
Es un destacado médico muy conocido en la ciudad. Creció en un barrio popular en donde pronto se ganó un apodo que hacía honor a su pretendida virilidad. Su padre, un hombre violento que hoy deambula sin rumbo por las calles víctima de la psicosis. Su madre, orillada a mantener sola a sus hijos, trabajó principalmente como empleada doméstica y afanadora. Ella falleció ya hace algún tiempo, pero murió creyendo que su hijo era una buena persona, un médico respetable, un profesionista exitoso, un buen padre, un buen esposo y, aunque distante, un buen hijo. El barrio, el padre y la madre no están presentes hoy en la vida cotidiana del Doctor. Quienes lo tratan, jamás escuchan una palabra sobre ese pasado que le avergüenza.
Tuvo la fortuna de tener piel clara, y en una sociedad clasista, eso le ayudó a que se le abrieran algunas puertas que a otros no. Pero lo que más le ayudó fue eso que visto desde fuera parece seguridad, ambición, determinación, empeño, esfuerzo, pero que ante cualquier diagnóstico psicológico de mediana calidad no podría ser otra cosa que narcisismo. Día tras día, acto tras acto, interacción tras interacción, fue dominando y venciendo a quien tuvo enfrente porque eso que para el común de las personas no es más que una interacción, para él no es otra cosa que una competencia, una oportunidad de vencer, de conseguir reconocimiento y de confirmar su superioridad sobre absolutamente todos los demás.
Cuando todavía era muchacho, fue auxiliado por una familia que conocía sus penas; poco después, un médico que se apiadó de su madre, también lo ayudó a él. De la familia obtuvo una mujer, del médico una profesión.
A la blancura de su piel le vino muy bien la de la bata del estudiante de medicina. Seguro de que ser médico le ayudaría a salir del miserable ambiente al cual despreciaba, aduló a cuanto profesor tuvo, y nadó como pez en el agua en el violento sistema de enseñanza de los doctores que, a gritos y abusos, le enseñaban. En la facultad fue un líder. Reinó en la mesa de sociedad de alumnos en cuanto llegó su turno. Todos a su alrededor, casi sin excepción, lo empezaron a llamar: el Doctor. Desde entonces, una bata blanca cubre su cuerpo la mayor parte del día.
Acomodadas las cosas y las personas (un título universitario; una esposa sumisa), se pudo dedicar a ser lo que se había propuesto varios años atrás: un destacado médico. La industria de la salud, beneficiada de las políticas neoliberales que fueron abandonando el sector público, se encargó del resto. De una plaza en el IMSS, el Doctor pasó a un pequeño consultorio privado, luego a trabajar en el hospital de un antiguo maestro, a dirigirlo y después a apropiárselo sabrá Dios con qué artimañas, todo mientras la plaza del IMSS le permitía mamar del presupuesto. El dinero se fue acumulando y eso se convirtió en su prioridad. El médico se había convertido en empresario de bata blanca.
Su éxito fue tal que a su alrededor sólo había aduladores que callaban incluso ante las humillaciones que, en público, hacía a su vulnerada esposa y a sus temerosos hijos. En casa se convirtió en un padre ausente y violento, pero era en un excelente proveedor. Una enorme casa en una colonia de prestigio, autos tan lujosos y grandes como su miedo a un día perder lo que tiene, y alcohol, mucho alcohol que lo traicionaba dejando salir sus traumas y natural violencia.
Como nunca nada es suficiente para un narcisista, las casas, los autos, las mujeres, el prestigio social no bastaban. Así como el machismo le permitió navegar sin límites, y la privatización del sector médico le abrió múltiples oportunidades, pronto la economía del lavado de dinero y su inagotable fuente, el narcotráfico, brillarían como una nueva oportunidad. Miembro ya de un ambiente social “acomodado”, hizo amistad con un empresario cuya mayor virtud era la de ser hermano de un funcionario de gobierno de altos vuelos. Ambicioso también, este empresario pasó de acumular riqueza gracias a sus influencias, a lavar dinero para personajes enigmáticos.
La amistad se consolidó con el paso del tiempo y derivó en una asociación extraordinaria a decir de cualquiera. Si la industria médica es un sector económico en desarrollo ¿por qué no darle un empujón invirtiendo en él algunos dineros provenientes de otra industria todavía más pujante? Dos clínicas y un hospital han servido para disimular la ilegal actividad.
Hoy, el Doctor transita orgulloso por la ciudad, con la seguridad que da el sentirse dueño de la misma. Satisfecho está de vivir en una sociedad que parece creada para él, machista, corrupta y clasista, en donde el dinero supera cualquier obstáculo moral pues se ha convertido en la moral misma.
12 de septiembre de 2023
