El refugio y la ciudad / por Ignacio Irazuzta

De una década a esta parte el debate académico intelectual se ha llenado de referencias apocalípticas, retratos de mundos desbastados, de ecosistemas dañados y de poblaciones llenas de zombies, como lo evocan tantísimas producciones culturales contemporáneas. Un mundo de desaparecidos, como lo retrata Gabriel Gatti (2022) en su libro Desaparecidos. Cartografías del abandono; un mundo al que no le queda grande esta categoría, la de desaparecidos, que evoca la mayor de las tragedias que le puede suceder a un individuo y a una sociedad, y que el autor recoge en esa cartografía que va desde el Mediterráneo o el México de migrantes hasta los bateyes dominicanos o las periferias de Silicon Valley. El mundo se ha llenado de desaparecidos como nuestro presente de futuros nefastos, según Pablo Francescutti (2021), un estudioso del futuro a través del cine y de la ciencia, que dice que en la sociedad actual “hemos normalizado la catástrofe en el futuro”. El panorama es copioso en desapariciones, en negros futuros y también en refugios que de todo ello nos preservan. Es un planeta invivible pero lleno de vida. O, como diría Donna Haraway, una Tierra que está “llena de refugiados, humanos y no humanos, pero sin refugio” (2019). Como espacio material y como acción, el refugio parece la síntesis social de nuestro tiempo, su Zeitgeist.

Puestos de inicio a pensar la ciudad y el refugio[1] uno puede hacer un recuento abultado de cosas. Si esa ciudad es Monterrey, por ejemplo, pueden verse muchas:

La primera cosa con la que asocio el refugio en Monterrey es con el mundo migrante y las casas de migrantes: tres entre las más importantes de la ciudad, que la puntean de miseria en una extensión considerable de su geografía metropolitana. Ese es, mayoritariamente, el refugio asociado a lo que institucionalmente se entiende por tal, el refugio de la condición de refugiado que otorgan los organismos internacionales para esos individuos exudados de la organización estatal-nacional del planeta. A esos refugios los podemos ver como disposición material en esos albergues, o en su búsqueda errante en la presencia de las caravanas que cada tanto atraviesan la ciudad. Ese refugio, el asociado al mundo del humanitarismo (Fassin, 2017), es de densa presencia en la ciudad.

Arriba: las tres casas de migrantes más importantes de la ciudad: Casa Indi, en Monterrey, Casanicolás, en Guadalupe y Casa Monarca, en Santa Catarina. Abajo: caravana migrante que se formó en la ciudad hacia mediados de junio al interrumpir las autoridades migratorias el paso de gente principalmente de Venezuela hacia la frontera norte de nuestro país. Coreaban Queremos irnos por el centro de la ciudad.

Luego veo lo que he estado mirando últimamente: lugares con aspecto de refugio y asociados a las figuras del homeless y la indigencia. Son lugares que están a la vista de todos, pero lejanos respecto a las vidas de los ojos que los ven. Que se presentan fugazmente, a un costado de las grandes avenidas y que se resisten a ser captados como no sea desde el paso fugaz o desde la distancia. Son refugios que se muestran pixelados. Es el caso de lo que hasta hace poco se veía desde la Avenida Constitución o en el ya tradicional puente de Gonzalitos, frente al Hospital Universitario: reparos de la intemperie que parecen lugares de abandono, pero que son en los hechos refugios en tanto que procuran aminorar el impacto del ambiente: permiten guarecerse de la intemperie. Un refugio protege, cuida y vincula, produce vínculos sociales más o menos institucionalizados alrededor del cuidado y la protección, por lo que vamos viendo con el equipo de investigación Vidas descontadas. Refugios para habitar la desaparición social, al que refiero en nota al pie.

Arriba: refugio sobre Avenida Constitución, frente a la Pulga Río, 10/04/2022. Abajo: Puente de Av. Gonzalitos, frente al Hospital Universitario, 15/03/2022.

Protección, cuidado y vínculos también se ven en esas otras formas más antipáticas de generar refugio, como son las asociadas al negocio inmobiliario y los estilos de vida que promueven. También allí circula una idea de refugio que resguarda frente al ambiente exterior. Tan es así que se materializa en esos edificios de viviendas a las que les precede el carro, en los que el acceso a la casa está pensado desde el carro. Del refugio del carro al refugio del hogar, las de las nuevas construcciones son unas vidas prevenidas de la ciudad que habitan, en la que sus ocupantes residen, pero no pueden vivir. Es ese mundo interior de aires acondicionados del que todos, más o menos, somos partícipes y que nos resguarda de un exterior cada vez más caliente y contaminado. Mucho hemos dicho y venimos diciendo de ese mundo en nuestro blog.

Habrá luego, seguramente, refugios que se definen desde el sentido de prevención de catástrofes, como los sótanos de las casas estadounidenses o como los que contiene la novela Lugar seguro, de Isaac Rosa (2022). En ella, Segismundo García intenta vender refugios adaptados a las viviendas de esas gentes temerosas de clases medias españolas que sueñan egoístamente con catástrofes y en contra de quienes colectiva, e ingenuamente según algunos, elucubran refugios conscientes de una política de cuidados. Los de Segismundo García son refugios del sálvense quien pueda.

De una forma o de otra, frente a un mundo dañado y hostil y a la medida de cada desdicha, dar(se) refugio parece ser acción social frecuente y lugar común en nuestro tiempo. Vean si no el reportaje que veía yo hace unos pocos días en El País sobre los “refugios climáticos”. Un término que se consolida como concepto que, aunque carga ya con historia, se está pronunciando más asiduamente en estos tiempos de cambio climático y que se materializa en espacios de la ciudad donde guarecerse, por lo general de las altas temperaturas que han llegado para quedarse, por lo menos en verano.

Desde una Monterrey en canícula y sin agua, no puede parecerme esa una propuesta de dejar pasar. No podemos no pensar el refugio como parte de su infraestructura urbana, no podemos eludir la pregunta sobre quién necesita y quién merece refugio en la ciudad; no podemos abandonar la idea de hacer de la ciudad un lugar más habitable, más respirable, más a reparo de un clima de hostilidad; no podemos tampoco renunciar a imaginarnos más protegidos, más cuidados y mejor vinculados. A la luz de los tiempos actuales, parece difícil no representarnos un futuro deteriorado, peor que nuestro presente, pero, frente a este, tampoco es fácil cejar en el esfuerzo por refugiarnos.

9 de agosto de 2022

ignacio.irazuzta@gmail.com

Referencias:

Fassin, Didier, (2017). La razón humanitaria. Una historia moral del tiempo presente, Buenos Aires: Prometeo.

Francescutti, Pablo, (2021). Historia del futuro. Utopías y distopías después de la pandemia, Granada: Comares.

Gatti, Gabriel, (2022). Desaparecidos. Cartografías del abandono, Madrid: Turner.

Haraway, Donna, (2019). Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Bilbao: Consoni.

Rosa, Isaac, (2022). Lugar seguro, Barcelona: Seix Barral.


[1] Como lo estamos haciendo de hecho en el proyecto de investigación Vidas descontadas. Refugios para habitar la desaparición social, coordinado por Gabriel Gatti.

Foto de portada e interiores: Ignacio Irazuzta

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