
Durante casi todo el primer decenio de este tercer milenio, un numeroso grupo de exguerrilleras y exguerrilleros de las diversas organizaciones que actuaron durante los años 70 del siglo pasado nos mantuvimos en contacto a través del viejo correo electrónico, intercambiando información y emprendiendo diversos debates.
A uno de ellos corresponde el siguiente texto, escrito en enero de 2008 en medio de una encendida polémica que tuvo como aparente motivo central a la periodista Carmen Aristegui, entonces recién despedida de una radiodifusora. Digo aparente porque desde mi punto de vista —y así se pudo constatar en el tiroteo subsecuente, no con balas sino con letras— el diferendo tuvo como motivo real un asunto múltiple en el que estaban en juego tanto la existencia de solidaridades parciales y selectivas como ciertos criterios de oportunidad, e incluso la pervivencia de la subalternidad también entre individuos que se supondría fogueados, fortalecidos y endurecidos por el uso de las armas, por la persecución y por la tortura.
(Quizá valga la pena, dicho esto literalmente entre paréntesis y del mismo modo en que me vi obligado en aquel tiempo a hacerlo con un amigo cercanísimo, explicitar que mi crítica no era a la periodista sino a algunos de mis compañeros; que no se dirigía contra el apoyo sino al sustrato de subalternidad, parcialidad y oportunismo de ese apoyo y que, finalmente, el señalamiento de la cursilería, el ditirambo fácil, los millones de fervorosos y las plaquitas, no eran sino el aderezo y el material para el pitorreo entre ex, en ese entonces aun posible).
Al paso de catorce años aquello que les reproché cobra nueva vida ante este ambiente crispado, en el cual el presidente de la República —en estridente y muy significativo contraste con los abrazos y los no-balazos, incluidas las felicitaciones al crimen organizado por haberse “portado bien” durante las anteriores elecciones— mantiene un continuo, infantil, distractor, riesgoso e indigno rifirrafe con los periodistas, entre los cuales, muy en su estilo, no hace distinciones y los moteja en bloque con su más terrible calificativo descalificativo, valga la expresión, de “conservadores”, como si él fuese un revolucionario de pro.
La última de las excomulgadas ha sido precisamente Aristegui, y hasta ahora no sé que ninguno de aquellos que en 2008 —sin que ella lo pidiera ni tuviese vela en ese entierro— la elevaban casi al rango de una Rosa Luxemburgo hayan dicho esta boca es mía para defenderla del presidente.
Lo cual demuestra que ciertas fidelidades, fervores y solidaridades son como una voluble —pero paradójicamente muy oportuna— veleta a merced del viento: se orientan hacia uno u otro lado según sople este. Y si eso sucede entre exguerrilleros, ya se podrá imaginar lo que ocurre con el resto.
Vergüenza ajena…
lun, 7 de ene. de 2008 a las 23:46
Estimadísimos y nunca bien ponderados camaradas, ex-camaradas, no-camaradas y anexos, permítanme decirles que leer tanto empeño, tanto fervor y tanta diligencia, de lo cual los he estado leyendo hacer gala a propósito de una periodista, me ha conmovido casi hasta las lágrimas. Una Carmen Aristegui a la cual ustedes parecen ahora sentir la obligación de anteponer el adjetivo “queridísima” y de la cual ahora descubro, también gracias a ustedes, que es no solo una periodista sino el paradigma de la mujer revolucionaria.
Una Santa Juana de Arco a la cual incluso excombatientes y otros “dirigentes políticos”, incluidos algunos eximios diputados, le ruegan “les diga qué hacer” y, “dolidos en lo más profundo”, se arrogan la calidad de voceros de los campesinos, los obreros, las amas de casa y, en suma, de “todo el pueblo explotado y sometido” para decirle a nombre de ellos, de “todo el pueblo”, que la necesitan. Si casi me parece escuchar al desaparecido George Harrison: “you don’t realize how much I need you…”.
“Somos cientos, miles, millones, los que te queremos, te apoyamos, te respetamos y te necesitamos”. ¡Por Cristo mil veces bendito! ¿Pero de quién están hablando? ¿Nunca les enseñaron en la escuela que la hipérbole es algo muy feo y no menos ridículo? Carallo (diría un gallego), pero si tal parece que hablasen de Evita Perón en sus mejores tiempos.
¿Y ahora, quién podrá salvarnos? ¿Qué será del pobre pueblo mexicano –dirigentes revolucionarios, faltaba más, incluidos– ahora que no contará con un programa radiofónico? ¿Quién será el faro luminoso que guiará sus pasos cotidianos, su existencia toda? ¿De qué tamaño será la placota para que quepan los más de 160 fervorosos firmantes? ¿Cómo explicarán a la posteridad que la última frase (no la de la Revolución cubana, ampliada ahora para que, en “la victoria”, incluya la defensa de esta recién descubierta gran timonel, sino la del “incansable basta”) es una puñalada asestada en las propias espaldas?
Chingado (diría un mexicano), si la décima parte de ese entusiasmo ferviente lo hubiesen puesto en “solidarizarse”, aunque fuese sin tantas declaraciones de amor y sin placas, con Alberto Sánchez y Guillermo Robles (1) cuando en La Jornada se les acusó de ser “agentes de la gusanería cubana”, otra ave del orden de las galliformes nos cantaría. Ahora ponen el grito en el cielo porque “la queridísima” Aristegui (alguien a quien, dicho sea de paso, el apoyo declarativo que ustedes puedan brindarle mucho me temo que ni le va ni le viene) sufre un “atraco contra la libertad de expresión”. Habría que ver si realmente ha sido eso.
Pero aun así. A Guillermo y a Alberto los acusaron y les negaron no la libertad de expresarse, sino un derecho más elemental: el de la defensa. Algo similar a lo que, de nuevo La Jornada, hizo recientemente con Gustavo Hirales. (2) Y no vi a ninguno de ustedes llamándolos “queridísimos”, ni juntando lana para una placa “de desagravio”; ni siquiera escribiendo un mísero correo en su apoyo. Esto, compañeros, no posee otro significado que el de regir su “vocación solidaria” por los “principios” de lo políticamente correcto y lo mediáticamente rentable.
A mí, lo confieso, me molesta menos ese entusiasmo solidarizante las más de las veces ingenuo que el oportunismo de la solidaridad estentórea con unos y la in-solidaridad con otros. Pero más aun que ese oportunismo de la solidaridad con “los famosos” me molesta constatar, one more time, que aquel fenómeno de la subalternidad señalado por Gramsci no solo no desaparece, sino que sigue presente incluso entre “los dirigentes”.
O quizá solamente se trate de un ejemplo más de la maldición de la Malinche, trasladada de un malinchismo nacional-geográfico a uno meramente ideológico.
Qué pena…
Reproducido hoy 15 de febrero de 2022
* Benjamín Palacios, historiador y ex militante de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
** «Rasgarse las vestiduras». Imagen de portada tomada de internet.
1. Alberto Sánchez, integrante de la Liga de los Comunistas Armados y del comando que secuestró un avión en Monterrey el 8 de noviembre de 1972. Guillermo Robles Garnica, uno de los tres principales dirigentes del Frente Estudiantil Revolucionario, de Guadalajara, que se encontraría entre los grupos guerrilleros que se incorporaron a la Liga Comunista 23 de Septiembre.
2. Gustavo Hirales Morán, de la cúpula dirigente de la Liga y cuyo derrotero posterior lo alejó de cualquier posición de izquierda. En La Jornada se le acusó de haber sido un “policía infiltrado” en la 23 — despropósito absolutamente infundado, como todos los despropósitos— y de que al haber identificado a varios guerrilleros en fotografías mostradas a él por la Dirección Federal de Seguridad en febrero de 1974, condujo a la detención, tortura y asesinato de Salvador Corral y José Ignacio Olivares. La realidad fue harto diferente. A quien tanto Gustavo como Elías Orozco y Mónico Rentería identificaron fue a Salvador Corral, pero en la foto de su cadáver que les fue mostrada por la policía en el Penal de Topo Chico.
Excelente reflexión a partir de los últimos desencuentros, amenazas y embestidas del poder público contra periodistas y comunicadores con nombre y apellido, entre otros, Carmen Aristegui que, como bien se señala, ha dejado quemar en la hoguera de las mañaneras la supuesta izquierda cuatrotera . En otro tema ¿Qué son plaquitas? Para nosotros, en Baja California, son los policías (placas); se agradece la aclaración sobre Gustavo Hirales defenestrado en su momento por la Jornada órgano oficial de ya saben quien.
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Las “plaquitas” (en el texto del correo original hablo de placas y placotas) son, digamos, como pergaminos pero en metálico y grabados; de esos reconocimientos que suelen entregarse, con mayor o menor bombo, a “personalidades”. Sobre lo demás que comentas, no hay que asombrarse: si esa “izquierda” siempre voluble, mudable y acomodaticia pudo dejar en el olvido a “Marcos”, que era el máximo superstar, por el salvador de la patria, con mucho mayor razón y sin abochornarse en lo más mínimo lo hace ahora con Aristegui.
Tal cual como Sancho, que se decantó por las riquezas de Camacho y no por las habilidades de Basilio, y a quien Don Quijote le dijo: “En fin, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: ¡Viva quien vence!”.
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Será la Solubilidad al dinero de los instalados, muy pocos se resisten.
Muy pocos.
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