
El pasado 23 de marzo Donna Haraway recibió el Premio Nuevo León Alfonso Reyes 2020. Desde la evocación humanista de Alfonso Reyes, el premio reconoce la trayectoria y trascendencia de intelectuales, artistas y académicos nacionales e internacionales. Desconozco los intríngulis políticos locales en torno a este premio, pero parece el resultado de una alianza interesante: es, se dice, una iniciativa conjunta de CONARTE, la UANL, el Tec de Monterrey, la UDEM y la Universidad Regiomontana. En cualquier caso, no es eso lo que me interesa tratar en estas notas en las que, en cambio, quiero decir algo acerca del personaje, de algunas sugerentes ideas extraídas de sus tantísimas obras y, principalmente hacer un ejercicio de traducción. En sentido literal, reseñando someramente algunos de sus trabajos en español, y en sentido político, es decir, cavilando sobre la traducibilidad de su teoría en el marco de las concepciones del mundo[1]allí donde es galardonada, en Nuevo León. Escucho su magnífica conferencia vía Zoom, Story Telling for Multispecies Justice and Care, en la que la galardonada se presenta en pantalla con un cubrebocas bordado con todas las causas (Science Is real; Black Lives Matter; No Human Is Illegal, Love is Love) y me pregunto, ¿quién escucha a Donna Haraway? Pero, aplacemos de momento esta pregunta para dar lugar a la que cabe antes: ¿quién es Donna Haraway?
Haraway nace en Denver en 1944, en una familia de católicos irlandeses nada intelectual. Sus padres no eran extraños al fascismo de los años 50, reconoce la propia autora queriendo olvidar esa marca biográfica, pero resaltando aquello de lo que se considera heredera, la gran afición familiar a contar historias. Estudia zoología y filosofía en Colorado y obtiene su doctorado en biología en Yale en el año 1972. Se hace feminista leyendo ciencia ficción escrita por mujeres y, luego de enseñar en Hawai, pasa a desempeñarse como profesora de Historia de la Conciencia y Estudios feministas en el Universidad de California, Santa Cruz, de donde es actualmente profesora emérita. Pensando en el lugar, uno no puede dejar de representarse a Haraway en ese entorno de izquierda californiana, hecha de optimismo tecnológico, nueva izquierda y cultura hippie que va a pasar a conformar esa “clase virtual” de la que hablan Barbrook y Cameron describiendo “La ideología californiana”[2]. No es desde luego atribuible a Haraway el determinismo tecnológico asociado a esta ideología, pero de esa sobrexposición de la tecnología quizá se derive su famoso Manifiesto Cyborg[3], de 1983, que es pionero en teorizar la fusión entre lo humano y la máquina, lo humano y lo animal y lo físico y lo no físico y, en general, en cuestionar esos dualismos dicotómicos que construyen órdenes de dominación de los que salen perdedores todos aquellos que en Occidente son construidos como otros (mujeres, gentes de color, trabajadores, animales. Pobres, indígenas…, agregaríamos también por aquí).
Haraway es una autora decidida a derribar fronteras, a instalarse en el mestizaje, en lo híbrido, en lo simbionte. Y lo practica desde un pensamiento social que, seguramente por su formación en biología, es genuinamente transdisciplinario. Parece incluso corta esa palabra para quien se arma hasta los dientes para derribar esencialismos y cuestionar hasta lo incuestionable. Vean si no ustedes la fabulosa historia de la ortodoncia que ha hecho nuestras dentaduras a imagen y semejanza de las estatuas de dioses griegos. Lo cuenta en el documental Donna Haraway: cuentos para la supervivencia terrenal. O lean si no El patriarcado del Osito Teddy. Taxidermia en el Jardín del Edén, extracto de su Primate Visions. Gender, Race and Nature in the World of Modern Science, de 1989, donde muestra el papel de la virilidad masculina occidental en la construcción de lo que nos representamos como “naturaleza”.

De su vasta obra, y entre sus también vastas traducciones al español, circula ahora entre el público hispanohablante Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno. Con este nombre de copiosas consonantes y por ello impronunciable, propone la autora una noción que trasciende a las de Antropoceno y Capitaloceno, aunque asumiendo de ellas el diagnóstico de un planeta devastado; un mundo lleno de refugiados, pero sin refugio, dice. Chthuluceno expresa la necesidad de un resurgimiento y sirve para nombrar un espacio-tiempo propicio “para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con respons-habilidad en una tierra dañada” (p. 20). Vivir con y morir con, dice Haraway, puede ser una respuesta a los dictados del Ántropos y el Capital y, para ello, formula un llamado: a generar nuevos parentescos, raros, más allá de los de la familia biogenética y genealógica; incluso que trasciendan lo humano.

Más allá o más acá de esa otra empresa de fusión entre la ciencia ficción y la fabulación que recorre toda la obra de Haraway, me quedo con este llamado a hacer parientes. “Hagan parientes, no bebés”, dice. Y continúa: “Necesitamos alentar a la población a hacer otras políticas que se comprometan en cuestiones demográficas sobrecogedoras por medio de la proliferación de parientes no-natales [NT: no sanguíneos], incluyendo la inmigración no racista, políticas de apoyo social y ambiental para los recién llegados y también para los ‘nativos’ (educación, habitación, salud, creatividad sexual y de género, agricultura, pedagogías para nutrir los seres no humanos, tecnologías e innovaciones sociales para mantener a los ancianos saludables, productivos, etc. etc.).”[4]
Insisto, más allá de la fabulación, cualquier sociología mínima de los movimientos sociales contemporáneos, sobre todo del feminismo y lo Queer, que han roto el mandato reproductivo patriarcal y capitalista hace -creo yo- que la propuesta de Haraway deba ser asumida con seriedad, responsabilidad e ilusión. Romper la lógica del parentesco quiere decir generar nuevas comunidades -“comunidades del compost”, les llama Haraway-, como una forma de asumir los problemas de sobrepoblación en un planeta dañado y procurar vivir con ellos, con esos problemas. En última instancia, recomponer los parentescos significa hallar una vía para generar un nuevo gran pacto social que asuma el principio del cuidado entre las múltiples especies que habitamos en este mundo maltrecho.
Pienso ahora en el reconocimiento que ha recibido Haraway y en la magnífica conferencia que ofreció al público regiomontano y me pregunto quién la escucha. Veo su transmisión por Facebook y parece claro: son mujeres jóvenes, universitarias, blancas, de clases medias y de inclinaciones intelectuales.[5] De Monterrey y de más allá de Monterrey: 8,800 reproducciones indica el FB de la Cátedra Alfonso Reyes. Pienso en esas reproducciones y me ilusiono con los nuevos parentescos que de allí pueden emanar.

Veo sin embargo el presídium que se constituyó para la entrega del premio, íntegramente formado por hombres directivos y representantes de las universidades patrocinadoras y, en cambio, en la otra clave de la traducción, me pregunto: ¿qué escucharán ellos de lo que les cuenta Donna Haraway? ¿Qué pensarán de las alumnas de sus universidades que le están escuchando? ¿Cómo procesarán sus palabras en el marco de este capitalismo regiomontano de familia consanguínea y patriarcal? ¿Cómo leerán estos directivos sus linajes? ¿Cómo asumirán los problemas del planeta y, en él, los de Nuevo León? ¿Serán capaces de imaginarse en un mundo sin descendencia consanguínea?
12 de abril de 2020
[1] Antonio Gramsci, “The Translation of Philosophical and Scientific Languages”, in Antonio Gramsci, Prison Notebooks, Book 11, note 5 (Cambridge: Cambridge University Press, 2011.
[2] Puede encontrarse una traducción del texto en el blog colega Culturalmente digitales. Estudios sobre analítica cultural, al que invitamos a nuestros lectores y lectoras a echarse una vuelta por sus interesantes artículos.
[3]Ciencia, Cyborgs y mujeres, Cátedra, 1995.
[4] Del artículo de la autora “Antropoceno, capitaloceno, Plantacioceno, Chthuluceno: generando relaciones de parentesco”, p. 23, que puede encontrase en línea o que constituye el capítulo 4 de la obra citada.
[5] Véase el interesante diálogo que la autora mantuvo con las estudiantes representantes de las cuatro universidades mencionadas.