
En los últimos años, quienes desde la academia nos dedicamos a las áreas sociales del conocimiento (Historia, Ciencia Política, Relaciones Internacionales, Sociología, o algún otro campo relacionado), hemos sido testigos de cómo en el mundo universitario las ciencias sociales parecen estar cada vez más dominadas por el imperativo de la utilidad práctica: si estas ciencias no proporcionan soluciones para resolver problemas pareciera que entonces no sirviesen para nada. Podemos incluso constatar en los planes de estudio de las universidades –sobre todo las privadas– cómo se han ido conformando las asignaturas del área social como derivaciones de problemas ético/morales, como aplicaciones de política social, o bien como una homologación de lo social con la llamada perspectiva nomotética (ligada al paradigma positivista o cuantitativo).[1] En el extremo ha sucedido que carreras profesionales o posgrados con el nombre de “Ciencias Sociales”, o simplemente nombrados como áreas puras del conocimiento (Sociología, Antropología, Ciencia Política), en muchos casos han sido suprimidos y sustituidos por programas de estudio donde se aglutina lo social con las humanidades o incluso con la visión psicológica, con abierta orientación pragmática. Aquí podemos ver cómo se han desarrollado carreras y posgrados que en sus títulos contienen palabras como “Estudios Humanísticos y Sociales”, “Transformación social”, o incluso hemos visto cómo algunos departamentos de universidades apiñan en sus coordinaciones de estudios de grado y posgrado tanto las Ciencias Sociales como las llamadas Ciencias Administrativas y las Ciencias del Comportamiento (como la psicología clínica).
La idea de que las ciencias sociales deben servir para resolver problemas por supuesto no es mala; es absolutamente necesaria, sobre todo en un mundo con tantísima deuda que existe en el área social. Por ejemplo, quienes residimos en esta parte del norte de México, jamás nos faltan en nuestras clases temas dolorosos que comentar: contaminación y sobrexplotación de los recursos naturales, desigualdad social, inseguridad pública, violencia contra las mujeres, pobreza urbana, abandono del campo, gentrificación, corrupción, personas desaparecidas, inequidad en el acceso a servicios de salud y educación, etc. Sin embargo, sucede que, aunque las ciencias sociales sí tienen una parte aplicada capaz de generar políticas públicas, consultoría y propuestas de proyectos de desarrollo comunitario, se está olvidando la verdadera vocación de la ciencia social, que es simplemente problematizar: brindar herramientas empíricas y conceptuales para entender el mundo y a partir de aquí generar crítica, reflexión y diálogo, y sí, finalmente dar elementos teórico-empíricos para sustentar aplicaciones sociales, que eventualmente son un gran campo para profesionales del trabajo social y del desarrollo de política social.

Entonces, ¿de dónde parece provenir este sesgo actual de las ciencias sociales hacia lo utilitario? Podemos pensar aquí en Wallerstein, sociólogo y epistemólogo estadounidense que dedicó gran parte de su vida académica a discutir el papel de las Ciencias Sociales. Wallerstein nos explica que las Ciencias Sociales son relativamente nuevas y surgen por la necesidad de entender el mundo moderno. Sobre todo, en la segunda parte del siglo XIX, pensadores como Karl Marx, Emile Durkheim y Marx Weber buscaron darle un sentido a las grandes transformaciones sociales que cimbraron el mundo a partir de las grandes revoluciones europeas (donde estuvieron igualmente la Revolución Industrial, las revoluciones políticas de las que la Revolución Francesa es paradigmática, y la de las conciencias, propulsada por la Reforma Protestante y por la Ilustración). En esa época, los dilemas de las Ciencias Sociales eran principalmente dos: tratar de entender si la sociedad tendía al orden o al conflicto, y descifrar si lo social se conformaba por la llamada estructura social o era más bien producto de la acción humana de los individuos. No obstante, siglo y medio después, con esta visión utilitarista de la ciencia social que predomina en nuestros días, parece dominar la visión de que el mundo hay que “arreglarlo”, y que antes de comprender y explicar con teorías y estudios empíricos lo social, hay que cambiar este mundo aun mediante la imposición de visiones eurocéntricas y decimonónicas del orden.[2]

En cuanto al dilema sobre la estructura y la acción humana, parece reinar una visión esencialista de la acción del individuo; desde las estrategias emprendedoras surgen ideas que ensalzan la voluntad humana para cambiar el mundo, como si bastase la mera intención de cambiar ese mundo mediante la imposición de la solución. Incluso se mezcla cierto discurso que recuerda el motivacional; “el cambio está en uno mismo” parece ser el lema de este “paradigma” que se va volviendo hegemónico. Es así como el espíritu de emprendimiento social busca imponer recetas para resolver problemas sociales, incluso sin que medie una verdadera comprensión de la situación mediante la adquisición de la perspectiva del actor (para lo cual la observación participante y la etnografía en general son cruciales, al menos desde el llamado de la Antropología). Queda muy lejos la visión de la acción humana como movimiento social, que fue en sus orígenes el objeto de estudio principal de la Sociología.
Pareciera que en este mundo globalizado del siglo XXI volviéramos con más fuerza al esquema colonizador del conocimiento, donde los países ricos son los que producen investigación básica (la que genera conocimiento académico, que es el que provee de conocimientos y teorías) y los países como México nos abocamos a replicar estos conocimientos en nuestros libros de texto (o lo que ahora son las modernas plataformas tecnológicas donde se desarrollan cursos estandarizados y abundan como referencias, en lugar de los libros completos, las lecturas de capítulos de libros y artículos en PDF).

Las universidades privadas parecen obedecer a la oferta y la demanda, a lo que dicte el mercado, y aunque en principio las universidades públicas buscan la universalidad del saber, han terminado como en las privadas por ser tomadas en sus decisiones por el esquema ingenieril y administrativo. En las universidades parece prevalecer ahora el aprendizaje basado en retos y en establecer competencias impuestas en los planes de estudio, donde los profesores no tienen injerencia en la elaboración de los programas de las asignaturas y en el diseño de las actividades de aprendizaje. Tanto profesor como estudiante terminan perdiendo contexto del proceso de la socialización del conocimiento; terminan ambos sujetos a contenidos prefijados y estandarizados en las plataformas educativas diseñadas desde arriba por “expertos” en contenidos curriculares.
Existen algunos esfuerzos por conciliar estos problemas, como la propuesta de la public sociology de Burawoy (2005), donde se propone construir un conocimiento social que no esté monopolizado por los conceptos y estudios empíricos de los académicos sino que se asume que la ciencia social también debería ser construida por las preocupaciones y dilemas de la sociedad “no profesional” de los temas sociales y donde se dé cabida a asuntos éticos, a la resolución de problemas de la sociedad civil y se otorgue importancia no sólo a la explicación de lo que es la sociedad sino a lo que debería ser.

Es un debate abierto dilucidar hacia dónde se dirige el estudio de lo social. Habrá que encontrar un balance entre las necesidades prácticas de las universidades y de la sociedad civil, y las demandas también de los académicos, que aluden que ha costado mucho trabajo llegar a construir el campo del saber social y distinguirse no sólo del sentido común, sino de las Humanidades (como la Filosofía) y las Ciencias de la conducta. Sobre todo, el llamado que haríamos los colegas que buscamos resistirnos a las imposiciones de esta concepción de lo social como una “caja de herramientas” es que la ciencia social no se puede separar de sus implicaciones epistemológicas, teóricas y su relación con lo empírico, y claro, con los problemas de la sociedad real. Aun así, no está escrita en balde esa tesis 11 de Marx, que dice y sobre todo resuena más o menos así: “El filósofo [el académico o académica de lo social, diríamos ] no viene al mundo sólo a tratar de interpretarlo, sino a transformarlo”.[3]
23 de agosto de 2022
Referencias:
Burawoy, Michael (2005). For Public Sociology. Presidential Address. American Sociological Review, vol. 7, pp. 4-28.
Wallerstein, Immanuel (coordinador) (1996). Abrir las Ciencias Sociales. Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales. Siglo XXI Editores, México.
Wallerstein, Immanuel (1997). Historia de las Ciencias Sociales. Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades. UNAM, México.
[1] Según Wallerstein (1996), las ciencias sociales se han dividido según su orientación en nomotéticas e ideográficas. En las nomotéticas se presupone que en el mundo hay leyes que dictan el devenir de la sociedad y que por tanto hay que encontrar explicaciones en términos de variables independientes que causan un efecto en una dependiente (donde la Economía sería paradigmática de esta perspectiva), mientras que en las ciencias con orientación ideográfica se intenta dar una comprensión e interpretación del mundo social desde la perspectiva del actor y bajo la premisa de que el mundo no se puede separar en variables sino que se privilegia la visión holística (esto es, se parte de la premisa de que el mundo es un todo).
[2] Wallerstein (1997) habla de este sesgo en la creación de las ciencias sociales. El surgimiento de las llamadas “ciencias sociales que estudian el presente” (economía, ciencia política y sociología) se da a finales del siglo XIX, y sobre todo se conforman en Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Estados Unidos.
[3] Las Tesis sobre Feuerbach fueron escritas por Karl Marx en 1845, y son unas breves notas donde se compendia la crítica de este autor a Feuerbach, seguidor de Hegel, a quien Marx tomó muy en cuenta para la construcción de su teoría materialista de la historia, pero a la vez refutó para terminar reelaborando su propio concepto. Estas Tesis fueron editadas y publicadas post mortem, gracias a Friedrich Engels, el gran colega de Marx.