El coronavirus y la negociación diaria de los riesgos / Por Libertad Chavez-Rodriguez

Estamos cansados, queremos volver a la normalidad, la nueva normalidad no nos convence. Las colas de tanques de oxígeno y las postales de horror en los hospitales que narran quienes han perdido a sus seres queridos por el COVID-19, se intentan difuminar ante la esperanza de las vacunas que llegan lentamente a México. La campaña de vacunación ha comenzado, primero el personal de salud en primera línea de combate al Coronavirus. Ahora es el turno de las adultas y adultos mayores, quienes en su mayoría esperan ser registrados y contactados por los llamados «siervos de la nación», brigadistas voluntarios que los apoyarán en el proceso de vacunación.[1]

¿Qué significa todo esto para nuestra percepción del riesgo de contagio con el virus SARS-COV2? ¿Cómo negociamos diariamente la manera en que afrontaremos ese riesgo para cumplir con nuestras tareas, para lograr nuestros objetivos cotidianos y de cara al futuro?

Es un hecho que afrontamos el riesgo del contagio a diario, y sin embargo nuestra percepción individual del riesgo (de los riesgos) es subjetiva y cambiante, oscila y se ve influida por múltiples factores que balanceamos, la mayoría de las veces de manera inconsciente. La percepción del riesgo se refiere al juicio intuitivo, individual o grupal, sobre los riesgos, en un contexto de información limitada (Slovic 1987). Es la interpretación o impresión individual de un riesgo relacionado con un objeto percibido como amenazante. La percepción del riesgo no es constante entre individuos. El riesgo siempre se percibe de manera situacional (De Dominicis et al. 2015, 67), y a diferencia de las evaluaciones de riesgos formales – realizadas por ejemplo para elaborar atlas de riesgos, la percepción subjetiva de los riesgos está asociada a las actitudes de personas comunes (sentido común) sobre los riesgos y amenazas que enfrentan (Bonaiuto et al. 2016, 34).

La percepción subjetiva del riesgo está  ligada a dos factores principales: el sesgo optimista y la distancia psicológica. El sesgo optimista se refiere a la creencia individual de que los eventos negativos son menos probables de sucederle a una persona o grupo en particular (Bonaiuto et al. 2016, 34), como se ha visto que adolescentes y los adultos jóvenes consideran que quienes pueden contagiarse y enfermar letalmente por el Coronavirus son los adultos mayores o las personas con problemas previos de salud, conduciendo a un relajamiento de las medidas de prevención y confinamiento. La distancia psicológica se relaciona a la percepción de que los riesgos son más probables de afectar áreas geográficamente lejanas o de ocurrir en un futuro distante (Bonaiuto et al. 2016, 35), como lo llegamos a pensar de regiones en China o algunos países de Europa como Italia y España en la primera ola de contagios.

En todo caso, la percepción subjetiva del riesgo influye en nuestras decisiones, acciones y prácticas cotidianas relativas a la pandemia; en cuándo y cómo usar el cubre bocas, caretas plásticas y gel antibacterial, en las decisiones sobre cuándo y cómo reunirse, por medios virtuales o presencialmente, con quiénes, con cuánta gente, a qué distancia física, con qué saludo y despedida. También modifica nuestro comportamiento en las interacciones sociales fortuitas, en el supermercado, en el transporte público, en los espacios de trabajo y esparcimiento.

La percepción subjetiva del riesgo también es importante para determinar el nivel de aceptación o rechazo de medidas públicas de prevención y reducción del riesgo de contagio y del manejo estatal de la emergencia sanitaria en general. Dado que las medidas de confinamiento y distanciamiento físico de las personas han sido hasta el momento voluntarias en México, sin aplicación de multas o sanciones personales (a diferencia de otras partes en el mundo), las negociaciones sobre los riesgos y cómo los afrontamos se asumen como un asunto individual y del entorno social y familiar inmediato de las personas.

Tomemos como ejemplo las negociaciones personales y familiares alrededor de las fiestas decembrinas y de año nuevo, sobre la realización o no de encuentros, traslados, viajes y envíos de regalos. El resultado conjunto de dichas negociaciones y decisiones se refleja en el aumento de los niveles de contagio alrededor de las fiestas, y los preocupantes niveles de ocupación hospitalaria en Nuevo León como en gran parte del país. Por lo que México ha sido declarado como segundo país con más número de muertes a nivel mundial, solo superado por Estados Unidos y Brasil. Para una gran mayoría de nosotras las cifras ya no son más abstractas, pues la pérdida de seres cercanos y queridos nos pone en un estado de duelo colectivo, repetido. La distancia psicológica se acorta, el sesgo optimista se reduce en muchas ocasiones, dependiendo de nuestras experiencias y vivencias, de nuestros canales de comunicación e información y de la confianza en los reportes de los medios masivos, públicos y privados, sobre la evolución de la pandemia.

Por otra parte, el riesgo de contagio por el Coronavirus no es un riesgo único y aislado al que nos enfrentamos en la cotidianidad, pues en la toma de decisiones durante la pandemia ponemos múltiples riesgos en balance; entre muchos otros, el riesgo de perder el empleo y los medios de sustento, de ver reducidos los ingresos formales o informales, de tener que atravesar espacios públicos vacíos, del confinamiento en espacios con personas violentas y agresivas, de no volver a ver a los seres queridos, de perder cohesión familiar y social, de no desarrollar capacidades de aprendizaje y socialización en el caso de las infancias y adolescentes.

No obstante, a casi un año del inicio de la pandemia, los hechos y las cifras han revelado con crudeza las desigualdades socioeconómicas y de género rampantes, y cómo éstas afectan más y en múltiples dimensiones a los menos privilegiados. Me refiero a la exposición mayor a los riesgos de contagio, prácticamente ineludibles, para quienes tienen que transportase forzosamente en transporte público, para quienes tienen que salir a trabajar y no tienen la posibilidad del home office y la vida laboral o educativa a través de las pantallas; para quienes tienen que trabajar en casas o espacios de otros que no se protegen (en razón de sus privilegios de todo tipo), como trabajadoras del hogar y del sector restaurantero y turístico; para quienes no tienen acceso a servicios de salud ni a redes de apoyo con recursos financieros suficientes en caso de contagiarse; y para quienes han estado ahí desde el inicio y hasta el final: las y los familiares cuidando de personas contagiadas, y por supuesto, el personal médico y de salud. Queda claro que en este país dichas negociaciones cotidianas de los riesgos no tienen lugar en las mismas condiciones para todas las personas.

8 de febrero de 2021

Nota: Fotografías de Coco Charles, en memoria de su madre-abuela, fallecida recientemente a causa de la COVID-19. Hoy cumpliría 85 años Doña Juanita Espinosa Quintanilla.

Referencias

Bonaiuto, M., Alves, S., De Dominicis, S., & Petruccelli, I. (2016). Place attachment and natural hazard risk: Research review and agenda. Journal of Environmental Psychology, 48, 33-53.

De Dominicis, S., Fornara, F., Cancellieri, U. G., Twigger-Ross, C., & Bonaiuto, M. (2015). We are at risk, and so what? Place attachment, environmental risk perceptions and preventive coping behaviours. Journal of Environmental Psychology, 43, 66-78.

Slovic, P. (1987). Perception of risk. Science, 236(4799), 280-285.


[1] Ver Siervos de la Nación solo apoyarán a adultos mayores en vacunación, no se tiene otra intención: Gatell (eluniversal.com.mx)

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