 2015 de lo que fue el UMP (Unión para un Movimiento Popular) creado en 2002, a su vez proveniente del RPR (Rassemblement pour la République) creado en 1976.  Todos, en sus diferentes denominaciones se reclaman portadores del legado de De Gaulle y representan la derecha “institucional” reuniendo desde los liberales hasta los conservadores.

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