Diario de un Fundidor. Entre el acero, el oficio y la camaradería / Por Jaime Sánchez Macedo*

Haciendo eco de una larga –pero a veces ignorada– tradición historiográfica sobre el desarrollo industrial de la ciudad de Monterrey que pone en el centro del análisis la experiencia del proletariado, el historiador Óscar Rodríguez presenta su libro Diario de un fundidor[1],el cual reúne los testimonios de 25 ex-trabajadores y trabajadoras de la extinta Fundidora Monterrey, empresa siderúrgica de gran relevancia regional y nacional que cerró sus puertas el 9 de mayo de 1986, sacrificada por el proyecto económico neoliberal que por aquellos años tomaba fuertes bríos en México. Este texto pone en práctica la metodología de historia oral para trascender las fuentes de archivo y acercarse a recuperar las memorias de las personas de a pie que en ocasiones resultan sumamente esquivas para la historia.

En ese sentido, resulta importante puntualizar que las investigaciones que se valen de entrevistas no hacen preguntas de la misma manera que lo haría un periodista o un policía. Lo importante en este método de indagación es conocer la visión de l@s otr@s: la manera en que se interpreta, interioriza y transmite el acontecer histórico desde identidades individuales y colectivas. Si bien la veracidad de los hechos no está peleada con la narración testimonial, no es el dato duro lo que más importa al construir este tipo de fuentes, toda vez que las entrevistas de historia oral deben dar lugar al recuerdo latente, tanto como a las subjetividades constituidas desde el presente en cual tienen lugar las entrevistas.

Portada del libro.

Así, los testimonios de Diario de un fundidor registran un vasto repertorio de experiencias que corren en una diversidad de direcciones, siempre con una fuerte carga nostálgica. Haciendo un corte generacional de l@s entrevistad@s para el texto tenemos que se trata de la última generación en integrarse a la Fundidora, aquell@s que ingresaron en el transcurso de la década de los cincuenta y sesenta y atestiguaron la debacle tras el cierre de la fábrica: la mayoría fundidores de segunda o tercera generación, algun@s incluso que crecieron en el seno de las instituciones creadas por la propia empresa tales como la maternidad “María Josefa” y la red de escuelas “Adolfo Prieto”. Concretamente la investigación de Óscar Rodríguez rescata la experiencia laboral en la empresa entre los años de 1956 y 1986.

Los testimonios reunidos constatan la composición del tejido social de la Fundidora, donde por causa de la cláusula del contrato colectivo no era extraño que padres, hijos, primos, tíos y vecinos se encontraran laborando en los diferentes departamentos de la misma empresa. Si bien hoy en día la contratación de familiares por la vía sindical ha pasado a ser tomada como una práctica perjudicial de empresas públicas y privadas, en otro tiempo, se consideraba a la herencia familiar de los oficios un motivo de orgullo e identidad, debido a que el trabajo fabril se veía favorecido por la transmisión generacional de los conocimientos y valores adquiridos en el trabajo cotidiano. No obstante, el ingreso de familiares por medio del sindicato no constituía la única vía para entrar a trabajar en la Fundidora y en Diario de un fundidor se da cuenta de una diversidad de maneras a través de las cuales se logró dicho cometido: desde el largo peregrinar de los que durante años “hicieron puerta” trabajando como obreros eventuales de los distintos departamentos, hasta quienes por un golpe de suerte y azares del destino terminaron por incorporarse a la empresa.

…y fueron acusados de «flojos». Fuente: Informe anual de Fundidora, 1981.

Una vez dentro de Fundidora las experiencias coinciden en que además de duro, el trabajo era también peligroso, siendo este un tema previamente estudiado por el autor, quien con anterioridad ha afirmado que, en proporción, la tasa de accidentes de Fundidora llegó a ser 10 veces mayor que en otras empresas de la ciudad de Monterrey. En ese sentido, las primeras experiencias en Fundidora describen herramientas que superaban en peso y estatura al cuerpo de los entonces jóvenes obreros. Por otro lado, los fundidores que trabajaban a destajo en ciertas laborales siempre llevaron a cabo una ardua labor en términos físicos, a pesar de haber sido uno de los modos de empleo mayormente estigmatizados por la prensa al momento del cierre en 1986. El asunto de los cuerpos nos lleva también a recuperar las experiencias acerca de los deportes y otras actividades recreativas practicadas por los fundidores, beneficios laborales cada vez más escasos en el sector fabril.

Otro de los aspectos a destacar del texto consiste en proponerse integrar –tal vez por vez primera en la historiografía sobre la Fundidora Monterrey– la experiencia de las mujeres que también tuvieron un papel trascendente en el día a día de la empresa. Si bien, no les fue permitido integrarse al proceso productivo salvo en el laboratorio general y los procesos de control de calidad, la presencia de las mujeres fue mayoritaria en los programas sociales, en especial, en la cuestión educativa. Así, las trabajadoras de fundidora también se beneficiaron e impulsaron las conquistas sindicales de sus compañeros obreros en términos de prestaciones y salarios. Es lógico suponer que no debió ser fácil para ellas insertarse en un ambiente altamente masculinizado como lo era la fábrica, sin embargo, los testimonios recabados aluden a que por lo general prevaleció un ambiente de respeto. Asimismo, tras el cierre de la Fundidora las trabajadoras padecieron por igual las vicisitudes del desempleo y el estigma social, muestra de esto fue la enorme injusticia a la cual fueron sometidas las maestras de las escuelas de Fundidora que se incorporaron a la Secretaría de Educación, cuando dicha dependencia de gobierno se negó a reconocer su antigüedad laboral como docentes. Estas docentes vieron decaer la inversión de recursos para la compra de materiales escolares y el mantenimiento de las instalaciones que antes eran la envidia del sector educativo estatal.

Profesoras de las Escuelas «Adolfo Prieto» en su festejo,1978. Fuente: Palacios, 2019, p. 258**

Finalmente y como un asunto tangencial, la aportación de Óscar Rodríguez refuerza la necesidad de constituir un archivo de la palabra en nuestra localidad, el cual alberge tanto audiograbaciones como otros recursos audiovisuales resultantes de investigaciones como esta. Dicho proyecto bien podría valerse de las experiencias previas que se han tenido en Monterrey, como por ejemplo la Oficina de Investigación y Difusión del Movimiento Obrero (OIDMO), y ser apoyo también de grupos de investigación en activo, como el grupo de Estudios de Música en el Noreste. Aquí es importante considerar la obsolescencia de las tecnologías utilizadas para registrar en la investigación social, cuestión que pone en riesgo la permanencia de todas estas voces y sonidos que dan cuenta de nuestro pasado.

16 de agosto de 2021


[1] Rodríguez Castillo, Óscar Abraham. Diario de un Fundidor. Entre el acero, el oficio y la camaradería. México, Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales Fonca; Fides ediciones, 2021. La imagen de portada fue tomada del libro, p. 80.


* Jaime Sánchez Macedo, doctorante en El Colegio de Michoacán. Autor de Donde habita el olvido: Conformación y desarrollo del espacio público en el primer cuadro de la ciudad de Monterrey, 1980-2007. Monterrey: Conarte, 2019.

** Palacios, L. “Promoción cultural en las fábricas para ‘hacernos gente bien’.” En Víctor Zúñiga (coord.), Biblioteca de las artes de Nuevo León, T. IV Promotores culturales. Monterrey: Conarte, 2019.

Un comentario

  1. Excelente libro, mis mas sinceras felicitaciones al historiador Oskar Abraham Rodriguez Castillo, de su amigo Victor M. Garcia Garcia, soy el niño que aparece en la foto con mi papa Celestino Garcia Hernandez QEPD, en dicha foto tenia 11 años y cursaba el 5to grado de primaria, hoy en la actualidad tengo 70 años…

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