“Nos hablan del fin del Mundo, cuando nosotros ni llegamos al fin del mes”
Ocupan las rotondas y manifiestan cada sábado desde hace 11 semanas, casi tres meses que vestidos con su chaleco amarrillo el pueblo, como se autodenomina, ha salido a gritar su descontento. Todo empezó cuando el gobierno del flamante y joven presidente Macron anuncia un aumento del precio del diésel para financiar la transición ecológica. Es la gota derramada que va a alimentar el tsunami que se propagará en todo Francia. Es necesario entender cómo este aumento desencadenó la ira y la expresión de un descontento larvado desde mucho tiempo y en particular desde la llegada de este presidente “ni de derecha, ni de izquierda” que inicio su mandado con la supresión del impuesto sobre las grandes fortunas (ISF) -un regalo fiscal a las más grandes fortunas- al mismo tiempo que imponía una reforma a la ley del trabajo desfavorable a los trabajadores y gravaba las pensiones de los jubilados. El precio del diésel se ha beneficiado durante décadas con apoyos gubernamentales, al contrario con la gasolina. Con esto los autos diésel también eran más económicos y muy populares en las regiones rurales, donde el uso del auto es casi obligatorio frente a una ausencia de transporte público. Este escenario explica en parte la amplitud que fue tomando el movimiento en las semanas siguientes cristalizándose alrededor de las siguientes reivindicaciones: el poder adquisitivo, la presión y la desigualdad frente a la fiscalidad, el abandono de las zonas rurales frente a las urbanas.
Ahora con ya casi tres meses de lucha semanal podemos tratar de entender algunos aspectos de este movimiento sui generis. Francia tiene una larga historia y tradición de movimientos sociales: desde las “jacqueries” de la Edad Media, la Revolución de 1789, las revoluciones del siglo 19: la revuelta de los Canuts, la Comuna de Paris, la Revolución de 1848, y en el siglo 20: el mayo de 1968. Las huelgas y las manifestaciones en la calle son también costumbre y parte de la vida democrática. Pero este movimiento de los chalecos amarillos se diferencia tanto en sus formas como en sus reivindicaciones.
Primer movimiento importante del siglo 21 y nace con las características propias de este nuevo siglo: desde el espacio virtual, sin líder, con quejas e ira más que reivindicaciones corporativas, en medio de una profunda crisis de las formas democráticas, de una globalización económica que destruye las industrias nacionales, de un futuro incierto, del dilema de la transición ecológica, etc. Y el pueblo sale de sus casas para reunirse en las rotondas y expresar un “¡hasta aquí!”. Vistiendo un chaleco amarillo, asociado a situación de emergencia, se juntan en las típicas rotondas que pululan en todas las entradas de los pueblos franceses. La mayoría de los que se encuentran aquí nunca habían manifestado, en algunos casos ni se hablaban a pesar de ser vecinos y de repente se conocen y reconocen en un compartir de situación de vida. Hombres, mujeres, jóvenes y jubilados, trabajadores, empleados, desempleados que tienen en común la precariedad y la desilusión. El reclamo de su existencia.
Pasando los primeros días de descubrimiento, de asombro, de convivencia y de expresión de las primeras reivindicaciones para el retiro del aumento a la gasolina, el movimiento se ha ido ampliando, sumando gente y cuestionamientos abriendo una profunda crisis social y democrática. La palabra se libera, las conversaciones en las Rotondas van construyendo múltiples reivindicaciones que cuestionan el modelo económico liberal, el sistema de redistribución, el poder de las élites frente al pueblo, el sistema y modelo democrático. La reivindicación más elaborada de los Gilets Jaunes es la propuesta de un Referéndum de Iniciativa Ciudadana (RIC)[1] como herramienta para que “la soberanía del pueblo sea respetada y la aplicación de una justicia social”. El RIC propone cuatro tipos de acción: Constituyente para modificar la constitución, Abrogatoria para anular una ley, Revocatoria para destituir un miembro del gobierno o responsable político, y Legislativa para proponer una ley. El poder para el pueblo, el pueblo en el poder.
No es de sorprenderse que sean estas y estos franceses, poco acostumbrados a manifestarse y a ser escuchados, los que denuncian el problema de la representatividad y del modelo de la democracia representativa. La crisis del modelo democrático surge en medio de un país dirigido por un presidente que llegó al poder con un partido que no existía un año antes de su elección y que destruye de paso a los partidos políticos tradicionales que han compuesto la historia política francesa desde 1945.
A casi tres meses de existencia, el problema de la estructuración del movimiento se hace sentir. Después de 11 semanas de manifestaciones, de reuniones y de confrontación con el gobierno, el movimiento ha obtenido algunas concesiones pero no parece diluirse. Sin embargo se encuentra en un momento crucial para su futuro. Se ha construido, desde el principio sobre esta idea de no ser representando, por lo tanto ha rechazado todo tipo de líder. Desde el principio el movimiento, es decir una multitud de comités locales, ha rechazado de forma categórica una representación personalizada. Aunque han surgido varias figuras mediáticas[2], ninguna cuenta con la legitimidad del movimiento. Existen varios sitios internet y varias página de Facebook, desde: les gilets jaunes officiels, Gilets jaunes officiels, gilets jaunes le mouvement, gilets jaunes Paris, etc. Con un movimiento en acción y con elecciones en puerta (elecciones europeas y municipales) ya están apareciendo algunas iniciativas por parte de algunos para formar partido político. Una de las iniciadoras del movimiento, Ingrid Levavasseur acaba de lanzar su partido para las elecciones europeas con la intención de “llevar a Bruselas las reivindicaciones de las Rotondas”, iniciativa que fue ya rechazada y calificada de traición por el movimiento.
Los actores políticos y cuerpos intermediarios, como los sindicatos, si bien han intentado acercarse manifestando su “simpatía” por el movimiento no han logrado recuperarlo. La violencia durante las manifestaciones es sin duda un punto de quiebre para los actores institucionalizados que no pueden avalarla. Desde las primeras manifestaciones en París, la confrontación con las fuerzas públicas ha ido caracterizando la lucha. Las manifestaciones en Francia son parte de la expresión democrática, la confrontación necesaria para obtener el derecho a ser escuchado en una suerte de demostración de fuerza que da paso a la mesa de negociación. Eso explica que el movimiento haya contado con el apoyo de una gran parte de la población. El último sondeo del 9 de enero sigue acreditando al movimiento con 60% de apoyo de la población aunque rechaza en su mayoría las violencias.
Después de una esperanza de cansancio del movimiento, de una represión violenta y apostando a la caída del apoyo de la población, el gobierno tuvo que retroceder primero sobre el aumento de los precios del diésel y ofrecer medidas de compensación para los salarios más bajos. Las medidas no fueron suficientes para callar la revuelta y el presidente Macron ha abierto un “gran debate” alrededor “de cuatro temáticas: la fiscalidad y el gasto público, la organización del Estado y de los servicios públicos, la transición ecológica, la democracia y la ciudadanía”[3]. Falta ver cómo este gran debate retomará o no las reivindicaciones del movimiento y qué hará el gobierno con éstas.
28 de enero de 2019
[1] http://www.giletsjaunes-coordination.fr/
[2] Eric Drouet, Maxime Nicole, Priscillia Ludosky, Ingrid Levavasseur entre otros
Gracias muy informada y clara en la causa del movimiento.
Pese a no tener cabezas visibles el movimiento a tomado fuerza por la aceptación de bajar precio del diésel y aumento al salario menor.. Importante tu reflexión, son muchos los ciudadanos y los países en que no nos sentimos representados por los diputados y menos por los partidos..
Un Abrazo Anna.
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Hola Mundo
Gracias! Abrazo de vuelta
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