Monterrey y la Indepe: una reflexión desde la teología y la sociología / Por Rodolfo A. García Martínez

Cada ciudad puede ser otra
cuando el amor la transfigura
cada ciudad puede ser tantas
como amorosos la recorren.

Benedetti.

El reciente anuncio de la detención momentánea  de la construcción del Memorial de Misericordia, (ver nota) proyecto que consiste principalmente en la realización de una cruz monumental encima de la Loma Larga (que además podría ser la más grande del mundo) me lleva a escribir, desde mi formación teológica y sociológica, algunas cosas que antes, cuando viví en este bonito y cohesionado barrio, compartí en mi paso por tres de los cuatro comités de dicho proyecto, en mis diálogos con vecinos y académicxs, que creo pueden ser un aporte al discernimiento comunitario que podría llevar a la transformación o cancelación del mismo.  

I. Mi primera mirada me lleva al modo en que el proyecto suele ser presentado: “una obra monumental para la gloria de Dios y el bien de la comunidad”. Un argumento teológico y otro social, como bien señala Mons. Luis Eduardo Villarreal.

Si bien es cierto que la Biblia atestigua la experiencia que sentimos de consagrar espacios y dedicarlos a Dios, ella misma nos advierte del peligro que puede haber en dejar de lado la justicia[1], la solidaridad con el pobre[2], el cuidado del exiliado e incluso el derecho a la propiedad de la tierra[3] para poner, equivocadamente, nuestra seguridad en edificaciones majestuosas[4] a las que Dios mismo no se siente atado y de donde está dispuesto a retirarse para acompañar al exiliado[5] (¿desplazado?) cuando se le oprime, se vive con injusticias o se explota al prójimo; así deja claro que Su presencia abarca toda la existencia personal y social y no sólo algunos espacios consagrados.

Ahora bien, pensando en dar gloria a Dios, se puede recordar una enseñanza fundamental de San Ignacio: hemos de buscar la mayor gloria de Dios. Es decir, habiendo muchas maneras de honrar a Dios, se han de buscar aquellas que no sólo den gloria, sino que den la mayor gloria, lo que más conduce al bien, a la alegría y la esperanza, a lo comunitario. Se trata de buscar lo más grande, en lo más pequeño, en lo cotidiano. Puede dar gloria una edificación, pero da más gloria “hacer valer el derecho y la justicia”; pueden dar gloria bellas imágenes pero es mayor gloria a Dios “no oprimir al migrante, al huérfano y a la viuda”[6]; puede dar gloria una gran cruz, pero el cuidado de la comunidad está por encima; no digo que se excluyan mutuamente, pero buscar la mayor gloria significaría no separar el culto de la vida, ni la belleza de un lugar del bien de una comunidad, no vaciar de sentido buenas intenciones dando espacio a injusticias o vulnerando, aún indirectamente, el derecho a la ciudad de la gente, a una casa o a permanecer en una comunidad. Tal argumento espiritual entonces quedaría obligado intrínsecamente a velar, siempre y sobre todo, por el bien total de la comunidad, a quitar, detener, evitar todo aquello que le dañe y a promover (y sobreponer) todo aquello que favorezca a sus miembros en su desarrollo integral. Porque no es diferente el bien de la gente de la gloria de Dios.

Si como Iglesia somos capaces de obtener grandes recursos económicos en medio de una crisis a causa de la pandemia, ¿querríamos destinarlos a edificaciones enormes o, en cambio, a muchos pequeños centros comunitarios que pueden provocar el desarrollo de comunidades de las periferias de nuestra ciudad?, ¿a embellecer espacios o a cuidar y desarrollar comunidades? Eso sin poner sobre la mesa las crisis y dificultades de nuestro seminario, parroquias, sacerdotes, familias, programas de caridad y labores evangelizadoras. No pretendo ser anacrónico, pues la pandemia ha sido posterior al inicio del proyecto, sin embargo es posible redireccionar nuestros esfuerzos y considerar con mirada interdisciplinaria y detenidamente todo tipo de amenazas, riesgos, violencias que, a partir de una intervención espacial de esa magnitud, puede desplazar la vida de la gente, gente que percibe y podría dialogar. Esos diálogos abiertos, consecuentes y en igualdad de condiciones pueden también considerarse una gran gloria a Dios.

II. Eso me lleva a una segunda mirada, esta vez a la participación de la gente, esos que son “la fuente de resiliencia realmente capaz de reconstruir ciudades caídas” (Slater 2006: 738[7]). La gente de la Indepe nos ha recordado que la política no es sólo el lugar de los políticos, sino que hay una serie de actores que no se definen como políticos pero que de hecho participan en la gestión de la ciudad de modo activo y organizado.

Desde el rio hasta la loma. Exposición gráfica con participación de artistas gráficos y niñxs de la Indepe.

Según una larga y consolidada tradición, los ciudadanos no tienen y no pueden tener alguna competencia significativa en el trato y mucho menos en la gestión de la res pública y por lo tanto no pueden tener un rol en la elaboración de políticas públicas (Moro 2013: 159)[8]. Este puede ser un enfoque compartido por los ciudadanos mismos, que pueden anular el valor de su propia voz y el ejercicio de sus propios poderes, bajo la perspectiva de que “sólo los políticos gobiernan”, o “los ricos mandan” y “sólo ellos pueden cambiar las cosas”. Sin embargo, estos enfoques políticos se han venido transformando en los sistemas democráticos contemporáneos, que son cada vez más atentos a las minorías, para evitar el peligro de la tiranía de las mayorías señalado por Tocqueville y reconocer “la capacidad que tienen los ciudadanos  de acumular conocimiento y  know-how en lo que se refiere a las políticas públicas” (Moro 2001:160). Así crece la conciencia de que el ciudadano tiene un papel activo en la vida pública, pues es el primero en descubrir algunos factores que están en juego en medio de los problemas: su propia casa con todo lo que ella implica, el bienestar familiar o la historia afectiva personal, su vecindario, barrio o la memoria de su pueblo; observemos que la gente puede participar, agruparse, movilizarse y comprometerse cuando ve riesgos de desplazamiento u otros temas ambientales y sociales.

Una muestra clara de los poderes de los ciudadanos han sido los comunicados de la Junta de vecinos en resistencia, los grupos activos en las redes sociales, la creatividad en los panfletos, videos, promocionales, o los recientes logros legales en torno a los megaproyectos. Todo esto es una llamada a la comunidad a participar y organizarse, a hacer escuchar su voz pues sólo ustedes saben lo que en verdad requieren, conocen su propia historia, gente, recursos, posibilidades, necesidades. Si todos participamos desde el diseño en los proyectos y programas que se realizan, si nos informamos, escuchamos inquietudes, si acompañamos los procesos, protegemos el patrimonio cultural y a las personas vulnerables, si acompañamos nuestros diálogos con investigación científica, utilizamos instrumentos políticos y legales, si actuamos en red, monitoreamos, evaluamos, y participamos en la transformación de nuestra comunidad podemos tener grandes posibilidades de construir la comunidad que deseamos y queremos construir juntos.

Así llego al cierre: la ciudad que queremos. Las cosas que podemos aprender de estos hechos recientes no se refieren sólo a la colonia Independencia (la Indepe), en nuestras ciudades hay mecanismos que hacen dolorosa e insostenible la vida. Nos toca preguntarnos con honestidad si hay violencia estructural en el modo en el que estamos construyendo la ciudad y si hemos dejado de lado la finalidad de vivir bien –dejando  el lugar sólo a la inversión y generación de capital económico– para poder así comenzar, desde nuestra propia trinchera, a aportar pensamiento crítico en la generación que todos hacemos de la ciudad.

La ciudad puede ser habitada con lo mejor de nosotros mismos y custodiada por todos para aprovechar mejor lo positivo que nos ofrece nuestra ciudad, al mismo tiempo que minimizar los efectos negativos con acciones y programas adecuados, haciendo de Monterrey un espacio de colaboración y diálogo honesto, donde todos podamos “participar, decidir y planificar la ciudad” (UN 2012:10)[9]; delante de los megaproyectos, la gente de la Indepe y todos aquellos que honestamente quieren buscar su bien, estamos llamados a construir una comunidad resiliente, cuya producción del espacio pueda encontrar caminos para la concretización del bien común y que ante los muchos retos urbanos podamos dejar claro cuál es el tipo de ciudad a la que queremos contribuir.

6 de septiembre de 2021

** Todas las imágenes fueron tomadas de la página Resistencia Tankez


[1] Jeremías 7,5-6; Ez 33,10-20

[2] Ezequiel 18,7-9;

[3] Ezequiel 11,14-21

[4] Jeremías 7,1-15; Ez,8. “El Señor no es como los dioses de las demás naciones; no se deja comprar con sacrificios ni halagar con ceremonias. Quiere la práctica de la justicia en las relaciones sociales y la vigencia del derecho en el país (Comentario a Jer. 7,1-8,3, Biblia de la Iglesia en América)

[5] Ezequiel 11, 22-25

[6] Jeremías 22,3

[7] Slater, Tom. 2006. “The eviction of critical perspectives from gentrification research”. International Journal of Urban and Regional Research 30(4): 737-757.

[8] Moro, Giovanni. 2013. “Cittadinanza attiva e qualità della democracia”. Roma: Carocci.

[9] United Nations. Office for disaster risk reduction. 2012. “Cómo desarrollar ciudades más resilientes. Un manual para líderes de los gobiernos locales”. Campaña mundial 2010-2015. Ginebra.

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