Después de más de catorce meses de gobierno de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) al frente de la presidencia de México, algunos ven acrecentadas sus esperanzas de cambio mientras que otros se decepcionan ante la falta de resultados inmediatos, sobre todo en economía y seguridad. Y así emerge la siempre necesaria oposición, aunque en estos tiempos ésta brilla por desarticulada o en todo caso une sus fuerzas en torno a llamados al pasado, exactamente el que busca repetir el actual gobierno federal.
Hace unos días el Instituto Nacional Electoral (INE) notificó que “México Libre”, movimiento comandado por el ex presidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, había alcanzado los requisitos mínimos para constituirse en partido político. La pareja de ex panistas ha sido muy sagaz en aprovechar la demanda de quienes añoran la vuelta al modelo económico neoliberal y a la mano dura frente al crimen organizado. Para muchos Calderón representa la templanza económica (aunque con resultados escuetos en crecimiento económico) y la valentía para enfrentar al crimen, si bien se olvida que la guerra contra el narco obedeció sobre todo a la necesidad de legitimar un gobierno que había obtenido un magro triunfo en las urnas y con grandes cuestionamientos generados desde una campaña electoral basada en denostaciones contra AMLO.
Hablar ahora de Calderón puede parecer que abona a la promoción de su desgastada imagen; sin embargo, muchos de nosotros fuimos gente pasiva que no nos pronunciamos contra la militarización sino hasta que palpamos el horror de los crímenes perpetrados por el Ejército, como el cometido contra Jorge Mercado y Javier Arredondo, estudiantes de Posgrado del Tec de Monterrey torturados, asesinados y hechos pasar por sicarios por los propios militares. Por tanto, ahora existe en nosotros la obligación moral de alzarnos contra el regreso de políticos que representan estas opciones fallidas; por el respeto al duelo y llamado de justicia que viven cientos de miles de familias que sufrieron la muerte de sus hijas e hijos, esposos y esposas, madres y padres, hermanas y hermanos y amigos; por la incertidumbre y tristeza no consumada que viven decenas de miles de familias cuyos seres queridos permanecen desaparecidos desde hace meses o años.

No obstante, México Libre no representa sólo a los Calderón, sino a mucha gente que sigue avalando la vuelta de la militarización. De aquí que no nos hemos podido desprender del delirio por contratar guardaespaldas privados, electrificar rejas en propiedades, implantar controles restrictivos a la entrada en fraccionamientos cerrados, instalar cámaras de vigilancia en instituciones públicas y privadas. Ahora, además, se alega por mayores permisos para accionar armas en aparentes situaciones de peligro, por aplicar operativos de “mochila segura” en las escuelas. Todo esto representa el legado que nos dejó la época de terror del sexenio de Calderón y parte del de Peña Nieto, legado que se trasladó a un miedo permanente al otro, a lo diferente. Nos llevará años o quizás décadas revertir este efecto y recuperar lo que alguna vez nos unió: la confianza en la comunidad y el pleno ejercicio de las libertades civiles (como el tránsito en las calles sin restricciones de paso, el disfrute de los parques públicos para todos por igual, el derecho mismo a la privacidad).
Calderón y sus seguidores primero tendrían que sortear los próximos requisitos que tengan que cumplir frente al INE, pero sobre todo, la mancha imborrable de sangre cuajada que se cerniría por siempre sobre el eventual partido político que buscan formar. Aun con los logros de la estabilidad económica habidos en el sexenio 2006-2012, el grupo político de los Calderón no podrá compensar las lágrimas que dejaron los “daños colaterales”, las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas. No podrá borrarse la involución que sufrió el ejército al mimetizarse con el crimen organizado cuando se documentaban (y estarán por documentarse cada vez más con la construcción de la historia verdadera de esa época) prácticas de tortura, desaparición, violación, y muerte dolosa o “accidental”. Esa época fue la del ejército que aplicaba la ley fuga, los fusilamientos, la clandestina pena de muerte sobre cualquiera ya fuera culpable in fraganti o sospechoso. Ensombrece también el proyecto político de los Calderón el inminente juicio contra Genaro García Luna, ex secretario de seguridad pública en el gobierno calderonista, acusado en Estados Unidos de crímenes que bastante improbable es que hayan pasado desapercibidos para los altos mandos a quienes dicho funcionario entregaba resultados en el sexenio donde fungió —paradójicamente— como máximo representante de la seguridad de los habitantes del país.
Con todo, la apuesta del gobierno de AMLO por la pacificación mediante el desarrollo social no podría generar resultados sino en el mediano o largo plazo. Ante esto, no se dejan de escuchar y leer burlas y memes por los lemas como “abrazos y no balazos” y sobre todo por el aparente sometimiento de las fuerzas del orden del gobierno actual frente a las extorsiones de los capos más poderosos del país o frente a la brutalidad y humillación con que han sido tratados algunos elementos de la Guardia Nacional en algunas poblaciones de México (a lo que hay que agregar que el gobierno lopezobradorista haya cedido frente al gobierno de Trump para que una parte importantísima de la Guardia Nacional quedara apostada en la frontera sur de México con el objetivo de contener la entrada al país de los migrantes centroamericanos indocumentados).
En México el gobierno presidencial de izquierda llegó tarde. Sin embargo, no estamos lejos de vivir una situación por la que, frente a un posible desencantamiento con el gobierno actual, formemos parte del fatídico péndulo que ha oscilado desde el neoliberalismo, ha pasado por la izquierda y ha terminado en un gobierno de ultraderecha. Ahí están las experiencias de Brasil, Chile, Bolivia y los mismos Estados Unidos.
En Nuevo León ya hemos tenido avances de lo que podría ser un gobierno de extrema derecha con la llegada —en un principio llena de ingenua esperanza— de Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” a la gubernatura. No podía haber personaje más digno de representar los intereses de la élite de machos misóginos regiomontanos conservadores —grupo que esperaríamos se vuelva minoría cuando quienes somos parte de las generaciones más maduras salgamos del poder e influencia sociales— que “El Bronco”, quien en su aventura por la pasada campaña presidencial nos dio muestras de lo que sería un gobierno ultraconservador con dichos como el de “mochar” la mano a los delincuentes. El tiempo y las experiencias de otros países nos han dado muestras que no estamos lejos de repetir apoyos electorales a este tipo de políticos que prefieren sacrificar las libertades más fundamentales en aras de “salvar” al país.
10 de febrero de 2020