
Barak Obama se ha sumado a la resistencia haciendo campaña a los candidatos del Partido Demócrata. En su discurso en la Universidad de Illinois, el presidente número 44 afirmó que Donald Trump no es la causa, sino el síntoma de la crisis, caos y corrupción que padecen no solo la Casa Blanca y el Partido Republicano, sino algunos miembros de la sociedad estadounidense.
Y es que, efectivamente, estamos ante una crisis de valores en un país donde grupos ultraderechistas (alt-right), fascistas y neonazis proclaman su derecho a discriminar y los bullies su derecho a burlarse, mofarse, ridiculizar, insultar, intimidar y agredir, sin que sean mal vistos. Un país en el que los evangélicos y pro-vidas se olvidan de aplicar sus propios principios —los diez mandamientos no aplican a Trump— con tal de penalizar el aborto y prohibir el uso de anticonceptivos. Un país donde algunos orates cibernéticos diseminan teorías de conspiración; así, según QAnon (seguidores de Trump que publican en los espacios virtuales de Twitter, YouTube y 4channel, un tablón de imágenes o imageboard), Trump ha estado emprendiendo una lucha secreta contra el Estado profundo (Deep State). Los Q están convencidos de que el fiscal especial Mueller trabaja para Trump con la intención de capturar a una red malvada de traficantes de niños que están preparando un golpe de Estado. La red, obviamente, está dirigida por Hillary Clinton, Barack Obama y George Soros.
Estamos viviendo en un país en donde el Partido Republicano se hace de la vista gorda ante las atrocidades que “su presidente” comete al minuto con tal de avanzar una agenda que más que conservadora, es retrógrada, inhumana, sexista, racista y prepotente. Un partido dispuesto a hacer todo tipo de trampas con tal de mantenerse en el poder.
Los escándalos de corrupción se apilan; demandas civiles a personas relacionadas con el actual mandatario están pasando a ser investigadas como actos criminales. Por ejemplo, la Organización Trump que enfrenta una demanda civil por el Partido Demócrata debido al hackeo de sus servidores, ahora está siendo investigada por malversación de fondos, evasión de impuestos y violación a las normas de campaña. Michael Cohen, el ex abogado personal de Trump, se declaró culpable de varios delitos afirmando que los cometió por órdenes de “un contendiente a un cargo público”, o sea, Trump.
El caos que se vive en la Casa Blanca empeora al minuto. Cada vez son más las personas que se acercan al fiscal especial Robert Mueller con información que incrimina a Trump a cambio de inmunidad. El legendario periodista del Washington Post, Bob Woodward, quien investigó y publicó acerca del escándalo del Watergate, ahora ha escrito el libro Fear: Trump in the White House, basado en entrevistas con colaboradores cercanos a Trump. En este libro, que salió a la venta el 11 de septiembre, Woodward revela que durante el 2017 el país dependió de las palabras y acciones de un líder emocionalmente alterado, voluble e impredecible y que miembros de su gabinete trabajaron juntos para bloquear las iniciativas que parecían provenir de los más peligrosos instintos del presidente. Al día siguiente de anunciado el libro de Woodward, un miembro del gabinete de Trump declaró de manera anónima en el editorial abierto del New York Times que en la misma Casa Blanca hay una “resistencia” que está preocupada por defender al país de su presidente y que se ha discutido la posibilidad de aplicar el Artículo 25 para remover a Trump de la presidencia, pero que no hay avances porque se teme ocasionar una crisis constitucional. Como si no la hubiera ya.
Trump y sus seguidores están convencidos de que ellos controlan la narrativa. Y así, ante la carta abierta, las huestes trumpistas se han volcado a los medios para defender al presidente acusando al autor de ser un traidor. Antes del anuncio de la publicación del libro Fear (Miedo), el mismísimo Trump llamó a Woodward para desacreditarlo.
Ahora la batalla se está librando en el Senado en la audiencia de confirmación del juez Kavanaugh para ocupar la novena silla en la Suprema Corte de Justicia. Kavanaugh es el salvoconducto de Trump para no pisar la cárcel y es además una pieza clave para mantener a los pro-vidas contentos, ya que el juez ha expresado en el pasado su interés de revocar el derecho al aborto y cree fehacientemente que los métodos anticonceptivos son abortivos. Las probabilidades de confirmarlo son 50/50. Si es confirmado no sorprendería a nadie, pues el Senado, de mayoría republicana, no ha puesto ninguna objeción a los candidatos de Trump. Aunque parece que la decisión caerá en dos senadoras republicanas, Lisa Murkowski (Alaska) y Susan Collins (Maine) ambas partidarias del derecho de las mujeres a elegir. Parece que el juez Kavanaugh ha convencido a Collins de otorgarle su voto, pero la senadora enfrenta gran presión en su estado; a la fecha han llegado a la oficina de la senadora miles de ganchos para colgar ropa como un recordatorio de la práctica para realizar abortos. Si el juez no es confirmado, estaremos viviendo por segunda ocasión un revés a las políticas de Trump. El primero fue el voto que el senador John McCain (QEPD) dio para no revocar el Obamacare.
Sí, son tiempos convulsos cuando desde el poder se hace apología de la mentira, la ignorancia, la infamia y la ignominia. De ahí la vehemencia de los llamados que alertan de la conducta deplorable del hombre que ocupa la Casa Blanca y la invitación a ir a las urnas este 6 de noviembre y votar por candidatos del Partido Demócrata para recuperar la mayoría en el Senado. En esta realidad orwelliana, House of Cards es un cuento de niños.
14 de septiembre de 2018