El régimen talibán y el patriarcado en México / Por Mauricio Argüelles

En estas semanas hemos constatado que los conflictos armados pueden extenderse tanto que a veces parece difícil recordar que alguna vez tuvieron un principio, como ha sido la guerra que comenzó el gobierno de Estados Unidos contra el régimen talibán en Afganistán y que continuaron los grupos rebeldes afganos contra este grupo político extremista. Esta disputa se originó a partir de que el gobierno de George Bush Jr. intentó justificar la intervención estadounidense en Medio Oriente, después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Aunque esto fue la excusa para que al final el imperio estadounidense lograra el control de puntos estratégicos con los que pudiese equilibrar el poder que iban ganando otras potencias en la región (Rusia, Irán, China).

El llamado por parte de Joe Biden en mayo de este año para dar por terminada la ocupación de las tropas norteamericanas, 20 años después de iniciado el conflicto, provocó que los grupos guerrilleros talibanes –nunca realmente doblegados– fueran ganando terreno, recuperaran plazas, y finalmente han terminado por reinstalar su poder político y proclamar un nuevo gobierno. La guerra más cara para EUA en los últimos años y que ha dejado a Afganistán mucho más dividido que como estuvo antes, ahora con este sorpresivo desenlace hace sospechar si el régimen talibán aplicará una vuelta a las medidas draconianas que ejerció contra su población civil en los años 1996 a 2001, justo antes de ser expulsados del poder por las fuerzas del ejército estadounidense y sus aliados.

Entre las medidas que se teme puedan resurgir –y ya se han dejado ver visos de que efectivamente así será– está la supresión de libertades y derechos civiles, políticos y sociales, sobre todo para las mujeres y niñas afganas. Con el régimen talibán al mando regresa un gobierno confesional que basa sus estatutos políticos en una interpretación fundamentalista de los principios religiosos propios de la fe dominante en su cultura. Entre otras políticas, las mujeres afganas podrían volver a ser condenadas a un virtual encierro en sus hogares, ya que les sería otra vez prohibido trabajar fuera del hogar (con excepción de doctoras y enfermeras que atiendan a niñas y mujeres), les sería suprimido el derecho a la educación y se les volverían a imponer restricciones a la libertad de expresión, de su forma de vestir y de movimiento en espacios públicos.

Solidaridad internacional. Mitin en Bilbao. Foto tomada de internet.

En México, donde gozamos de presumir que nuestra situación es comparativamente mucho mejor que en otras regiones del mundo, donde siempre hay alguien que vive una situación todavía peor a la de nosotros, es tema de plática cotidiana la condena hacia las prácticas de violencia contra las mujeres de regímenes autoritarios como el talibán. Siempre parece ser nuestro consuelo pensar que en otras culturas las libertades y derechos están mucho más coartados que en nuestro país. Sin embargo, tenemos que considerar que en México la violencia contra las mujeres se ha incrementado en los últimos años, y la supuesta igualdad de derechos tiende a quedar expresada sólo en leyes, sin alterar sustancialmente el modelo político-cultural dominante de arraigada perspectiva masculina. Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas, que reconoce que existe una subordinación histórica de la mujer hacia el hombre, ya ha emitido diversas declaratorias hacia el gobierno mexicano haciendo un llamado a poner alto a la violencia contra las mujeres. (Véase: México 2018 y México 2020)

Más aun, la crisis del coronavirus nos ha permitido visibilizar las grandes inequidades imperantes en la sociedad mexicana; la desigualdad que había desde antes,  solo sigue creciendo. En el plano económico, por ejemplo, es posible evidenciarlo en cómo el empleo informal es significativamente mayor en el sector femenino que en el masculino, en que en la cuarentena el trabajo doméstico no remunerado se ha cargado mucho más a la mujer que al hombre, que el trabajo doméstico remunerado (labor evidentemente sustentada sobre todo por mujeres) ha sido de los más golpeados con las políticas de confinamiento, que la sociedad no termina por valorar en su justa dimensión algunos trabajos ejercidos en el sector servicios y predominantemente feminizados, como el de enfermería (recordemos los casos de agresiones a enfermeros y enfermeras en el inicio de la pandemia) o el de la docencia en educación básica. La consecuencia más extrema de esta violencia sistemática es el incremento de los feminicidios y las desapariciones de personas (concentrada cada vez más esta estadística en niñas y mujeres).

Desigualdades acentuadas en la pandemia. Fuente: Ciencia-UNAM

Al respecto, la antropóloga argentina Rita Segato[1] explica que se ha confundido la lucha feminista con un conflicto entre hombres y mujeres, cuando en realidad se trata de una relación de poder en la que no se ha querido reconocer que la violencia entraña una estructura económica, política e histórica que se impone a la mujer, y quien regularmente  la vive como un ser individual, cuando el hombre violento representa toda una red de poder que se beneficia de la asimetría de este dominio. Dice esta académica que, aprovechando que se tienen instituciones débiles, se termina ejerciendo entonces un “señorío” sobre el cuerpo de la mujer. Recordemos, por ejemplo, que apenas en el 2005 la Suprema Corte en México dictaminó que existía la violación dentro del matrimonio (antes no era un delito), o que en la mayoría de los estados del país no existen derechos reproductivos garantizados para las mujeres, ya que las leyes civiles y las normas morales siguen siendo impuestas desde la visión del varón, quien controla el poder político, familiar y religioso. Dice Segato que en estos casos el poder varonil ejerce el “mandato de la dominación” y que por tanto los grupos poderosos son quienes se vuelven dueños de la vida y de la muerte; los disidentes de este sistema tienen que asumir las consecuencias (aquí no sólo entran las mujeres sino todos los que quedan fuera del molde de la cultura del poder patriarcal).

Segato expresa que este mandato de dominación, en primera instancia, tiene que ser seguido por los propios varones y que éstos terminan por ser las principales víctimas del desenfrenado esquema de competencia que aplasta a quien no logre cumplir los estándares machistas: los perdedores, los débiles, las minorías en general. Los hombres tienen que obedecer entonces la consigna de tener que mostrar la potencia en cualquier ámbito de la vida: el sexual, económico, político, intelectual, deportivo, artístico, moral. La antropóloga argentina enfatiza que en este ambiente de violencia queda restringida la capacidad de circulación de la mujer, quien ve sus derechos en manos de las instituciones y ya no de la sociedad y la vigilancia ciudadana, como podía ser en épocas anteriores. Esta situación no es exactamente igual que la que han vivido las mujeres y niñas afganas, que han sufrido las imposiciones de regímenes políticos como el talibán, pero en cierto modo mimetizan en la práctica esos principios.

Imagen tomada de internet.

Segato insiste que la violencia de las sociedades y estados donde prevalece la visión patriarcal como un sistema de dominación se acrecienta en países en guerra, incluso en lo que ella llama “guerra informal”, donde coloca a México. Es así como esta violencia hacia la mujer, que tanto condenamos a la distancia al compadecer a la sociedad afgana y sobre todo a su población femenina, hace eco en la violencia estructural que venimos replicando en México, sobre todo desde que se instauró el poder de la violencia del crimen organizado y en los gobiernos que tenemos, que parecen seguir reproduciendo la visión de convertir en una minoría política a la mujer.

Ante la salida masiva de Afganistán en busca de refugio, el gobierno mexicano ha llamado la atención en las noticias internacionales por  dar acogimiento a refugiados, particularmente a mujeres científicas refugiadas de ese país. Paradójicamente, para la sociedad mexicana la espiral de violencia interna de los últimos años, y que ha vuelto mucho más vulnerable la situación de las mexicanas, no parece tener fin.

Por tanto, no se trata ya de un cambio de leyes, ni de contar con un gobierno de izquierda, ni mucho menos de un llamado a la voluntad individual como motor del cambio. Derribar de una vez por todas el régimen de dominación del añejo patriarcado, será una tarea ya no de hombres o de mujeres, sino de todos, todas.

30 de agosto de 2021


** Imagen de portada tomada de internet: mujeres afganas manifestándose ante la llegada del régimen talibán.

[1] Segato, Rita (2017). La guerra contra las mujeres. Buenos Aires/Madrid: Tinta Limón – Traficantes de sueños.

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