Los días, los años y la persistente sequía / Por Meynardo Vázquez Esquivel 

Doña María está cumpliendo ochenta y tres años y continúa trajinando. En una bandeja, con agilidad, mezcla carne de puerco picada, especias, chile, vinagre y sal. Después, con ese amasijo, va rellenando una tripa larga de celofán. Con pequeñas tiritas de hoja de maíz, a modo de cordones, divide la tripa en segmentos; cada ristra son diez chorizos. 

Detiene su rutina para atenderme y mientras envuelve mi pedido su conversación gira en torno a los 40 centígrados que, día a día y mes tras mes, padecimos este año. Me dice: “He escuchado en la televisión a la gente, que habla del clima…dicen que “nunca” habíamos tenido una temporada de calor como esta. Jijiji, jijiji… Bueno, son muy jóvenes…ellos no la habían vivido. Nosotros los viejos hemos padecido estos calores y sus daños, no una vez, señor… aquí en el rancho sufrimos la falta de agua, perder cosechas. Afligirnos al ver cómo van enflacando nuestros animalitos, y a veces, perderlos ”. 

La sequía, brevemente descrita, en ocasiones ha llegado acompañada de epidemias. Los estragos de una y de otra -sequía y epidemias- han precipitado de manera continúa el éxodo del campo a la ciudad. 

Empujada por una prolongada sequía, la mayor parte de mi familia llegó a Monterrey procedente del altiplano potosino, en 1957. Don Marcos, mi padre, cuya principal virtud era la terquedad, continuó allá.

Años más tarde, la reiterada sequía lo obligó a tener que desplazarse con su ganado al vecino estado de Zacatecas, de donde era originario. Allí, las abundantes nopaleras abastecieron con el único alimento disponible para su ganado: el nopal chamuscado. Sin embargo, en esta ocasión, la sequía no llegó sola, la acompañó una epidemia de encefalitis que se propagó en toda la región, y sus estragos afectaron por igual a manadas de yeguas, caballos, reses y cabras. Antes de perderlo todo, don Marcos vendió al mejor postor y en 1970 llegó a Monterrey a reunirse con su familia. Ya en la ciudad, con sus limitadas utilidades, se transformó de ejidatario en abarrotero.

De las lluvias

La memoria reciente registra aquellos periodos de sequía que por sus repercusiones desastrosas mantenemos en el imaginario afín o colectivo, como el año que mi familia llegó a esta ciudad en 1957. Y la sequía de 1980-82, que entonces inauguró el bloqueo de calles, con baños y cubetas, como expresión de reclamo por la falta de agua en los hogares.

Justamente iniciando los años ochenta, me iniciaba como aprendiz de historiador, hurgaba en los papeles del Archivo General del Estado, buscando las repercusiones en Monterrey del crack financiero de octubre de 1929, origen de la crisis global. Entre otras cosas, hallé que las consecuencias de dicho trance llegaron a Monterrey acompañadas de una larga temporada de sequía que se prolongó hasta 1932.[1]

Para fortuna de aquellos regios, el año de 1933 inició con lluvias poniendo fin a la necesidad del vital líquido. El campo, los bosques y los cuerpos de agua se recuperaron, los campesinos sembraron sus tierras, los cultivos empezaron a prosperar augurando una buena temporada de cosecha, sin embargo la lluvia no cesó. Para colmo, el jueves 3 de agosto se anunció que un ciclón tocaría tierra impactando a Matamoros y Brownsville,Texas. 

El fenómeno terminó siguiendo la ruta del recordado huracán Gilberto (1988), arribando entre la Carbonera y la Pesca, e impactando violentamente en Ciudad Victoria y Linares. Precipitó su torrencial lluvia en la Sierra Madre, deslizándose esta sobre decenas de cañones en la montaña y drenando gran cantidad de esa vaguada, en aquel entonces, como ahora, en el río Santa Catarina. 

Río Santa Catarina durante el huracán Gilberto. Foto tomada de Telediario.

Desde la tarde del viernes 4 de agosto se comenzaron a sentir los efectos del ciclón, y en la madrugada del sábado, el suceso se hizo presente en toda su magnitud, provocando que el río aumentará peligrosamente su caudal. Al siguiente día, los periódicos informaban el recuento de los daños:

 Cerca de 24 horas fue abatido Monterrey por el furioso ciclón, más de trescientas casas de personas humildes fueron derribadas, calcúlese en dos mil el número de damnificados por la rabiosa tromba. Escenas semejantes a las del 27 y 28 de agosto de 1909.[2]

La mayoría de las casas arrasadas por la corriente, estaban construidas con materiales frágiles y asentadas en la margen norte del río, desde prolongación Rayón a la calle Juárez. Los habitantes lograron ponerse a salvo, debido a que la creciente ocurrió a pleno día, pese a ello se reportaron cuatro personas desaparecidas.

Pasado el acontecimiento, la población regiomontana iba sobreponiéndose a la adversidad y todo parecía volver a la rutina, sin embargo, la naturaleza como elemento inmutable e inespecífico, se  reservaba un nuevo episodio. 

En aquellos días, para los regiomontanos no tuvo efecto el dicho popular que reza: “Cuando la de malas llega, la de buenas no dilata”. Y es que el 4 de septiembre se anunció un nuevo huracán en la región, se esperaba su llegada a las costas texanas de Corpus Christi. Sin retraso hizo su arribó el día sábado 5, sus vientos se estimaron en 140 km por hora.

En esta ocasión las predicciones no fallaron, sin embargo el huracán, una vez que impactó en Corpus, giró hacia el sur, abarcando su secuela una extensa área del norte de México. 

Al continuar este fenómeno desplazándose al sur, destruyó varios tramos del gasoducto que viene de Texas y abastece de combustible no solo a toda la industria regiomontana sino también a la capital del estado. Ante la imposibilidad de reparar inmediatamente los daños ocasionados, toda la planta industrial regia suspendió temporalmente su producción. 

El viento y la lluvia pertinaz, llegaron y empezaron a sentirse en Monterrey y sus inmediaciones causando estragos, algunas calles volvieron a convertirse en verdaderos arroyos. Afortunadamente, por la cercanía del pasado ciclón, en esta ocasión se guardaron todas las providencias y no se reportaron víctimas en esta ciudad. El huracán terminó disolviéndose en la sierra madre, llenando de nuevo el cauce del río Santa Catarina. Eduardo Martínez Celis, escribió al día siguiente en su columna “A la vera de ruta”, del periódico El Porvenir : “Vino a visitarnos Eolo.[3] El Dios que ata y desata los ciclones (…) ha trazado vereda a Monterrey. Enamorado de nuestras montañas, el volandero Eolo ha hallado en ellas una morada propicia para desinflar sus carrillos soplando en nuestras cabezas (…) este dios juguetón que canta y baila al compás de la sinfonía salvaje de las olas y los vientos”.

Que no haya duda de que después de este largo periodo de sequía, tarde o temprano llegarán las lluvias intensas. Más nos vale atender los consejos de la historia y tomar providencias de lo que a cada uno corresponde.

De las sequías

El último tercio del siglo XVI el proceso de conquista y colonización se expande hacia el noreste de México impulsado por el virreinato, con los asentamientos fundacionales -Mazapil, Saltillo, Monterrey- se altera y extingue a la población originaria. Y gradualmente, siglo tras siglo, fue avanzando  la alteración medioambiental de la región. Cada una de las actividades productivas aportarán su cuota, la minería, la agricultura, la ganadería.

Los antiguos cronistas, Alonso de León, Juan Bautista Chapa, Fernando Sánchez de Zamora; así como los conquistadores, peninsulares y criollos que llegaron a ocupar esta región, han dejado testimonio de la fertilidad de las tierras, de la abundancia de agua, de los bosques y montes con abundantes pastos verdes. Como ejemplo el siguiente testimonio.

El 24 de enero de 1598 “el capitan Diego Rodriguez registró cuatro minas”.[4] [una de ellas] “a cuatro  leguas de esta poblazon a [la] izquierda de la junta de los caminos [que van] de la Pesquería Chica [Pesquería] y [a]  Santa Lucia [Monterrey]”.

Cuatro leguas (16.760 kms.) de Santa Lucía también conocida como Monterrey, nos ubican en la bifurcación de los caminos donde hoy se unen o cruzan, el libramiento Noreste -que sigue conduciendo rumbo a – Pesquería y la carretera a Saltillo.

Lo notable del documento, es la descripción que Diego Rodríguez hace al ubicar el sitio de la mina y, de paso, evidenciar la depredación de la actividad humana realizada en más de cuatro siglos. Manifestó el susodicho que tituló la mina: “ de Nuestra Señora de la Asunción (…), en la serranía que e puesto por nombre de Santiago [quizá por prolongarse esta sierra a Santiago del Saltillo] está [la mina]  junto a unas encinillas, la cual descubrí y la catee con mis propias manos la cual mande medir y esta medida cuarenta varas hacia do sale el sol (…) donde hay un pinar [bosque de pinos] en las faldas de la sierra”.[5]  Hoy observamos en ese sitio, a mano izquierda, la sierra, con una falda cubierta de matorral bajo y a la derecha un lomerío lleno de piedra, lechuguilla y matorral espinoso.

Monterrey 1957 ca. Foto guardada en la Fototeca de Nuevo León.

La trashumancia de ganados procedentes de haciendas queretanas durante los siglos XVII y XVIII, fue permitida por el gobernador Martín de Zavala, con su anuencia, cada año desde 1635 llegaron a pastar decenas de rebaños a este  territorio. En la historiografía local no existen registros de todos los años. 

Sin embargo, se documenta que en 1648 entraron  a pastar al reino trece  haciendas de ovejas, con más de treinta mil cabezas. Cuatro décadas después, 1690, el número registrado es desproporcionado, quinientas cincuenta y cinco mil cabezas en diez y ocho pastorías. Lo cual indica que cada pastoría traía treinta y un mil ovejas. Y existe el registro de 1715, que indica que ese año entraron a pastar un millón de ovejas. 

Un siglo después los pastizales se convirtieron en matorrales. Donde antes abundó la hierba y el pasto verde, se fue transformando en montes de huizaches, nopaleras y mezquitales.[6]

A esa alteración falta sumar la que provocará la instalación industrial de Monterrey, que inicia de manera sustentable aprovechando las corrientes de agua para mover, molinos y maquinaria. Pero antes de terminar el siglo XIX,  iniciará la instalación de la gran industria, demandante aparte de  operarios, de recursos como la energía eléctrica, obviamente carbón, metales y agua, mucha agua. Y los obreros no llegan solos, traen a sus familias y da inicio el crecimientos urbano que desde entonces cada año sigue creciendo. El censo de 1921 arrojó la cantidad de 88 479 habitantes en Monterrey, cada uno haga su cuenta para ver cuántas veces hemos crecido en los últimos 102 años.

A decir del periódico La Voz de Nuevo León, en 1898 la ciudad aún conservaba algunos de sus bosques, ese año publica una nota que destaca: “(…) la tala que se está haciendo de los bosques (…) va a ser fatal dentro de algunos años, (…) cambiarán las condiciones climatológicas, (…) se alejarán las lluvias y desaparecerán los manantiales.” 

Alameda de Monterrey hoy con sus árboles secos. Foto tomada de internet.

Para dimensionar la alteración ambiental de nuestra región debemos indagar minuciosamente en el pasado distante, e iniciar la construcción de una historiografía del medio ambiente y en equipo en  asociación con arqueólogos, geógrafos y biólogos y así sumar esfuerzos para iniciar estudios paleoambientales.

El geógrafo Andrew Slayer[7] da cuenta y anota que un obstáculo de la historia ambiental es el presentismo, pues predominan los temas del siglo veinte sobre los más antiguos. Aunque en el presente se aumentan y aceleran las crisis climáticas. Su agravación continúa siendo producto de prácticas humanas en el pasado y continúan hoy. ¿Estaremos a tiempo de que el destino no nos alcance?

17 de octubre de 2023

meybardo54@gmail.com

**Foto de portada: Sequía reciente en Nuevo León. Imagen tomada de internet.


[1] Vázquez Esquivel, Meynardo. Movimiento Obrero en Asarco. Crisis Económica 1932. Gobierno del estado de Nuevo León. Cuadernos del Archivo No.9. Monterrey 1987.

[2] El Porvenir. 5 y 6 de Agosto de 1933.

Sánchez, Oswaldo y Alfonso Zaragoza. El río fiera, bramaba.1909. Monterrey. Tipografía Económica 1909/ Reedición del Gobierno del Estado de Nuevo León. Monterrey 1989, Cuadernos del Archivo No. 35. 

El 10 de agosto de 1909 las fuertes lluvias y la corriente del río Santa Catarina arrasaron algunas viviendas en el barrio de San Luisito. Sin embargo dos semanas más tarde aconteció la más terrible catástrofe  en la historia de Monterrey, la noche del 27 y la madrugada del 28 de agosto de 1909 se registró la enorme inundación, se estima que en ese evento las víctimas mortales sumaron más de cinco mil personas.  

[3] El dios de los vientos vivía en una pequeña isla cerca de la costa de Eolia y podía moverse libremente por el mar garante de las tempestades. Zeus le otorgó el poder de aplacar y provocar los vientos. (…) Eolo encontró muy agradable al pobre Odiseo que le visitó para solicitarle ayuda en sus expediciones, llevaba tantos años vagando intentando regresar a su hogar, le regaló un brisa muy favorable y un odre que contenía todos los vientos, que debía ser usado con mucho cuidado. Sin embargo la tripulación abrió el odre en un descuido de Ulises y los vientos le devolvieron a Eolia, en donde el dios se negó a ayudarlo de nuevo. Marisa Belmonte y Margarita Brugueño. Diccionario de Mitología, dioses, mitos y leyendas. Ed. Diana. México – Madrid 2003.   

[4] Archivo Municipal de Monterrey, Ramo Civil. Vol. 1 expediente 1. Las anotaciones entre corchetes y lo resaltado en el texto son del autor. 

[5] Ídem.

[6] Del Hoyo, Eugenio. Historia del Nuevo Reino de León (1577-1723) p.361-407. Ed. Al Voleo. Monterrey, 1979.

[7] Lazcano, Héctor. ¿Desiertos naturales o humanos? El caso del Área Metropolitana de Monterrey. Ponencia presentada en el IV coloquio Internacional de las Culturas del Desierto. Saberes del desierto. Conocimiento Creación y Cultura. Chihuahua, 2020.

Un comentario

  1. Gracias Meynardo, felicitaciones por tu lúcido escrito. Ofreces mucha información significativa.

    Sin duda el mito del progreso y del desarrollo ilimitado, está en la base del paradigma europeo céntrico.

    O asumimos el imperativo de poner límites al crecimiento; o nos cargará a todos el payaso, mientras los ricos se embolsan ganancias obcenas que, como a Creso, les provocarán la muerte.

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