A mí me gustaría juntar algunos ruidos para no estar sola. Pero es muy difícil. A mi papá le enoja mucho que lo haga. Antes yo tenía una bolsita con ruidos. La tenía escondida junto al durazno y mi papá no lo sabía. Pero una vez lo supo y me la quitó. La metió en su saco con todos los demás ruidos y se la llevó a la montaña. A veces me acuerdo de ella, por las tardes, pero siempre que me acuerdo me dan ganas de llorar.
El texto citado fue extraído de Nora, un cuento de Carlos Montemayor cuya protagonista es una niña que se llama así. En su relato breve, el autor logró retratar el modo en que el mutismo puede llevar a una vida de soledad, inerme e inerte. En este texto retomo la historia de Nora pensando en los incómodos ruidos producidos por periodistas comprometidos de nuestro país.
El papá de Nora tenía un trabajo singular: se dedicaba a recoger ruidos y a desaparecerlos. Le molestaban los ruidos. También le molestaba el miedo de su hija. La niña tenía razones para temerle. En una ocasión, la golpeó tanto que se fue poniendo toda negra y por eso tuvo los ojos cerrados durante mucho tiempo. Los golpes tienen diferentes formas, no son sólo físicos. Las cosas que se dicen y la forma como se dicen también duelen y pueden ocasionar el silencio y hasta la ceguera. Los medios de comunicación masiva son un poder que llega a golpear y hasta cegar, al grado de que hay quienes prefieren vivir en la artificial tranquilidad brindada por la desinformación: ojos que no ven, corazón que no siente, recita el refrán popular. Pero también están quienes viven para indagar e informar de manera honesta, a fin de mostrar lo que sucede en nuestro país y en el mundo, denunciando públicamente la injusticia.
Con el homicidio de Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua, ya son 30 los comunicadores sociales asesinados en lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto. Esos actos dan constancia de que las voces disidentes pueden ser suprimidas sin que, aparentemente, haya consecuencias. Pero sí las hay, son dolosas y sutiles. En un contexto donde asesinar a personas ávidas de justicia se ha vuelto actos cotidianos, la idea de vivir una vida digna podría ir agotándose. El silenciamiento de algunos es una lección para todos.

Nora aprendió que recoger ruidos no era bueno para ella; tampoco correr: su papá siempre la alcanzaba. La niña amaba a su padre y le apenó muchísimo verlo cuando él tuvo que andar a tientas porque unos ruidos lo atacaron y le sacaron los ojos. Aunque después de eso su temor fue mayor: los dos ojos se le regeneraron y le salieron muchos más, lo que le hizo más fuerte y más violento. Así, el silencio y la soledad se volvieron parte de la vida de Nora. La niña aprendió la impotencia.
Octavi Fullat describe que el acto de educar consiste en insertar a otro en una lengua, a fin de penetrar en lenguajes específicos de un colectivo. Los canales de comunicación que nos rodean transmiten ideas que generan miedo en la población, al grado de engendrar la impotencia. Los comunicadores vendidos educan, ¿es el miedo su (no tan oculto) propósito? No debe olvidarse que gran parte de la (des)información que pulula en nuestro contexto está mediada por intereses de grupos particulares, y las noticias transmitidas por los comunicadores deshonestos no sólo llegan a oídos de los adultos, sino a los de nuestras niñas y niños. Considerémoslo seriamente, ellos están aprendiendo que el silencio puede ser una garantía para seguir vivos. En un espacio social en el que se observa la violencia ejercida contra los comunicadores honestos, el silencio podría convertirse en un modo de relación, una forma de supervivencia. Con ello, vivir una vida digna quedaría en segundo plano (la dignidad también se aprende).
El cuento de Carlos Montemayor como expresión artística en toda la extensión del término, deja abierta las posibilidades para sus lectores. Es probable que, en el futuro, Nora se haya quedado en el mutismo, así como en la soledad que es propia de esa condición. Sin embargo, también cabe la posibilidad de que el final de la historia sea otro; quizás algún valiente haya explorado ese territorio y, habiendo comunicado a otros la situación, haya logrado conjuntar una gran cantidad de ruidos, los suficientes para debilitar al padre. Un acontecimiento así habría llevado a Nora a la comprensión de que existen otras formas de vivir: con otros y sin miedo.
Justicia para las y los comunicadores incómodos que, con su trabajo digno y honesto, nos enseñan otras formas de entender el país en el que vivimos. Justicia para Miroslava Breach. Hasta que la dignidad se haga costumbre.
27 de marzo de 2017
Fuente foto portada: periodistadigital.com
Felicidades Luz Verónica. Un beso.
Me gustaMe gusta