¿Cómo explicar a un pequeño que su padre desapareció y no se sabe a ciencia cierta qué pasó, cómo pasó y por qué pasó? Este es el cruel dilema que viven familiares de personas desaparecidas en México, quienes además de buscar a su ser querido, son ahora responsables de cuidar a los hijos de su pariente desaparecido.
El 2 de mayo pasado, en el conversatorio “Los impactos psicosociales de la desaparición en el noreste a la luz del caso Ayotzinapa”,[1] una abuela nos compartió que a raíz de que su hijo desapareciera en Reynosa hace varios años, sus vidas cambiaron drásticamente: su esposo enfermó de hipertensión y de insuficiencia renal, y sus dos hijas sufrieron depresión. En cuanto a sus nietos, el mayor tenía tan solo 3 años y el menor unos cuantos meses de nacido en el momento de la desaparición de su padre. Además de lidiar con sus propias emociones, la abuela se sentía incapaz de explicarles a sus nietos lo que había pasado, y cuando el mayor le preguntaba “¿Por qué mi papá ya no me habla?” le contestaba que pronto llegaría.
Así como ella, muchas abuelas, madres, hermanas, hermanos y padres no saben dónde está su familiar y se hacen cargo de sus hijos. A pesar de la afectación emocional, e incluso económica derivada de la desaparición, hacen lo mejor que pueden para cuidar de las niñas y los niños que quedaron sin padre o madre por un tiempo indefinido. Y no hay palabra en nuestro léxico para definir la situación de estas niñas y niños. Puesto que no hay evidencia que su cuidador desaparecido haya muerto, no pueden ser considerados huérfanos; además mantienen la esperanza de que éste regrese con vida a casa. Entonces ¿qué palabras pueden ser las adecuadas para explicarle a un niño lo ocurrido, cuando ni siquiera nuestro léxico ofrece una terminología para designar al hijo o hija de una persona desaparecida?
En el informe que realizó FUNDAR sobre los impactos psicosociales del caso Ayotzinapa,[2] se detallan las experiencias de seis niñas y niños, familiares de los normalistas desaparecidos en Iguala. Así como los adultos, extrañan a su pariente desaparecido y sienten tristeza. Por medio del dibujo, una niña plasmó que su mamá se puso triste, y explicó que su papá la visita en sus sueños. Los niños, como sus familiares, enfrentan un duelo complicado por la incertidumbre relativa a lo que pasó y viven en una espera permanente. Una niña cuenta que sueña que su padre regresa, pero que se lo llevan de nuevo, y que su abuela se pone triste y no podrá estar bien hasta que vuelva.
Fuente: FUNDAR, disponible en http://ayotzinapa.fundar.org.mx/
A los adultos, ante la falta de información disponible sobre lo ocurrido, les resulta difícil explicarles qué pasó, sin embargo los niños buscan dar sentido a la ausencia de sus padres. Es así como una niña dibuja el campo militar y explica que los que están allí saben lo que le pasó a su padre. Otra dice que a su padre lo quemaron, pero que ella cree que está en las montañas. Una tercera niña considera que su papá está escondido, como jugando a las escondidillas. Todas estas niñas y niños buscan dar sentido a la ausencia de su padre.
En el noreste del país, donde la desaparición golpeó a miles de familias,[1] el trabajo de acompañamiento psicosocial que ha realizado CADHAC con los familiares de personas desaparecidas agrupadas en AMORES,[2] les está permitiendo elaborar esta pérdida ambigua y afrontarla al exigir verdad y justicia a las autoridades. La abuela –cuyo testimonio reseñé anteriormente– explica que cuando acudió a CADHAC, comentó con la psicóloga que no sabía cómo explicarle a su nieto qué pasó con su papá. Ésta le recomendó contarle la verdad, y así lo hizo. Gracias a la terapia que recibió ahí, el niño poco a poco fue comprendiendo la situación y ahora, en lugar de decir “quiero a mi papá”, dice “extraño a mi papá”.
Las niñas y los niños son las víctimas más invisibles, pero también las más vulnerables, de esta crisis de seguridad pública y de derechos humanos. Al dramático saldo humanitario de esta crisis en términos de homicidios, desapariciones, desplazamientos forzados y feminicidios, hemos de agregarle las consecuencias sufridas por los familiares de las víctimas y sus comunidades.
Al día de hoy, miles de niñas y niños ya no están al cuidado de sus padres y madres por circunstancias que no han sido esclarecidas, que no dieron lugar a investigaciones ni sentencias, por lo que no pueden obtener una respuesta clara a sus preguntas. ¿Qué pasó con mi papá? ¿Con mi mamá? ¿Dónde está? ¿Quién es el responsable de haberle hecho daño? Las niñas y los niños tienen derecho a la verdad y a la justicia, tanto como los adultos, así como a crecer en un ambiente seguro.
Sin lugar a dudas, el Estado es responsable de investigar y sancionar a los responsables de estas múltiples violaciones a derechos humanos y de afrontar las consecuencias humanitarias de esta estrategia militarizada de seguridad. Aún es tiempo de actuar, también desde la sociedad civil y la academia para visibilizar este drama y exigir un cambio de paradigma en materia de seguridad, para avanzar hacia una agenda en seguridad humana que ponga la defensa de la vida en el centro.
*Imagen de portada: Dibujo por las niñas y niños familiares de personas desaparecidos que reciben atención en CADHAC
[1] De acuerdo con el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, de la Secretaria de Gobernación, en octubre de 2017, los estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas sumaban casi 10 mil personas registradas como desaparecidas. Véase http://secretariadoejecutivo.gob.mx/rnped/datos-abiertos.php
[2] Agrupación de Mujeres Organizadas por los Ejecutados, Secuestrados y Desaparecidos de Nuevo León (AMORES)
[1] Conversatorio organizado por Académic@s de Monterrey 43 en el que participaron familiares de personas desaparecidas agrupadas en AMORES y en FUNDENL.
[2] “Yo sólo quería que amaneciera. Informe de Impactos Psicosociales del Caso Ayotzinapa”, FUNDAR, 2017, México, disponible en http://ayotzinapa.fundar.org.mx/wp-content/documentos/DocAyotziFINAL.pdf
Un comentario